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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Las lecciones antifascistas de Eco y Fenoglio

En la semana del aniversario de la liberación de Italia y de la Revolución de los Claveles merece la pena fijar la mirada en lo que nos dicen el autor citado por Pedro Sánchez y el gran escritor de la Resistencia italiana

Umberto Eco, en la Universitad de Burgos, en 2013.
Umberto Eco, en la Universitad de Burgos, en 2013.Cristóbal Manuel
Andrea Rizzi

El pasado jueves se celebraron los aniversarios de la liberación de Italia del nazi-fascismo y de la Revolución de los Claveles en Portugal. El mismo día, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, publicó una sorpresiva carta anunciando que pondera si continuar o no al frente del Ejecutivo, denunciando “una coalición de intereses derechistas y ultraderechistas que no toleran la realidad de España, no aceptan el veredicto de las urnas” y señalando la “máquina del fango”, un concepto de Umberto Eco. Precisamente un 25 de abril, de 1995, Eco pronunció un célebre discurso, El fascismo eterno, en una conferencia organizada por la Universidad de Columbia. En una semana como esta, y en medio de un considerable auge de fuerzas de ultraderecha en Europa, merece la pena fijar la mirada sobre algunas lecciones antifascistas.

En su discurso, Eco dijo multitud de cosas merecedoras de interés. La idea de fondo es que el fascismo, al contrario de otras dictaduras derechistas, no tenía una ideología monolítica y coherente, era más bien un conglomerado de ideas e instintos dispares, a veces incluso contradictorios. Mussolini tenía más retórica y estética que ideología. Eco nos alerta de que, caído el régimen, cambiada la historia, pueden seguir vivas “maneras de pensar y sentir, hábitos culturales, una nebulosa de instintos oscuros y de pulsiones insondables” que estaban detrás del régimen. Ese conjunto gaseoso de instintos es lo que da a los conceptos de fascismo y antifascismo una dimensión más universal que otros regímenes o movimientos, como el nazismo, el franquismo, los ustachas, etc., con rasgos propios que los hacen experiencias muy específicas, difícilmente exportables. Eco señaló algunas de esas pulsiones universales de las que el fascismo fue catalizador pionero: culto a la tradición, rechazo al modernismo, considerar el disenso como una traición, miedo a la diferencia, apelación a las clases medias frustradas, obsesión con los complots, machismo. ¿Les suenan?

Hay reverberaciones. A la vez, importantes diferencias. Las fuerzas ultraderechistas contemporáneas no tienen nada que ver con el fascismo mussoliniano por cuanto no recurren a la violencia, no impugnan directamente la democracia, no son imperialistas. Hay además diferencias consistentes entre ellas mismas. Pero al margen del debate sobre la etiqueta —en definitiva, si dominan los rasgos que se repiten o los elementos de diferencia— no se puede obviar que en ellas se detecta parte de la nebulosa de instintos oscuros de la que habló Eco, con el riesgo que representan para la calidad democrática. Hay que estar en alerta. Hemos visto lo que han hecho o intentado hacer Trump, Orbán, Kaczynski o Bolsonaro. Meloni no es igual que Orbán, pero aparecen gestos de hedor insoportable, como la censura a Antonio Scurati en la RAI, precisamente para hablar de fascismo y antifascismo con ocasión de la fiesta de la liberación.

¿Cómo afrontar ese peligro? Algunas pistas interesantes para diseñar una estrategia de resistencia pueden encontrarse en la vida y la obra de Beppe Fenoglio, el gran escritor del antifascismo italiano. Fenoglio es menos conocido que otros autores italianos nacidos en el primer cuarto del siglo XX, como Cesare Pavese, Italo Calvino, Natalia Ginzburg o Pier Paolo Pasolini. Quienes conocen su obra, saben de su calidad estelar. Fenoglio combatió como partisano antifascista, y su narrativa se centra en la resistencia y en la vida campesina. Calvino escribió lo siguiente —en una prefación de 1964 a su Sendero de los nidos de araña— a propósito de la novela breve de Fenoglio Un asunto privado: “Fue el más solitario de todos quien logró escribir la novela que todos habíamos soñado, cuando ya nadie se lo esperaba, Beppe Fenoglio (…) El libro que nuestra generación quería hacer, ahora existe”. En Un asunto privado, señala Calvino, “hay la resistencia tal y como era, verdadera como nunca se había descrito, conservada durante tantos años cristalinamente en la memoria fiel, y con todos los valores morales, tanto más fuertes cuanto más implícitos, y la conmoción, y la furia”.

