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Venezuela
Tribuna
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Edmundo, Nicolás y María Corina frente al espejo de la transición

Antes de mover las fichas en una sola dirección hay que despejar la pregunta más central de todas: ¿qué pasará el 29 de julio cuando el chavismo deba vérselas con el hecho de haber perdido un poder que ha usado y abusado por un cuarto de siglo?

Edmundo González y María Corina Machado, en una composición fotográfica.
Edmundo González y María Corina Machado, en una composición fotográfica.Lexi Parra / Gaby Oraa

Por fin, lo que hace ocho meses parecía imposible, hoy está casi a la vuelta de la esquina: habrá elecciones en Venezuela el 28 de julio, a menos que el gobierno de Nicolás Maduro le dé la tan temida y mentada patada a la mesa. En ninguna de las encuestas consideradas serias, el apoyo a Maduro supera el 30%, mientras que la ventaja del candidato opositor, Edmundo González Urrutia, oscila entre 20% y casi 40%. A menos que el chavismo logre que la mayoría de los votantes se queden en sus casas, parece evidente que se avecina una holgada victoria opositora.

Esta posibilidad hace que los sospechosos habituales orienten con mayor claridad sus apuestas: si hay una transición la economía venezolana podría duplicarse en seis o siete años, vaticinó el banco Barclay’s. Pero quizás sea un cálculo muy apresurado. Antes de mover las fichas en una sola dirección hay que despejar la pregunta más central de todas: ¿qué pasará el 29 de julio cuando el chavismo deba vérselas con el hecho de haber perdido un poder que ha usado y abusado por un cuarto de siglo? ¿Aceptará su derrota abriendo paso a un proceso de transición?

Creo que sí, pero como me dijo un operador político cercano a González Urrutia, lo hará de mala gana. Y será en ese momento, en el cual todas las fichas del juego político estarán realineándose de manera precipitada y caótica, cuando los tres actores más importantes de la hora –Edmundo González, Nicolás Maduro y María Corina Machado– se verán frente al reto más grande de sus vidas: iniciar una transición de gobierno pacífica que aleje a Venezuela de la dictadura y la devuelva al sendero democrático.

Aunque resulte odioso, incluyo a Maduro porque la transición será un espejo trifásico. Aun siendo el perdedor, Maduro mantendrá el poder hasta el cambio de gobierno en enero del 2025. Son seis meses en los que sin duda buscará negociar los mejores términos para su salida y la de su entorno. Pero González Urrutia y Machado serán los principales conductores de este proceso y es esencial que ambos estén coreográficamente alineados, lo que considerando la ideología y la visión política de cada uno no resulta nada obvio.

Hasta hace poco hablar de elecciones en Venezuela generaba respuestas que combinaban el desdén, el nihilismo y la burla. Si los votantes se han energizado tras un periodo de depresión y desesperanza inducida es gracias al fenómeno María Corina.

En realidad, lo que ha pasado es que Machado ha forzado un escenario de cambio que de desembocar en una transición podrá calificarse de milagro. Varios analistas coinciden en que el chavismo no tiene nada que ofrecer tras 25 años de promesas falsas o incumplidas, pero también concuerdan en que sobrevivirá gracias al llamado voto duro de sus creyentes más fieles. El anhelo y la esperanza de la población están de un solo lado: el de la oposición representada por Machado.

En ese sentido, no cabe duda de que María Corina es algo más que Edmundo, quien llegó a la candidatura de manera casi accidental, sencillamente porque no había nadie más que cuidara el puesto en la boleta de votación. Sin embargo, María Corina necesita a Edmundo González Urrutia para hacer realidad ese cambio. Y he allí una de las claves de lo que pueda pasar en Venezuela a partir del 29 de julio.

Hasta ahora, ambos políticos han estado unidos umbilicalmente por la meta común de derrotar a Maduro. Esa meta les ha dado consistencia y una extraña alquimia. Pero sería un error equiparar uno al otro.

El fenómeno Machado tiene contornos precisos. María Corina es una aguerrida política de derecha de estirpe thatcheriana en lo económico y social. Ha creado su marca política como la antítesis y el antídoto del chavismo y el autoproclamado socialismo del siglo XXI. Ese perfil se ha construido a lo largo de dos décadas y está hoy bien cimentado.

