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Tribuna
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El abrazo del dragón rojo

El futuro de Europa se juega en cómo incidir en un nuevo orden internacional en el que China ha de ser protagonista

El presidente ruso, Vladímir Putin (en primer plano) y el presidente chino, Xi Jinping, se abrazan tras su reunión el pasado día 16.
El presidente ruso, Vladímir Putin (en primer plano) y el presidente chino, Xi Jinping, se abrazan tras su reunión el pasado día 16.Mikhail Metzel (via REUTERS)

Cuando finalizaba la visita de Vladímir Putin a Xi Jinping el pasado 16 de mayo, el mandatario chino, por propia iniciativa, abrazó al líder ruso como despedida. En diplomacia, los gestos son esenciales. Entre potencias, como China y Rusia, no se dejan al azar. Ese abrazo no fue una simple despedida cordial, sino la bendición explícita de una alianza “indestructible” y “por mucho tiempo”. Un abrazo, como el del francés Charles de Gaulle al alemán Konrad Adenauer, en 1963, con el que se selló la reconciliación franco-alemana y se superaron diferencias históricas de países tradicionalmente enfrentados. En plena guerra de Ucrania tras la invasión de Rusia en 2022, y un Occidente vigilante ante la “ambigüedad china”, esa imagen cobra aún más trascendencia.

Hace décadas, no obstante, que el gigante asiático tiene vida propia. Hoy, China es ya la primera potencia económica en términos de paridad de poder adquisitivo, aunque la hegemonía estadounidense resista en términos absolutos. Su crecimiento ha sido impresionante y su influencia económica, a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (nueva ruta de la seda), en otras zonas del globo —Asia, África y Europa— no ha parado de crecer. En términos militares, el Ejército Popular de Liberación ha incrementado sus capacidades tecnológicas y de defensa sustancialmente. Desde sus misiles hipersónicos, pasando por los aviones de combate de quinta generación, hasta sus capacidades cibernéticas y un cuerpo específico para la guerra espacial, el Ejército chino es uno de los más importantes del mundo.

Además, en plena reconfiguración del sistema energético mundial, China se ha convertido en líder en la producción e instalación de energías renovables, siendo el mayor fabricante de paneles solares del mundo. La alianza ruso-china tiene un innegable componente energético, habiendo sustituido China a Europa en los últimos años como principal importador del gas natural ruso.

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Todo ello no ha sido fruto del azar, sino que se ha visto impulsado por un capitalismo intervenido, promovido por el nacionalismo económico chino (herencia de Mao Zedong) y apoyado en la figura del empresario patriota durante varias generaciones.

Desde la que fuera residencia de Mao Zedong en 1949, lidera este proceso el gran nombre propio de la política china del siglo XXI: Xi Jinping. Su padre, Xi Zhongxun, fue un eminente cuadro de la primera generación comunista, que fue condenado al ostracismo junto con su familia durante la Revolución Cultural. El joven Jinping pasó de ser criado como un príncipe rojo a convertirse en paria. Para reingresar en el Partido Comunista tuvo que renegar de su padre e intentarlo hasta una decena de veces. Posteriormente, protagonizó un ascenso lento, pero constante: de secretario raso de su brigada territorial hasta la presidencia del país. Tras la denuncia de la corrupción y burocratización interna y su purga correspondiente en el segundo partido político más grande del mundo, ya estaba preparado para ser “el nuevo Mao”.

Con ese objetivo, no solo eliminó la limitación de mandatos de la Constitución para poder ser elegido a perpetuidad, sino que, a diferencia de Deng Xiaoping y la vía del capitalismo, se empeñó en consolidar una gran clase media sobre la que apoyar la estabilidad del país. Ese título de heredero no sería un exceso retórico, sino que expresa los tiempos en los que trabaja el gigante asiático: 2049, el año del centenario de la República Popular, sería el momento para alcanzar la hegemonía mundial.

Su reciente gira europea, en el eje París-Budapest-Belgrado, a menos de un mes de las elecciones europeas, genera multitud de interrogantes y nos interpela como europeos: ¿cuál puede ser el papel de Europa a la hora de construir la paz y la estabilidad en el mundo? ¿Qué alianzas económicas y energéticas se pueden establecer con China ante las tensiones geopolíticas? ¿En qué lugar quedan en las conversaciones los derechos humanos, las graves violaciones de estos contra la minoría nacional uigur, y los principios democráticos? En definitiva, la pregunta es qué significa concretamente la autonomía estratégica europea y tener una voz propia en el mundo en el que vivimos.

El abrazo de Xi Jinping y Putin no es solo el símbolo de una alianza, sino que supone todo un desafío a Occidente y, en particular, a Europa. Más allá de la cooperación militar entre el Dragón rojo y el Oso ruso, el riesgo para Europa supone quedar aislada de decisiones globales importantes, quedar atrapada entre los muros de una nueva Guerra Fría.

A una Europa, amenazada por la guerra como no se veía desde la Guerra de los Balcanes y atravesada por multitud de conflictos internos, le toca reevaluar sus pasos, reforzar sus alianzas y construir una voz propia en el mundo. Porque el tiempo del viejo orden internacional ha pasado. Paradójicamente, al occidentalizarse, China ha provocado la desoccidentalización del mundo. La idea de Europa se juega hoy en su capacidad de incidir en la construcción de un nuevo orden internacional, del que China será indiscutiblemente protagonista.

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