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El doble rasero que todos usan

La pérdida de autoridad moral de EE UU y la UE se traduce en debilidad política dentro de la nueva correlación internacional de fuerzas

Protesta frente a la Embajada de Estados Unidos en Tel Aviv para poner fin al conflicto en Gaza y liberar a los rehenes israelíes secuestrados por Hamás, este sábado.
Protesta frente a la Embajada de Estados Unidos en Tel Aviv para poner fin al conflicto en Gaza y liberar a los rehenes israelíes secuestrados por Hamás, este sábado.Hannah McKay (REUTERS)
Lluís Bassets

Doble en todo, incluso en su doblez. Denunciada en el adversario y practicada con desvergüenza. Perfecta conjunción de hipocresía y de cinismo. La paja en el ojo ajeno. La ley del embudo. Quien esté libre de pecado… Es la especie humana, tan bien calada por la vieja sabiduría. Habrá excepciones, discretas como suele ser la virtud. El vicio se exhibe con descaro y se reivindica para vestir mejor su perversidad. Ahí está la Nicaragua despótica y criminal de Daniel Ortega, que denuncia a Alemania por complicidad con un genocidio. O la república feminicida de los ayatolás, que se escuda en la causa palestina para apagar las protestas interiores y eludir sus responsabilidades en sus crímenes exteriores. Véase el atentado en la Asociación Mutual Israelita Argentina de Buenos Aires, ese crimen de lesa humanidad reconocido esta semana por la justicia, e impune 30 años después, en el que perecieron 85 personas y 300 fueron heridas por el mero hecho de ser lo que eran.

También es doble el efecto. Moral, en el desaliento de la gente, y político, en el desprestigio de las democracias, la regla de juego y las instituciones internacionales. Proporcional al poder de cada uno: mayor para Roma que para una pequeña secta, para una superpotencia que para una ínfima y miserable dictadura.

Con Estados Unidos y la Unión Europea en primer plano, espejos de una ejemplaridad quebradiza, empañados por la doblez de sus políticas, la arrogancia e inconsistencia de sus acciones o su incapacidad innata para confrontarse con la pervivencia de las atrocidades de su pasado. Su pérdida de autoridad moral se traduce en debilidad política dentro de la nueva correlación internacional de fuerzas. De ahí sacan sus rentas Putin y Xi Jinping, Hamás y Netanyahu.

Ya nadie puede admitir que un Occidente que se pretende virtuoso, democrático y liberal organice el orden mundial y dé lecciones al resto del mundo, señalado como despreciable, autoritario e iliberal. Son elocuentes las guerras de Ucrania y Gaza comparadas. Iguales en la muerte y en el sufrimiento, pero distintas en la solidaridad internacional, el suministro de armas, el peligro de ambas escaladas y las divisiones que suscitan en las opiniones públicas occidentales. Y aún más elocuente la comparación con las guerras libradas bajo una sordina mediática en Sudán, Etiopía o Myanmar.

A nada bueno conduce esa ceguera selectiva que solo ve los crímenes ajenos. Ni un universo dividido en los hemisferios del bien y del mal, nosotros y ellos, como si fueran dos categorías arcangélicas, sin causa ni origen, sin responsabilidades terrenales. Menos todavía la altivez de quienes se sitúan por encima de cualquier regla de juego gracias a remotas leyendas.

Sin grandes dosis de hipocresía y de cinismo no se puede vulnerar tan impunemente la legislación internacional. Corresponde defender a la vez a Israel y a Palestina, rechazar tanto a Jamenei como a Netanyahu.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).
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