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Columna
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La ciudad y los días

Los cambios se producen de forma más o menos paulatina. Resultan, sin embargo, bruscos o llamativos para los ausentes que un día o de uvas a peras visitan su lugar de procedencia

Vista de una obra en el barrio de Riberas de Loiola de San Sebastián (Gipuzkoa).
Vista de una obra en el barrio de Riberas de Loiola de San Sebastián (Gipuzkoa).Javier hernández

He oído la afirmación en multitud de ocasiones. Las ciudades son organismos vivos que evolucionan, se transforman y tal. Algo parecido suele decirse de los idiomas, a menudo por boca de hablantes convencidos de que sus errores algún día alcanzarán rango de normativos. Lo que subyace a todo esto no es más que la vieja y comprobada certeza de que todo lo humano es pasajero. Compara uno el país en que nació hace seis décadas y media con ese mismo país de nuestros días y, francamente, las diferencias son abismales, pese a lo cual, algunos opinantes que aún no habían nacido entonces insisten en que todo sigue igual. Los cambios se producen de forma más o menos paulatina. Resultan, sin embargo, bruscos o llamativos para los ausentes que un día o de uvas a peras visitan su lugar de procedencia. Me refiero a los emigrantes, a los exiliados donde los haya y tal vez, aunque por fortuna carezco de experiencia en la materia, a quienes pasaron largo tiempo recluidos en prisión. Cada vez que vuelvo a mi ciudad natal, constato cambios. Al principio padecía ráfagas de nostalgia por dicho motivo; pero, con el tiempo, también se ha curado uno de eso. Cierran los llamados comercios de toda la vida, se abren nuevos. Derribaron el edificio aquel donde vivía un amigo o un pariente, levantaron en su sitio otro de oficinas o un hotel. Preguntas por fulano y te dicen: “¡Jesús, hace lo menos tres años que lo enterraron!” El edificio de mi colegio ya no existe. Me gustaba visitarlo, pisar de nuevo el patio de cemento con porterías de balonmano, el frontón donde jugábamos a pala hasta que se hacía de noche y ya no veíamos la pelota. Van quedando cada vez menos elementos del paisaje urbano capaces de suscitar antiguas sensaciones. La ciudad, menos mal, conserva el nombre, la bahía, las olas contra las rocas y unas cuantas fachadas donde se refugian, adheridos, los últimos recuerdos.

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