El desvanecimiento del mundo de ayer
A pesar de la descorazonadora evaluación de Habermas en cuanto a la decadencia de Occidente, todavía quedan algunas partidas por jugar, aunque no tengamos las mejores cartas
“Actualmente, todo a lo que había dedicado mi vida se está perdiendo paso a paso”. Esta frase es de Jürgen Habermas y se contiene en un recién aparecido libro de Philipp Felsch en el que el autor indaga sobre la dimensión de este autor como intelectual público, intercalando algunas conversaciones entre ambos en su casa de Starnberg. En ellas aparece la famosa Zeitenwende proclamada por el canciller Olaf Scholz como la gran cesura que ha acabado de alienar al nonagenario filósofo respecto del espíritu de nuestro tiempo, esta oscura nueva época de la decadencia de Occidente y sus valores, de retorno de los nacionalismos y de las nuevas amenazas bélicas. Y dice Felsch: “Es desolador ver a Habermas, el último idealista, con una actitud tan fatalista. Al final, ¿acaso no le queda ya más que el papel de ‘escritor helenístico’ que conserva la memoria de las ‘promesas incumplidas de su declinante cultura’ para los nacidos después de él?”. Recordemos que Habermas siempre, bajo cualquier circunstancia, había mantenido viva la antorcha del optimismo ilustrado y nunca cejó en su apuesta por revitalizar la democracia, fortalecer un europeísmo anclado en valores universalistas y repositorio de un cosmopolitismo que habría de acabar conduciendo a una “política interior mundial” (Weltinnenpolitik). Y, desde luego, la paz. Todo esto es lo que “paso a paso” parece estar desvaneciéndose.
Mi intención no es proceder a una reseña de dicho libro. Pero coincidirán conmigo en que hay algo estremecedor en esta desmoralización de alguien cuya biografía coincide con todo el periodo que abarca desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta nuestros días; alguien a quien la edad no le ha quitado la lucidez y que siente que estamos ante el final de los logros por los que tanto había luchado. El verdadero culpable puede que sea Putin, pero el propio Habermas señala la erosión de las instituciones políticas de Estados Unidos, la disolución de su sistema de partidos y sus antagonismos internos, como la principal causa de la pérdida de credibilidad de Occidente, y cómo su más que probable retirada del apoyo a Ucrania acabará de liquidar nuestra autoridad en el mundo. Y eso que aún no le había dado tiempo a poder introducir la guerra de Gaza en su evaluación general. Los estadounidenses han dejado de ser aliados fiables, pero tampoco cree que sea factible ya la autonomía estratégica de Europa, algo que apoyó desde que comenzara a plantearla Macron.
Quedémonos con esto último, Estados Unidos y Europa y el fantasma de la guerra de Ucrania. A pesar de la descorazonadora evaluación de Habermas, todavía quedan algunas partidas por jugar, aunque no tengamos las mejores cartas. El entusiasta discurso de Biden sobre el estado de la Unión debería haber tenido un efecto positivo de no ser por la imagen de anciano que transmitía el presidente. Se hace difícil verle salir airoso de lo que se presenta como una durísima batalla electoral con Trump. Es el peor candidato para el momento más delicado. Y en el caso de nuestro continente, las próximas elecciones europeas penden de que no las reviente la extrema derecha. Con todo, es importante tomar conciencia de que el responsable último de nuestro nuevo malestar tiene nombre y apellidos, Vladímir Putin, y que solo atiende al lenguaje de la fuerza. Más que refocilarnos en nuestras divisiones internas, esas que tan bien supo aprovechar, deberíamos sacar fuerzas de flaqueza para dotar de nueva vida a todo lo que Habermas veía desvanecerse. El tiempo apremia, pero no queda otra. Esperemos que, por una vez, el viejo filósofo no tenga razón.
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