En cambio, el liderazgo de Edmundo no está claro. Este diplomático de carrera ha sido un operador político en la retaguardia y un funcionario de saco y corbata acostumbrado a navegar la academia y la burocracia pero poco fogueado ante los micrófonos o las masas.

Sus raíces políticas están profundamente ancladas en el periodo democrático venezolano (1958-1998) en el que se formó intelectual y políticamente y donde fue ministro consejero y embajador. Como cuadro político del partido Copei viene de una trayectoria de lucha social y negociación democrática, a diferencia de Machado, quien ha sido una protagonista de una época marcada por la polarización, la ausencia de diálogo y la confrontación. Su ideología socialcristiana lo acerca a la preocupación por la justicia y los menos favorecidos, al tiempo que la prédica de Machado hasta tiempos recientes abogaba de manera abierta por el individualismo, el liberalismo empresarial y el Estado mínimo, lo que queda bastante claro en su postura a favor de la venta de la petrolera Pdvsa, la principal empresa estatal venezolana.

Pero, además, no hay que perder de vista que María Corina y Edmundo son animales políticos de distintas especies. Mientras ella proclama “hasta el final”, él sugiere llegaremos hasta donde podamos, pero “con pies de plomo”, como le gusta repetir.

En suma, María Corina representa el ala radical de la oposición y es maximalista, mientras Edmundo es moderado y minimalista.

Y es crítico entender que estas diferencias son más de fondo que de forma para poder interpretar lo que podría emerger a partir de una victoria opositora con Edmundo como presidente, pero con María Corina como principal líder nacional. Estas visiones políticas son divergentes e incluso antagónicas, pero es necesario integrarlas, porque de ellas dependerá cómo se decida lidiar en una transición con el chavismo y sus herencias. Parte de esa herencia será un Estado cuyas principales instituciones, incluyendo el aparato burocrático y militar, permanecerán por un tiempo en manos chavistas.

Una Venezuela en transición de la dictadura a la democracia será un campo minado. El margen de error para operar en él es mínimo. Cada movimiento del nuevo gobierno debería estar dirigido a crear mayor gobernabilidad. O lo que es lo mismo: a gerenciar las grandes esperanzas, los miedos descomunales, las inmensas demandas y la insatisfacción popular larvada que se desatarán al día siguiente de la elección en un país con una profunda crisis económica y humanitaria. Y para garantizar la gobernabilidad en ese escenario, el nuevo presidente debería contar con una coalición fuerte y cohesionada, de la cual Machado será un actor protagónico.

El abogado y dirigente opositor Ramón José Medina, quien junto con González Urrutia y otros políticos de origen socialcristiano fundó el partido Mesa de la Unidad Democrática (MUD), del cual Edmundo es presidente y abanderado, anticipa un periodo de turbulencia: “Si gana Edmundo habrá tensiones entre su gobierno, los chavistas y sectores de la actual oposición más radical”. Pero al mismo tiempo, cree que su amigo tiene lo que hay que tener para conducir una transición. “Cuando fue embajador le tocó presenciar conflictos difíciles como la guerra civil en Argelia de 1992 y la crisis argentina del 2001. Es reflexivo, no se precipita ni es impulsivo. Veo que esta conducta le será muy útil si le toca llevar adelante un proceso de transición tipo Chile: que hay que manejar con mano izquierda y durante el cual habrá que tragar muchos sapos”.

¿Y Maduro? ¿En qué situación quedaría ante un cambio sísmico en la política venezolana? Todavía es pronto para asegurarlo, pero es obvio que tendrá también dificultades para mitigar las presiones de su entorno, especialmente del todopoderoso sector militar, y aplacar la furia del chavismo histórico ante una derrota. Sin embargo, si el objetivo de Maduro es elevar su credibilidad y legitimidad para negociar su salida en un escenario favorable y donde el movimiento político creado por Hugo Chávez goce de garantías políticas de cara al futuro, esta podría ser una mejor –tal vez la única– oportunidad.

La prudencia recomienda que no se dé nada por sentado. Pese a lo avanzado de la hora, cualquier cosa puede pasar, inclusive que no haya elecciones o que saquen del juego a Edmundo para provocar el caos. Aun así, hay que prepararse para gobernar, aunque a 36 días de la elección el horizonte siga borroso.

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