Una FIL sin nacionalismos
Las disputas institucionales entre España y México por la colonización no deberían enturbiar la Feria del Libro de Guadalajara
Sin demasiado revuelo informativo, ha llegado la noticia de una reanudación de relaciones cordiales entre los respectivos ministerios o secretarías de Cultura de México y España en el contexto de una FIL institucionalmente un poco decaída, con el firme boicot histórico del presidente de México por considerarla demasiado burguesa. Es mala noticia de por sí que una feria tan potente y masiva como la de Guadalajara tenga que resentirse de los choques políticos entre Estados sin relación alguna con los libros, ni la cultura humanística, ni el exilio, ni la literatura de allí y de aquí. Haber dejado que llegue a la FIL, aunque sea atenuado, el choque de orgullos patrióticos enquistados es un grave error tanto del expresidente Andrés Manuel López Obrador como del rey de España, o de quien le aconsejase equivocadamente callar ante una carta básicamente respetuosa, como lo fue la enviada por López Obrador… en 2019.
El problema político, sin embargo, se enreda con el histórico, y ahí la política suele pifiarla, como suele hacerlo el sesgo moral aplicado a la historia. Leer o interpretar el pasado desde una categoría moral en torno al perdón es una demanda común pero estéril, además de retórica con respecto a los procesos históricos y a la complejidad de personas, individuos y mandatos que intervienen. Nunca pueden resumirse en una plena culpabilidad como la que sí adorna a los seres humanos, y solo cada individuo tiene la potestad de perdonar la conducta de otro, no una nación ni un Estado, décadas o siglos después de cometidos los agravios.
Es una secuela más de la penetración masiva de los discursos y los marcos mentales del nacional-populismo. Un violador probado es un violador culpable, un ladrón probado es un ladrón culpable, pero un Estado puede ser culpable solo en términos históricos, y a los herederos de ese Estado, y a sus ciudadanos cuando es un Estado democrático, no les alcanza la menor salpicadura de una historia generalmente remota y reconstruida y sin duda sucia porque la historia siempre lo es. Les alcanza la posible obstinación en negar el pasado, la tergiversación interesada de los hechos históricos, la deformación presentista de ese pasado o hasta el interés en legitimar la batalla política del día en un uso del pasado instrumental y mezquino.
Los dos discursos que chocan hoy en España respecto a la colonización (obvia) de tierras americanas gracias fundamentalmente al poder de las armas (y el contagio de enfermedades) responden a intereses políticos del día y a la metódica incentivación de pobres sentimientos nacionalistas. Unos creen que América se salvó de la barbarie gracias a la colonización cristiano-imperial mientras otros creen que esa colonización pudo haberse hecho de otro modo y hoy no es desde luego motivo de orgullo para una gran parte de la población española. Sí lo es el avance al que apenas contribuyó España de forma señera en torno a los derechos humanos, la extinción de la pena de muerte o de la tortura, la abolición de la esclavitud, el impulso al Estado de derecho y la fundamentación teórica y jurídica de los sistemas democráticos. Cuando España lanzó sus naves nada de eso existía y juzgar aquella colonización con los criterios de hoy es otro disparate común, pero eso no quita que el epicentro del modelo democrático que disfruta hoy una pequeña parte del mundo se repartiese entre las tierras de Estados Unidos y la Europa del siglo XVIII.
¿Hay alguna solución para no seguir alardeando unos de exigencias de perdón y los otros de modernización criminal y abusiva de América Latina? Claro que la hay, y los historiadores llevan haciéndolo desde mucho tiempo atrás como responsables de un saber con sesgo ideológico asociado, e inevitable, pero también con principios que rigen la escritura de la historia profesional, sea del sesgo que sea. Desplazar el conocimiento del pasado a la arena taurina de la batalla política lo que hace es desacreditar y desechar el conocimiento fiable como fuente de comprensión del pasado y azuzar los sentimientos nacionalistas de nación contra nación, Estado contra Estado, usando como munición las fábulas victimistas o las fábulas civilizatorias. Perpetuar el choque de nacionalismos sería en sí mismo un retroceso a la ley de la selva, justo lo que no tiene cabida sin ninguna duda en la Feria del Libro de Guadalajara.
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