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Columna
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Rafael Narbona y la felicidad

Veo un corazón limpio en el empeño del escritor por ponerle cimientos a la esperanza y en reconocerle al hombre una dimensión espiritual

El escritor Rafael Narbona, en una fotografía cedida por la editorial Penguin Random House.
El escritor Rafael Narbona, en una fotografía cedida por la editorial Penguin Random House.DANI GAYO

En estos tiempos en que el alud incesante de malas noticias alienta el pesimismo, la náusea, la tentación de no creer en nada, se agradece que un buen escritor tenga la generosidad de recordarnos con prosa clara y discurso honesto que la vida, a pesar de tanta suciedad humana y tanto dolor, merece la pena. Así lo ha hecho Rafael Narbona, años atrás profesor de Filosofía en Secundaria, hoy reputado crítico de literatura, en un libro de publicación reciente titulado Maestros de la felicidad. Narbona hace un recorrido personal desde los inicios del pensamiento razonado en la antigua Grecia hasta las últimas propuestas de índole posmoderna, con la mira puesta en espigar argumentos favorables a una consideración positiva de la existencia. El autor sabe lo que busca y lo encuentra en las enseñanzas de un nutrido elenco de filósofos, los llamados maestros de la felicidad. Y eso que encuentra es confortador y está fundamentado en la inteligencia y el conocimiento, pero también en episodios a menudo amargos de la vida del propio autor. Me complace, porque me ilumina, la equiparación que establece Narbona entre la felicidad y la bondad. La idea de que la felicidad consiste básicamente en hacer felices a los otros me parece un principio ético de enorme solidez. Induce al respeto (sin olvidar el respeto a los animales), convida al ejercicio de la amistad y anima a concebir la vida como una oportunidad extraordinaria para lograr un objetivo cotidiano al que los hombres muchas veces dan la espalda: la sonrisa indulgente ante el espejo como resultado de una conciencia satisfecha. Veo un corazón limpio en el empeño de Narbona por ponerle cimientos a la esperanza y en reconocerle al hombre una dimensión espiritual. El libro abunda en frases luminosas. Elijo una de David Hume para entretener el paseo de hoy en compañía de mi perra: “Nunca hice nada que no deseara hacer.”

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