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Columna
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Resaca de móvil

Me levanto tarde y cansada, con dolor de cabeza y ganas de café. Antes confesaría aquí la dirección de mi casa que las horas que pasé conectada

Un hombre consulta en la cama las redes sociales en su teléfono.
Un hombre consulta en la cama las redes sociales en su teléfono.EmirMemedovski (Getty Images)
Delia Rodríguez

Me levanto tarde y cansada, con dolor de cabeza y ganas de café. Me acosté de madrugada y tengo resaca de móvil. ¿Cuánta? Antes confesaría aquí la dirección de mi casa que la cantidad de horas que pasé conectada. Hay una aplicación en todos los Android que lleva la cuenta de la vergüenza, se llama “Bienestar”, pero el nombre es una broma, como cuando llamamos El Mudo al que más habla del pueblo. Me autocastigo sumando el número semanal, mensual, anual. Es tan alto que debería cotizar para la jubilación.

A este malestar moderno, a estas pocas ganas de hacer nada excepto seguir hundiéndote en aquello que te lo ha provocado, lo llamo resaca de móvil, pero podría haber rescatado una vieja y bonita palabra griega, acedía. En la Ilíada, Homero la usó con el significado de “falta de cuidado”, y supongo que era antónima de lo que ahora llamamos “autocuidado”, es decir, beber agua, usar protector solar, pasear, respirar y, en general, dejar de tratarte a ti misma como a una adversaria. ¿Siento yo acaso acedía esta mañana, como el cadáver de Héctor abandonado a las bestias ante las murallas de Troya? ¿Me duele la nuca de mirar TikTok como si Aquiles me hubiera atravesado con su lanza desde la garganta? Qué bien nos conocen los clásicos.

Con los años, la acedía fue acercándose al abatimiento, el hastío o la apatía hasta convertirse en un pecado moral. En los rankings de debilidades capitales le ganó la pereza, pero no son sinónimos, porque es más bien su consecuencia. Los monjes la llamaban “el demonio del mediodía”, porque nos atrapa en mitad de la jornada, “cuando la fatiga está en su ápice y las horas que nos esperan nos parecen monótonas, imposibles de vivir”. Esto no lo he dicho yo, sino la máxima autoridad competente en vicios, el papa Francisco, en su audiencia del Miércoles de Ceniza.

La resaca de móvil no es metafórica, sino literal. Se debate últimamente su influencia en la salud mental cuando está clara su relación con problemas físicos y del sueño, como si cuerpo y alma estuvieran separados. Media España le dedica al móvil de una a cuatro horas diarias, y el 14% de cuatro a ocho, según una encuesta de Statista. Es posible sufrir tensión en los ojos y la cabeza, dolores en músculos y articulaciones, en manos, brazos, espalda y cervicales. Sabemos que eleva el cortisol, la hormona del estrés, y que apuntarse a los ojos con luz azul interfiere con la melatonina, reguladora de los ciclos de sueño y alimentación, y también con la dopamina, implicada en los circuitos de recompensa y motivación. En nuestro país, el 80% de los adultos jóvenes usa pantallas en la cama, durante unos 50 minutos. Solo uno de cada cuatro cree dormir bien, cuando los efectos de la falta de sueño son devastadores.

Si sabemos todo eso, ¿por qué no alejamos el móvil tras la cena? Siempre me ha parecido muy poético el aviso que a veces suena en las estaciones: “Atención, un tren puede ocultar otro”. Sin duda, tenemos un ferrocarril enorme delante, pero habría que ver cuál es el otro inmenso tren que tapa la distracción permanente y su malestar posterior. ¿Por qué, además, lo retroalimentamos con cafeína, descontento e irritabilidad en un bucle infinito de insatisfacción? ¿A qué dedicábamos antes esa energía perdida? En su discurso, el Papa dijo también que “el demonio de la acedía quiere destruir precisamente esta sencilla alegría del aquí y ahora” y —aunque él habla de otra cosa y no comparto en absoluto sus ideas— ahí hay una pista sobre nuestro autoboicot.

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Sobre la firma

Delia Rodríguez
Es periodista y escritora especializada en la relación entre tecnología, medios y sociedad. Fundó Verne, la web de cultura digital de EL PAÍS, y fue subdirectora de 'La Vanguardia'. En 2013 publicó 'Memecracia', ensayo que adelantó la influencia del fenómeno de la viralidad. Su newsletter personal se llama 'Leer, escribir, internet'.
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