¿Y cómo era esa resistencia antifascista? Transversal. En las páginas de Fenoglio —por ejemplo en El partisano Johnny— se ve bien esa coagulación complicada de izquierdistas, democristianos y liberales que luchan contra un mismo enemigo. Hay fricciones entre ellos. Pero las aparcan. El propio Eco, en su discurso, evoca su recuerdo de niño de “partisanos con distintos pañuelos”, o la admiración por un partisano que resultaría ser un derechista monárquico (Edgardo Sogno, Franchi en su nombre de batalla). ¿Y qué más da?, pregunta Eco. Luchaba contra los fascistas. “La liberación fue un emprendimiento común de gente de distinto color”, escribe. La transversalidad, la amplitud del rechazo, es fundamental. Porque la alternativa es una bipolaridad que no aísla la nebulosa.

El escenario de hoy es completamente distinto del de entonces, no es tan dramático, y sin embargo sigue siendo deseable una amplia unidad frente a las ultraderechas, impedir que erosionen la democracia, que contaminen el debate público. Quienes se asocian con ellas, la historia les juzgará. Cargan con una responsabilidad gravísima. Pero desde el ámbito progresista hay que entender que, si realmente se cree que estamos ante una amenaza seria —y lo estamos— toca estar dispuestos a hacer concesiones sustanciales. No se puede simplemente estar sentados en la altura moral y pretender que las derechas europeas renuncien sin más a la que se ha convertido es en muchos casos la única vía de la que disponen para ejercer el poder. La solución duradera no es un bloque presuntamente virtuoso con tres votos más que un bloque presuntamente intragable. Es una democracia sellada ante el fascismo eterno de Eco. Esa requiere compromiso, renuncias, no solo indignación.

En cada sistema político debería alimentarse un debate específico sobre cómo frenar la ultraderecha, contemplar pactos de Estado, praxis de conformación de gobiernos nacionales o locales y otros mecanismos en los que cada cual debe hacer concesiones para evitar que ese mal mayor avance. Si el precio del aislamiento de los ultras solo lo tiene que pagar una parte, la comunión de intenciones no será estable. En Portugal, donde un turbio asunto judicial forzó la dimisión del primer ministro sin que meses después haya aparecido ninguna prueba sólida, van por el buen camino en cuanto a altura de espíritu político. En otros países, no. Desgraciadamente, parece haberse llegado a una bipolaridad insuperable, en la cual, en uno de los bandos, incuba la nebulosa de instintos de Eco. Llegados a ese punto, por supuesto hay que resistir ante los abusos que de ella proceden. También reflexionar si se contribuyó a ella, y si hay una manera de superarla.

La segunda reflexión es acerca de esa búsqueda solitaria, de la memoria cristalina y de la contención de los valores morales de las que habla Calvino. Porque en todo esto debe haber una dimensión de acción colectiva —como la resistencia partisana en las colinas— pero esta no puede aniquilar el criterio propio, la búsqueda del camino personal, el espíritu crítico. Calvino nota que fue quien humana y literariamente no estuvo en el grupo, quien vivió apartado en las colinas piamontesas después de la guerra, quien persiguió una senda artística propia alejado de los demás, aquel que alcanzó la altura. Y necesitamos altura, una suma de alturas, y memoria cristalina. No será el gregarismo, no será el cierre de filas acrítico lo que nos sacará del hoyo en el que nos encontramos. De entrada, en quienes en las derechas se tapan la nariz y pactan con los ultras. De forma subsidiaria, en quienes en las izquierdas durante largos años han parecido más interesados en sacar partido del problema polarizando que en solventarlo.

No es un caso que el premio Skytte en Ciencias Políticas entregado a Jürgen Habermas fue motivado señalando que su trabajo ha recordado “constantemente, teóricamente y empíricamente, que el verdadero riego vital de la democracia depende de la capacidad humana y de la disposición a respetar los demás a través de acción comunicativa y sobre esa base involucrarse en el debate y la argumentación crítica”. Lo anunciaron el 25 de abril.

Y sí, necesitamos valores morales. Pero contenidos, brillando como ejemplo en los hechos, no en la palabrería hueca y altisonante que invade el discurso público. Hechos tal y como aparecen en la narrativa de Fenoglio, menudos, pero titánicos, pequeños destellos de acción que lo dicen todo, tanto más que cierta retórica simple que —queriéndolo o no— solo separa y encona. En las maravillosas páginas de Fenoglio, en ese apego inquebrantable a los valores, a la memoria y a la contención del lenguaje y del espíritu, hay respuestas que siguen válidas.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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