Nos queda Portugal
Las elecciones del domingo han cambiado el panorama, pero nuestro país vecino lleva tiempo emitiendo señales que deberíamos escuchar
Los progresistas españoles solían recurrir al “menos mal que nos queda Portugal”. Pues era lo más parecido al ideal: una república (no monarquía) ibérica con mayoría absoluta (no relativa) de los socialistas y una extrema derecha arrinconada. Las elecciones del domingo han cambiado el panorama, pero nuestro país vecino lleva tiempo emitiendo señales que deberíamos escuchar. Portugal es el mejor maestro para España, y viceversa, simplemente por nuestra cercanía, que es una variable que despreciamos al buscar ejemplos con quienes compararnos. Preferimos mirar a naciones más al Norte, obviando las múltiples diferencias histórico-geográficas que nos separan. El mejor modelo a seguir en la vida es una hermana o un primo, no los lejanos Elon Musk o Taylor Swift.
La pareja España-Portugal me recuerda a Suecia-Noruega. El Goliat peninsular que es superado por el diminuto David: Noruega adelantó en renta per cápita a Suecia hace unos cuantos años y, según la OCDE, Portugal lo hará con España en unas décadas. Esos sorpassos entre vecinos son, en parte, el resultado de que la nación pequeña aprende de la grande (para empezar, su idioma; pero, luego, sus políticas exitosas) mientras esta, vanidosa, le da la espalda y mira a las “potencias europeas”. Y, sobre todo, a su propio ombligo.
En política, Portugal nos ofrece dos lecciones importantes. La primera es que el lenguaje hiperbólico palidece ante un desempeño económico sensato. Hace una década, la derecha portuguesa trató de desprestigiar el acuerdo entre los socialistas y la izquierda radical (el Bloque de Izquierda y los comunistas) calificándolo de geringonça (galimatías). En teoría, el país se encaminaba al desastre porque el Gobierno pactaba con formaciones antisistema que hablaban de salir de la OTAN, dejar el euro o no pagar la deuda. Pero, en lugar del apocalipsis, resulta que el Gobierno de Costa manejó bien los retos económicos y la ciudadanía se lo agradeció con una mayoría absoluta en 2022 —que fue tan sorprendente para la opinión pública y publicada portuguesa como la victoria de facto de Sánchez el 23-J—. La gestión se impone a la exageración. Señor Feijóo, tome nota.
La segunda es que la gente puede perdonar casos esporádicos de corrupción, pero castiga a un Gobierno en el que, aunque su máximo dirigente no se haya enriquecido personalmente, se reproducen conductas irregulares en varios puntos y no se explica con transparencia qué mecanismos sistemáticos permitieron esa podredumbre y cómo limpiarla. Señor Sánchez, tome nota.
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