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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Por qué Putin libra una guerra híbrida sin cuartel

Los actos de sabotaje y las interferencias en las elecciones pretenden alterar la respuesta de las sociedades europeas al Kremlin

El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante una reunión del Supremo Consejo Económico Euroasiático, el pasado día 25, cerca de San Petersburgo.
El presidente de Rusia, Vladímir Putin, durante una reunión del Supremo Consejo Económico Euroasiático, el pasado día 25, cerca de San Petersburgo.GAVRIIL GRIGOROV/SPUTNIK/KREMLIN (EFE)
Andrea Rizzi

Los jefes de varios servicios de inteligencia occidentales empezaron a señalar públicamente hace meses que la campaña de acciones rusas de sabotaje se estaba intensificando. Sir Richard Moore, líder del británico MI6, consideró en septiembre que la cosa se estaba tornando “un poco salvaje, siendo francos”. Una serie de episodios turbios ha ido tomando cuerpo en varios puntos de la geografía europea a lo largo de 2024. Este viernes, el secretario general de la OTAN, Mark Rutte, ha mostrado su disponibilidad a considerar un aumento del despliegue de la Alianza en el mar Báltico después de que Finlandia detuviera un barco ruso como sospechoso de la ruptura de varios cables submarinos en la zona.

La lista de sucesos llamativos es larga, desde incendios en instalaciones de vario tipo hasta el estallido de artefactos en almacenes o vuelos de la compañía de transporte DHL; desde el intento de asesinato del jefe de una empresa armamentística alemana clave hasta la intrusión en recintos de gestión de agua; desde la disrupción de líneas de trenes en República Checa o servicios sanitarios en el Reino Unido hasta la promoción de la inmigración ilegal. El esclarecimiento definitivo de cada uno de esos episodios corresponde a las autoridades judiciales. Sin embargo, a estas alturas resulta muy creíble la inferencia de que la unión de esos puntos es el retrato de una estrategia: una campaña de sabotaje que se une a la militar en Ucrania y a las interferencias en el debate público de las sociedades occidentales.

La invasión en Ucrania no requiere de mayores explicaciones. Las acciones de interferencia política —bien por la vía de fomentar la discordia o por la de sostener a un candidato amigable— acumulan ya un largo historial, y bastante pruebas, en la época de las redes digitales. Ahora, asistimos al aparente despegue de una tercera vía de ataque, la de los sabotajes. La cuestión plantea muchas preguntas. A la espera de que investigadores y jueces puedan esclarecer todos los sucesos sospechosos, pueden apuntarse ideas acerca del cómo y el porqué de esta campaña cada vez más evidente.

En cuanto al cómo, cabe notar que después de la invasión a gran escala de Ucrania en febrero de 2022 el espionaje ruso en Europa sufrió un gran mazazo con la repentina expulsión de cientos de diplomáticos —de los cuales sin duda buena parte eran espías—. Esto tuvo que mermar bastante la capacidad operativa. Algunos expertos, entre ellos investigadores del Centro de Estudios sobre los Servicios de Inteligencia del King’s College de Londres, creen que la renovada capacidad se debe a novedosos mecanismos de reclutamiento, a través de subcontratación de actores externos a los servicios y de un fuerte uso del entorno digital.

En cuanto al porqué, la respuesta más plausible es que se trate en gran medida de quebrar voluntades provocando disrupción y caos por debajo del umbral de los ataques militares directos. Matar a un directivo de una empresa armamentística crucial en el apoyo a Ucrania para desincentivar las ganas de asumir ese tipo de funciones; cortocircuitar miles de citas médicas o suministros eléctricos o la entrega de paquetes para que se vea, se note, el coste del conflicto, y que los menos motivados concluyan que mejor no tomar partido. Acribillar a un desertor ruso en Alicante para quitarle las ganas a otros de huir del frente.

La campaña de sabotaje tiene toda la pinta de ser una parte cada vez más importante de una guerra híbrida que, sobre todo, quiere alterar la voluntad de las sociedades occidentales. La interferencia electoral —como apuntan los indicios que han aflorado en Moldavia o Rumania— va al alza. La disrupción física, también.

Las sospechas afloradas alrededor de la actuación de buques chinos en el Báltico añaden inquietud a la cuestión, reforzando la sensación de coordinación entre Pekín y Rusia. No obstante, hasta la fecha no hay indicios de que China quiera emprender una campaña de sabotaje —pero sí los hay de un incremento de sus actividades de espionaje e interferencia—. Si, según sir Richard Moore los sabotajes rusos se están tornando salvajes, un alto cargo de los servicios de inteligencia alemanes advirtió hace un tiempo de que Rusia es solo una tormenta, mientras que China es el cambio climático.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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