Sin arena en las playas se acaba el mundo
La erosión del litoral español es una tragedia cañí y un símbolo que anuncia el fin de una época, la más próspera y despendolada de la historia del país
Se nos amontonan las señales del apocalipsis. Son ya tantas, que la bronca española cotidiana, enardecida por las campañas vasca y catalana, suena banal, casi de patio de colegio. Entre el segundo advenimiento de Trump, las dos guerras que se desbordan y lo que te rondaré, los profetas del apocalipsis andan haciendo horas extras y con síndrome de burnout. Cuesta elegir un síntoma de acabamiento que dé la medida profunda del derrumbe.
¿Quién va a fijarse en la erosión de las playas españolas? No estamos para prestar atención al chiringuito y a las tumbonas, aunque el sol de abril ya acompaña. Y, sin embargo, yo no encuentro en España un síntoma más definitivo de que el mundo de hoy se funde en ayer que la desaparición de las arenas del litoral. No es un fenómeno nuevo. Hace al menos veinte años que muchas playas existen porque se rellenan en invierno. Sin una inversión millonaria, que cada vez requiere más recursos, muchos paseos marítimos se asomarían a un roquedal, y los municipios playeros no recibirían el dinerito de los veraneantes. Este año la situación es crítica en muchos lugares, especialmente de Cataluña: hace falta tanta arena que no hay para todos. Los arenales se achican, los bañistas se compactan, tocando a menos metros cuadrados, y los chiringuitos retroceden.
Desde que el alcalde de Benidorm viajó a El Pardo en 1953 montado en una vespa para pedirle a Franco que relajase la prohibición de bañarse en bikini para atraer así a los guiris, España ha vivido asomada al mar. A él encomendó su milagro desarrollista, con Fraga emergiendo de Palomares cual sireno, y de él ha seguido viviendo en democracia hasta hoy mismo, con el auge y caída de Marina d’Or como resumen de un sueño yeyé transformado en pesadilla de zombis. Las arenas menguantes son una tragedia cañí y un símbolo que anuncia el fin de una época, la más próspera y despendolada de la historia del país. Sin playas, se acabó la España que conocimos. Nos replegaremos al interior, como cuando los piratas bereberes asaltaban las costas.
La alerta por falta de arena llega en un momento inoportuno. Hay tanto ruido en el mundo, que muchos se enterarán este verano, cuando lleguen a su pueblo marinero y descubran que ya no pueden clavar la sombrilla donde solían. A lo mejor no le dan importancia. ¿A quién le importa algo tan tonto? A nadie, claro. Quizá a los novelistas de mañana, que empezarán contando el fin del mundo de ayer con el cierre de un chiringuito sumergido en el mar.
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