El pulso de Davos
La coyuntura mundial obliga a proteger a cuantos afrontan los cambios tecnológicos y geopolíticos en situación desfavorecida
El Foro Económico Mundial celebrado en Davos ha mostrado el momento de profunda transformación que afronta el mundo. La inteligencia artificial generativa, el escenario geopolítico más turbulento en décadas, fortísimos niveles de polarización política, un cambio climático desbocado y fuertes dinámicas de envejecimiento en países importantes son algunos de los asuntos más relevantes de este presente incierto. En el Foro hubo un amplio consenso acerca del impacto transformador de estas fuerzas, y de cómo afectan a los países o a los sectores sociales más desfavorecidos. No lo hubo en cuanto a la manera de abordarlas.
La discusión política gira alrededor del peso que deben tener el sector público y el privado ante esta situación de cambio. El presidente de Argentina, Javier Milei, intervino con planteamientos de un radicalismo extremo, señalando que Occidente está en peligro porque se desliza hacia el socialismo y que la única posible receta de salvación es el mercado, a su juicio una fuerza infalible. Su radical propuesta de desguace de los servicios públicos y de enteros sectores de la acción gubernamental queda fuera del marco de discusión que se da en las democracias.
Y es que el debate real está lejos de los excesos de Milei. El presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, recordó a los empresarios su obligación social y la necesidad de implicarse en la defensa de una democracia erosionada y herida en muchas partes del mundo. El presidente de Francia, el liberal Emmanuel Macron, abogó por un gran programa inversor europeo en tecnologías digitales, verdes y de defensa, y sugirió que se recurra a otra emisión de deuda europea: más acción pública —y más integración europea— para atender a los desafíos modernos. El ministro de Hacienda alemán, Christian Lindner, presentó una posición liberal más dura: sostuvo que no hay margen fiscal, que ya existe mucha deuda acumulada, y que lo esencial es estimular la competitividad a través de reformas.
El mercado de capitales de la UE es incompleto y debe, sin duda, ser mejorado, y la competencia es una extraordinaria fuente de desarrollo. Pero la actual coyuntura mundial requiere un gran esfuerzo de protección de aquellos que afrontan los cambios en situación desfavorecida, y exige una redistribución de recursos de quienes se benefician de las nuevas oportunidades hacia quienes sufren sus consecuencias negativas. Es necesario garantizar la autonomía de la UE y que no se quede descolgada en la competencia con EE UU y China. Todo esto requiere políticas públicas y que los empresarios no olviden que les interesa la cohesión y la estabilidad social y no las derivas populistas que nunca salen bien. La diferencia entre la respuesta a la crisis de 2008 —recortes y reformas a favor del libre mercado— y a la de la pandemia —protección e inversiones públicas— está a la vista de todos.
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