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LA BRÚJULA EUROPEA
Columna
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Urge valentía europeísta hoy para no ser vasallos mañana

La Unión Europea necesita un salto integrador sin parangón desde su fundación. No hay alternativa posible. No servirán los Estados-nación

bruselas
Enrico Letta junto a Ursula von der Leyen el pasado jueves en Bruselas.Johanna Geron (REUTERS)
Andrea Rizzi

La Unión Europea necesita con urgencia emprender un salto de integración sin parangón desde su fundación. El turbulento devenir del mundo lo impone como una tarea imprescindible para defender los intereses de sus ciudadanos.

El salto integrador es la única opción disponible para evitar que los países europeos queden a la merced de los designios de un Estados Unidos imprevisible, de una China que avanza hacia el control de elementos esenciales de la vida moderna, de una Rusia desatada en un delirio de violencia. Para no quedarnos atrás y dependientes de los punteros, no quedarnos inertes y rendidos ante los violentos. Para no ser vasallos de nadie.

El salto es, en realidad, la confluencia de muchos saltos a la vez. Todos ellos requieren nuevas, importantes, cesiones de competencias del nivel nacional al comunitario.

En primer lugar, hace falta construir la nueva autonomía estratégica de la UE. Esto significa impulsar una política de Defensa común y una política industrial mucho más ambiciosa de la que disponemos. Desde grandes buques militares hasta microchips avanzados, desde paneles solares a la inteligencia artificial, debemos garantizarnos no depender en exceso de otros en asuntos clave. No es solo una cuestión productiva. También lo es de fomento a la innovación, de construcción de infraestructuras adecuadas, de conexiones energéticas y de transportes. Conseguir esto será difícil e, incluso en el mejor de los casos, será lento, mientras los demás ya corren. Por ello es urgente actuar.

En segundo lugar, es fundamental perseverar en las transiciones verde y digital. Estas áreas se solapan en parte —por lo que tiene a que ver con tecnologías punteras en esas áreas— con la anterior. Pero solo en parte. Es esencial que la acuciante necesidad de autonomía estratégica no desvíe atención y fondos de estas prioridades en los aspectos que no son estratégicos. Esto es tan urgente como lo es frenar el cambio climático o tener un entorno educativo y productivo digitalizado en los mejores estándares: competitivo.

Todo esto requerirá dotar a la UE de nuevas prerrogativas y requerirá cuantiosos fondos. Para ello es necesario construir un verdadero mercado único de capitales que permita un mejor flujo del dinero hacia donde es estratégico. En Europa hay ahorro, pero no fluye bien, porque sigue habiendo elementos de compartimentación nacional. Pero incluso lograr avances sustanciales en eso no será suficiente. Los dos bloques anteriores requerirán cantidades descomunales de dinero. No todos los países miembros están en condiciones de sufragar nuevas inversiones o subsidios de calado. Salvo que se asuma el riesgo de un quiebro del mercado único, hace falta dinero comunitario. Así que serán oportunas nuevas iniciativas de emisión de deuda.

Hay un tercer salto: el de la ampliación. Esta es necesaria. Por el bien de millones de europeos que anhelan entrar, que no quieren quedarse a la intemperie. Georgia y Ucrania dejan claro qué significa quedarse a la intemperie. Pero también por nuestro propio interés, porque ya está claro también qué significa dejar zonas grises en Europa. Otros entran ahí. Y los problemas acaban llegando a la UE. Esto requerirá no solo que los aspirantes hagan sus deberes. La UE también debe hacerlos. Ya muestra disfunciones, y peores serían tras una ampliación. Hay que reformar la arquitectura institucional, y dentro de ella reducir las áreas de voto sometidas a vetos. También hay que rediseñar los presupuestos.

Todo esto es de una extraordinaria dificultad. Cada uno de estos puntos afronta más que plausibles objeciones. Habrá mil problemas. Pero ese es el camino, no hay alternativa posible. No servirán los Estados-nación. No servirá tampoco proceder con pequeños avances incrementales. Hace falta un salto valiente. El mayor desde la fundación, porque concierne competencias estratégicas, precisamente aquellas que hasta ahora los Estados no había querido ceder. El mercado único fue un paso enorme. La zona monetaria común, también. La ampliación al Este, fundamental. Lo que hace falta ahora es tan profundo y poliédrico que hay argumentos para sostener que sería lo más transcendental en la historia común. Para dar ese salto, hace falta antes un gran debate en la opinión pública.

Esta semana, dos ex primeros ministros italianos, Mario Draghi y Enrico Letta, al que las autoridades europeas han encargado sendos informes sobre la competitividad de la UE y el mercado interior, han apuntado en esta dirección. El primero con un discurso en el que ha ido adelantando el espíritu de su informe: hace falta un cambio radical, dijo. El segundo, presentando a los líderes las conclusiones de su trabajo. Ojalá las sociedades europeas logren conectar con este ámbito de reflexión.

En el caso español, esas palabras quedaron casi sepultadas debajo de la tupida manta de las cuestiones nacionales, regionales y unas pocas internacionales que afloran en la medida en que convengan a intereses partidistas. Ojalá el debate logre en algún momento evadirse de esos corsés. Que el foco se aleje de los profetas de las patrias pequeñas y egoístas, de aquellos de la Europa de las naciones, de aquellos que obligan a mirar al pasado porque lo abordan de forma perversa tan solo para no perder votos, y de aquellos que pisotean constituciones y estatutos llenándose la boca con la palabra derecho. Todos ellos tristemente protagonistas en la España contemporánea. Todos los niveles de Gobierno son importantes. Pero el futuro de Europa se decide hoy en el comunitario más que en ninguno.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).
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