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COLUMNA
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Europeísmo supremacista

Está en marcha en la UE una OPA sobre la derecha convencional, previa destrucción de los cordones sanitarios

Simpatizantes de Reagrupamiento Nacional, el partido ultraderechista de Marine Le Pen, celebraban el domingo su victoria en las elecciones europeas en Francia.
Simpatizantes de Reagrupamiento Nacional, el partido ultraderechista de Marine Le Pen, celebraban el domingo su victoria en las elecciones europeas en Francia.Sarah Meyssonnier (REUTERS)
Lluís Bassets

En vez de salir de Europa o destruirla, ocuparla y cambiarla desde dentro. La lección del Brexit está aprendida. También la idoneidad del Parlamento Europeo como plataforma para experimentos disruptivos.

Ideas no faltan. Las distintas extremas derechas cuentan con las propias, cultivadas en sus ásperos combates contemporáneos, pero también con las heredadas de las ideologías pardas que hace cien años promovieron la construcción de una unidad europea totalitaria e imperialista, basada en la raza y la identidad cultural, hasta conducir a la guerra y la ruina.

Un europeísmo alternativo se ha instalado entre nosotros frente al que hemos conocido hasta ahora, posnacional, abierto a todas las identidades y organizado a partir de la cooperación intergubernamental y las transferencias de soberanía, los valores liberales y los derechos humanos. El nuevo es hostil a los inmigrantes, especialmente musulmanes, y se aferra a la única identidad que considera genuina, étnicamente blanca y culturalmente judeocristiana.

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Desde el pasado domingo, se ha hecho más explícita su impronta en la agenda de las políticas en curso sobre inmigración, seguridad o medio ambiente y más evidente su capacidad de alianza con la derecha convencional. Como Trump en Estados Unidos, que se ha apoderado del Partido Republicano, se diría que en Europa está en marcha una OPA sobre la derecha convencional, previa destrucción de los cordones sanitarios.

No es un fenómeno caído del cielo, sino que sus raíces se hunden en la historia. Dos recientes libros de sendos politólogos, el americano Robert Kagan (Rebellion: How Antiliberalism Is Tearing America Apart-Again) y el europeo Hans Kundnani (Eurowhiteness: Culture, Empire and Race in the European Project), han señalado las corrientes antiliberales siempre presentes pero sumergidas tanto en el Partido Republicano en Estados Unidos como en el consenso europeísta de Bruselas. Ambas tradiciones vienen del mismo pasado, el del esclavismo y el colonialismo del siglo XIX y el del segregacionismo racista y los fascismos del XX.

Muchas cosas han cambiado desde entonces. Alemania no volverá a las andadas. No hay colonialismo, pero persisten una cierta añoranza y no pocos instintos excluyentes respecto a quienes fueron colonizados y sus descendientes. El antisemitismo, que definía a los nacionalismos más agresivos y condujo al Holocausto, ha sufrido una inquietante metamorfosis, pues son las izquierdas anticoloniales quienes lo abanderan, mientras las extremas derechas militan en el anti-antisemitismo y en favor de Israel.

Permanece, en cambio, una genuina pulsión nacionalista, naturalmente blanca y cristiana, elevada ahora al ámbito europeo y alimentada por el mito conspiranoico de la Gran Sustitución, la fantasía ultra sobre el proyecto de sustitución de la población autóctona por migrantes de piel oscura y religión musulmana hasta la destrucción de la identidad europea.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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