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Columna
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Una falacia infecta Europa

El racismo sirve de argamasa para el resto de locuras ultranacionalistas. El gesto de Starmer de archivar el plan británico de deportaciones vale una legislatura

Menores migrantes
Una trabajadora de la Cruz Roja acompaña a dos de los menores que llegaron en un cayuco a El Hierro en septiembre.Gelmert Finol (EFE)
Xavier Vidal-Folch

Una falacia infecta a Europa: el odio a los inmigrantes, la xenofobia, el racismo. Sirve de argamasa a las demás locuras ultraderechistas: el hiperproteccionismo, el identitarismo nacionalista, el secesionismo, la subversión antiinstitucional.

El primer gesto de Keir Starmer en Downing Street vale ya una legislatura: archiva el plan de deportación obligada y masiva de inmigrantes a Ruanda. Es la gran aportación europea del instante en que avanzaba el antieuropeísmo. Procede, paradoja, del único país que abandonó la UE. Precisamente contra una presunta invasión migratoria: de fontaneros polacos.

Por eso Francia deberá estar a la altura de su gran vecino occidental y, con una fórmula u otra, remar en igual dirección. Por eso la Italia de la posfascista Giorgia Meloni se ha quedado huérfana. Pretendía copiar las deportaciones de Rishi Sunak, salvajes, iliberales, atentatorias contra los derechos humanos.

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Expulsar a los recién llegados a una Albania-prisión provisional y redireccionar allí los controles migratorios como sala de espera concentracionaria es ultra. Degrada el Estado democrático europeo. Deslocaliza sus funciones de orden público. Arriesga los derechos de las personas. Reedita el viejo colonialismo en versión 2.0. Y señaliza a la inmigración no como “solución” al envejecimiento y la falta de mano de obra en la UE, sino como conversión de un mero asunto en “problema” (inexistente): la acogida es asunto que exige políticas, vivienda, escuela, ambulatorios; idénticas a las que plantearía un aumento vegetativo de la población autóctona. Jamás un problema.

La excusa de que Albania es un “país seguro” en términos democráticos, homologable a la UE, es del todo cínica: si lo fuera, ya estaría dentro de la Unión. Y la condescendencia de Ursula von der Leyen a este dislate debe revertirse, o encontrar castigo en Estrasburgo: la no ratificación parlamentaria de su nombramiento al frente de la Comisión.

Igual repugnancia causa el atrabiliario ataque racista de Alberto Núñez Feijóo a los menores extranjeros no acompañados como supuestos objetos inanimados creadores de desórdenes. O su partido apoya en España el reparto interterritorial solidario de las cargas de la acogida, como hizo con el pacto migratorio europeo. O Feijóo dejará de ser conservador para convertirse en mayordomo de Le Pen, Abascal, Farage.

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