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Columna
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Vivir hasta morir

Leyendo lo que narra Maruja Torres desde esa edad que todavía no tiene nombre, parece que el antídoto a la deshumanización progresiva es la amistad

La periodista Maruja Torres, el 9 de septiembre en Madrid.
La periodista Maruja Torres, el 9 de septiembre en Madrid.INMA FLORES
Najat El Hachmi

El último libro de Maruja Torres, Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo, me ha durado dos tardes exactas. Aunque fueron dos tardes largas hasta la noche en las que no hice nada más. Espléndido tiempo en que la prosa sintética y vibrante de la autora me permite viajar a la trepidante aventura de su día a día. Maruja no se nos ha ido a su querido Beirut (donde justo ahora vuelven a caer las bombas) ni a ningún país en guerra, pero nos regala una crónica de un tiempo de vida que a menudo se descarta por no ser productivo. Como se descartan los mayores despersonalizados, convertidos en masas amorfas: los viejos. Cuando pienso en el futuro no sé qué me da más miedo: si el dolor físico o el dolor que supone esa despersonalización en las últimas décadas de tu existencia, que los demás no vean en ti más que los achaques y las limitaciones que trae un cuerpo gastado. Para el dolor de los huesos y las articulaciones hay pastillas y otros remedios, pero para el dolor social de ser convertidos en muebles ¿qué hay?

Leyendo lo que nos narra la barcelonesa desde esa edad que todavía no tiene nombre (porque ser mayores o viejos puede abarcar desde los 60 hasta los 120, sin etapas como ocurre en otros tramos vitales), parece que el antídoto a la deshumanización progresiva es la amistad, el amor al que más se ha dedicado Maruja con una generosidad de las de antes, las del compañerismo profesional y vital que los autónomos teletrabajadores tanto echamos en falta. También la curiosidad por el mundo y las personas que lo habitan, esa flecha que te dispara hacia adelante para saber, conocer y entender lo que pasa. Y para contarlo luego con una vivacidad envidiable, más Maruja que nunca, la Maruja de siempre. Me dijo hace poco un psiquiatra de confianza que el amor propio no se robustece frente al espejo, sino amando: a otros, a las cosas, al mundo, a la vida.

Hay viejos cascarrabias amargados, creo que más por la enorme derrota que supone aceptar que también ellos van a morir que por los hechos que denuncian en sus agrios sermones. Puede que no recuerden que el combate entre la vida y la muerte no se da al final de todo, con la estocada definitiva, sino que cada día, a cada instante, apostamos por una cosa o la otra. Por eso hay tantos muertos en vida con 20, 30, 40 años y por eso el libro de Maruja es una lección de cómo vivir hasta morir: riéndose de sí misma y sus achaques y temores, siendo lo que ha sido siempre: una gran narradora, atentísima cronista que sigue, como de niña, “fijándose mucho”.

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