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Tribuna
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El final de una gran amistad

El desencuentro entre Von der Leyen y Breton es símbolo de la ruptura de la relación francoalemana y de los errores de la Comisión

El entonces comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante una reunión.
El entonces comisario de Mercado Interior, Thierry Breton, y la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, durante una reunión.OLIVIER HOSLET (EFE)
Wolfgang Münchau

Por un lado, es la típica historia de intriga política, pero en el fondo es también la historia de la ruptura de la relación francoalemana. Ursula von der Leyen, la presidenta alemana de la Comisión Europea, se ha deshecho de Thierry Breton, el comisario francés de Industria, que dimitió el lunes. En su carta de dimisión, escribía que Von der Leyen se había dirigido a Emmanuel Macron para pedirle que nombrara a otro candidato y amenazó con destituir a Breton si no lo hacía. Tras la dimisión de este último, Macron obedeció la orden de Von der Leyen y nombró a Stéphane Séjourné, el ministro de Exteriores francés saliente.

Para Marine Le Pen y su derechista Agrupación Nacional, la historia de la humillación francesa a manos de un comisario alemán es un regalo. Parece confirmar todo lo que siempre ha dicho sobre la Unión Europea, la versión francesa de la historia de una UE dirigida como un tinglado alemán. Jean Quatremer, el más veterano de los corresponsales en Bruselas, tuiteaba que nunca había visto nada parecido en sus más de cuarenta años en Bruselas.

Yo tampoco. Ha habido muchos desencuentros entre Francia y Alemania antes. Pero nunca tanta falta de respeto. He visto cómo toda una generación de corresponsales extranjeros en Bruselas no presenciaba ninguna prueba tangible de cooperación francoalemana, y se sorprendía cuando de repente esta se reactivaba, como ocurrió en 2020 cuando Emmanuel Macron y Angela Merkel propusieron conjuntamente un fondo de recuperación para ayudar a los Estados miembros a superar la pandemia. La relación ha sido más bien discreta, pero siempre acechaba en un segundo plano. Los líderes se trataban con respeto, incluso cuando no estaban de acuerdo.

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Recuerdo una conversación con Wolfgang Schäuble, el fallecido ministro de Finanzas de Merkel, en la que criticaba las políticas fiscales de los países del sur de Europa, pero eximía explícitamente a Francia. La razón era totalmente política. Cualquier otra cosa se habría considerado una falta de estilo diplomático.

La era de la moderación bilateral ha quedado atrás. El actual ministro de Finanzas, Christian Lindner, exhortaba recientemente al Banco Central Europeo a no rescatar a Francia en caso de que esta sufriera una crisis financiera. Para los que seguimos los asuntos financieros y monetarios, da toda la impresión de que estaba tratando de provocar una venta masiva de bonos franceses.

La maniobra de Von der Leyen es de un tipo más clásico: una batalla de poder para deshacerse de un adversario. Detrás de su rivalidad hay una historia de fondo. Breton desempeñó un papel decisivo en el fracaso de Von der Leyen a la hora de conseguir que uno de sus aliados más cercanos fuera nombrado enviado especial de la UE para las pequeñas y medianas empresas. Breton publicó un cínico comentario en X cuando Von der Leyen recibió un tibio apoyo de la CDU para su nombramiento. Quizá la gota que colmó el vaso fuera su tuit el pasado agosto, cuando insinuó que la entrevista de Elon Musk con Donald Trump podría constituir una violación de la Ley de Mercados Digitales de la UE. Von der Leyen consiguió que la Comisión emitiera una retractación formal de esa historia.

Yo siento por Von der Leyen y Breton lo mismo que Henry Kissinger sentía por Irán e Irak. ¿Por qué no pueden perder los dos? Los dos me parecen igual de equivocados. Los dos juntos han sido responsables de las políticas más desacertadas de la UE en sus 66 años de historia. Durante su liderazgo, la UE ha aprobado normativas que la mantienen atrapada en la edad de piedra digital, sobre todo la Ley de Mercados Digitales y el reglamento sobre inteligencia artificial. Junto con el reglamento de protección de datos, un acto de fanatismo regulador aprobado por la Comisión anterior, la lucha de la UE contra todo lo digital está empezando a tener repercusiones macroeconómicas. Las viejas industrias europeas ya no pueden competir con China, y no hay nuevos sectores en los que la UE pueda diversificarse, porque la Comisión ha erigido grandes barreras reguladoras.

A Francia y Alemania les esperan más conflictos en potencia. Si Friedrich Merz se convierte en canciller alemán, como parece cada vez más probable, su principal prioridad política en Europa será anular el plazo de 2035 para la venta de coches de combustión, revertir los aranceles a los coches chinos y retrasar los objetivos de reducción de emisiones de la UE que se avecinan. El sector de la automoción se enfrenta a una posible multa de 15.000 millones de euros, ya que va camino de incumplir los objetivos de emisiones de 2025. Los alemanes harán lo que sea para mantener a flote su maltrecha industria automovilística. La unidad de la UE no es su prioridad. Tampoco lo es la relación francoalemana.

Sospecho que Von der Leyen apoyará a Merz. Francia se resistirá, junto con Italia. Esta es la línea del futuro conflicto. Mario Draghi, ex primer ministro italiano, hablaba con franqueza a los líderes la semana pasada cuando pidió a la UE que revisara sus normativas y se abriera a las tecnologías del siglo XXI. Las últimas leyes de la UE no son solo invasivas y engorrosas, sino también incoherentes y, sencillamente, están mal redactadas.

Veo a la UE entrando en una era de declive secular, rezagada frente a Estados Unidos y China, las dos superpotencias del siglo XXI. Quizá sea demasiado pedir a la UE que se incorpore a la contienda. Pero durante el liderazgo de Von der Leyen la UE ha retrocedido. El informe de Draghi es más cortés en el tono que yo en esta columna, pero no menos condenatorio en su veredicto.

Von der Leyen define la prioridad política de la UE como el apoyo a Ucrania, lo que me parece un error. La UE no es una potencia militar y no puede entregar armas. Tampoco tiene poder para subir los impuestos o emitir deuda. Si no arregla la economía, no merecerá la pena unirse a ella.

Para los europeos que se alegran de la marcha de Breton, cuidado con lo que desean. En última instancia, se trata de una batalla entre dos perdedores, uno que ha quedado fuera de combate y otro que avanzará lentamente sin una estrategia durante cinco años más. No hay un vencedor.


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