El G-20, entre el progreso y el retroceso
La tensión entre Lula y Milei en la reunión de Brasil muestra las resistencias a la lucha climática o la reducción de la pobreza
El G-20, como foro de las principales economías del mundo, debería ser un escenario para avanzar hacia soluciones colectivas que enfrenten los desafíos globales. Sin embargo, la última cumbre celebrada en Río de Janeiro ha estado marcada por tensiones que constatan un preocupante choque de visiones para el futuro. La confrontación entre Luiz Inácio Lula da Silva, presidente de Brasil, y Javier Milei, de Argentina, simboliza esta lucha. Mientras Lula aboga por la erradicación de la pobreza, Milei representa un ultraliberalismo que amenaza con desmantelar la Agenda 2030.
Las críticas del presidente argentino a los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU no solo es un acto de aislamiento, sino también un ataque frontal a la cooperación internacional. Abordar retos como el cambio climático, la desigualdad y el hambre no puede ser responsabilidad de un solo país. Estos problemas exigen respuestas conjuntas, y la Agenda 2030 ha sido, hasta ahora, el marco más ambicioso para enfrentarlos. Aunque finalmente el presidente argentino apoyó ayer la declaración conjunta del G-20, sus continuos ataques y críticas reflejan un claro retroceso que nos acerca peligrosamente a un “sálvese quien pueda” que ya ha demostrado sus fallos. La polarización que Milei representa anticipa los temores que despierta el regreso de Donald Trump, a quien Milei ha rendido una insólita pleitesía, convirtiéndose en una suerte de embajador del presidente electo en la cumbre. Su desdén hacia el multilateralismo y los compromisos climáticos socava el esfuerzo por construir un futuro más equitativo y sostenible.
En las antípodas ideológicas, Lula aprovechó su condición de anfitrión para hacer un llamado urgente a la erradicación de la pobreza, un objetivo que debería estar en el centro de todas las agendas políticas. En América Latina, la desigualdad es un desafío estructural que perpetúa ciclos de exclusión y limita el potencial de millones de personas. Ignorar este problema, como hace Milei, es no solo miope, sino profundamente irresponsable. Reducir el tamaño del Estado sin ofrecer soluciones reales para los más vulnerables es apostar por una fractura social cada vez mayor.
Las grandes potencias tienen una responsabilidad ineludible: liderar con visión y acción. Retroceder, como pretenden algunos, no es una opción viable. El mundo no puede permitirse ignorar la pobreza, la crisis climática ni las desigualdades extremas. Es necesario que los líderes globales dejen de lado intereses mezquinos. El G-20, más que un campo de batalla de ideologías, debe ser un espacio para forjar alianzas en torno a objetivos comunes. Un campo donde se impongan liderazgos propositivos como el de Lula sobre los destructivos, como los que representa Milei.
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