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crítica literaria
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

‘Cuanta más gente se muere, más ganas tengo de vivir’: la batalladora Maruja Torres

Pasada la barrera de los 80 años, la periodista escribe unas memorias diarísticas donde recuerda sus orígenes en el barrio chino barcelonés y sus experiencias en el salvaje oficio de la prensa hace cinco o seis décadas

Maruja Torres, retratada el 6 de septiembre.
Maruja Torres, retratada el 6 de septiembre.INMA FLORES
Jordi Gracia

Con los huesos hechos cisco, intervenciones mensuales en los ojos y en la vejiga, con 10 centímetros menos de estatura y memoria de elefante, Maruja Torres mantiene las constantes vitales insólitamente… vivas. El libro derrama a una Maruja indisciplinada, a veces iracunda, tantas veces jovial y siempre a punto de hacer algo aunque se queje de lo poco que hace, bendiga la pereza y sucumba a llamadas telefónicas interminables, como en los viejos tiempos, y hasta se atreva a viajar de nuevo, pese a la fragilidad y los miedos nuevos de la vejez pura. A sus 80 años, Jordi Évole la sacó a pasear por Roma para un brillante programa, y así la resucitó en la memoria de mucha gente y quizá más aun, compareció ante una muchachada gigante que a ella apenas la identificaba con un fantasma de otra época (y un rumor cojonero en Twitter, y semanalmente en la SER, con Àngels Barceló). Pues no: el fantasma toca todas las teclas de esta época menos el rencor o la amargura posturera, se arrebata con frecuencia y ríe casi sin parar, aunque se cabrea sin tasa también contra el Israel que machaca a Gaza, contra el dolor en su viejísimo Líbano o contra Ayuso y su derecha veterotestamentaria.

Entre el diario práctico y las memorias casi involuntarias, Maruja Torres viene a despedirse de quienes creían que ya estaba muerta. Sin ínfulas ni farfolla, relata a veces de forma conmovida de qué iba todo esto del oficio de la prensa hace unos 50 o 60 años, y sin fardar ni posturear una sola vez, el relato destila una evidencia: esta mujer de clase pobre, con un padre maltratador y una madre víctima y castradora, nacida en el barrio chino barcelonés —putas, pobres, chorizos, oficios manuales y miedo— fue literalmente una pionera a partir de sus veintitantos. Y ante las pioneras de un oficio y su actitud vital lo único que puede hacerse es darles las gracias, mimarlas como hace un grupo de amigos ahora mismo (con Edu Galán al frente, y habituales como David Trueba) y transmitirles la certidumbre de que ellas hicieron contra todos lo que hoy asumimos como normal y ortodoxo. Fueron las raras de una profesión machista y salvaje —como el periodismo, y la banca, y la pesca, y el comercio, etcétera—, cuando aprendieron a sublevarse contra los consejos y los hábitos de familias ateridas de miedos y modelos equivocados, donde la estructura heteropatriarcal perduraba aunque no hubiese padre y donde había que tomar decisiones drásticas y salir a campo abierto.

En este libro la gamberra natural que hay en ella sigue ahí, sin cortarse, deshilvanada y caprichosa, aunque yo sigo creyendo que el mejor libro literario de Maruja Torres es Un calor tan cercano, y ella cree que es Mientras vivimos. Da igual: Maruja ha sido un personaje, ha rotado por varios periódicos —y entre ellos el que ha sido el suyo, que es este— y hay algo conmovedor en lo que late en el fondo de estas memorias diarísticas: las ganas de que ni cristo le haga un homenaje cuando se muera mientras lo que hace es básicamente dar las gracias a quienes le hicieron la vida un poco más feliz de lo que hubiese sido sin ellos y ellas, pese a lo cabrones que unos y otros pudieran llegar a ser.

Portada de 'Cuanta más gente se muere, más ganas de vivir tengo', de MAruja Torres. EDITORIAL TEMAS DE HOY / PLANETA

Cuanta más gente se muere, más ganas tengo de vivir

Maruja Torres
Temas de hoy, 2024
320 páginas, 20 euros

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Sobre la firma

Jordi Gracia
Es adjunto a la directora de EL PAÍS y codirector de 'TintaLibre'. Antes fue subdirector de Opinión. Llegó a la Redacción desde la vida apacible de la universidad, donde es catedrático de literatura. Pese a haber escrito sobre Javier Pradera, nada podía hacerle imaginar que la realidad real era así: ingobernable y adictiva.
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