Llámenme
Me importan, claro, las instituciones, pero no puedo desayunarme dándole vueltas a los problemas del poder judicial porque tengo otros asuntos en la cabeza
Yo pienso poco en las instituciones porque hay gente que cobra por hacerlo. Me importan, claro, las instituciones, pero no puedo desayunarme dándole vueltas a los problemas del poder judicial porque tengo otros asuntos en la cabeza. Asuntos de carácter doméstico y profesional y familiar. Muchas cosas, en fin, muchos desvelos. No me queda tiempo para llamar a García-Castellón y darle un rato de plática a fin de que se desahogue. Hoy tengo una cita en el banco: a ver si me conceden un crédito al consumo porque necesito una nevera nueva. La actual ha dejado un charco de un líquido viscoso en el suelo de la cocina. Muerta.
Un crédito al consumo, en fin.
“Y qué pasa con las instituciones de tu país”, susurra una voz que se abre paso entre los pliegues de mi conciencia política. Vale, pienso un rato en ellas, pero enseguida se me va la mente a otras cuestiones. ¿Qué ocurre entonces? Que el mundo se derrumba. Hay, por poner ejemplo, en el aeropuerto de Barajas una o dos salas en las que vienen recluyendo desde hace meses a los inmigrantes con los que las instituciones no saben qué hacer. Los dejan ahí tirados, de cualquier manera, y son pasto de las cucarachas y las chinches que se reproducen al calor de un hacinamiento impío. Bajo la arquitectura vanguardista de la Terminal 4, llena de perfumes de Dior, se ocultan unas mazmorras de las que debería hacerse responsable alguna institución, ignoro cuál y no creo que sea tarea mía averiguarlo. Le pido, por favor, a dicha institución que arregle de una vez ese problema de derechos humanos y que procure que no se vuelva a dar. Lo arreglaría yo con gusto tras resolver lo del crédito al consumo, pero después tengo hora con la terapeuta, porque estoy deprimido, y más tarde he de escribir un artículo para ganarme la vida. No obstante, si piensan que puedo hacer algo, llámenme.
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