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La promesa y los riesgos de la IA encandilan e inquietan en Davos

“No podemos decir con certidumbre qué ocurrirá, puede salir muy mal”, admite Sam Altman en un foro que ha debatido a fondo la revolución tecnológica

Sam Altman, CEO de Open AI, y Jeremy Hunt, ministro británico de Hacienda, este jueves en un debate en el Foro de Davos.
Sam Altman, CEO de Open AI, y Jeremy Hunt, ministro británico de Hacienda, este jueves en un debate en el Foro de Davos.DENIS BALIBOUSE (REUTERS)
Andrea Rizzi (Enviado especial)

La asombrosa evolución de la inteligencia artificial generativa es una fuerza trasformadora de calado y riesgos imposibles de medir, pero tiene visos de convertirse en uno de ellos saltos más revolucionarios dados por la humanidad. Pese a las guerras terribles que reclaman atención, líderes políticos, empresariales y de opinión han prestado en el Foro de Davos una gran atención al tema, en su dimensión económica (con el aumento de la productividad y el impacto en el mercado laboral), regulatoria (acerca de si poner el acento en la protección o la innovación), geopolítica (como uno de los elementos decisivos en la definición del balance de poder) y científica (con la apertura de fronteras inconcebibles antes). Un terreno repleto de incertidumbre y dilemas, en el que la única certeza es un nivel de importancia trascendental, que ha quedado claro en discursos, paneles, pasillos, y reuniones privadas.

La incertidumbre sobre el camino que tomará esta revolución tecnológica es grande, y el propio Sam Altman, CEO de OpenAI, empresa creadora de ChatGPT, lo asumió en una sesión pública. “Esta tecnología es muy potente y no podemos decir con certidumbre qué ocurrirá. Pasa con todas las grandes revoluciones tecnológicas, pero con esta en concreto es fácil imaginar los enromes efectos que tendrá en el mundo y que podría salir muy mal. Nosotros empujamos en una dirección tecnológica que creemos que es segura, pero empatizo con las preocupaciones”, dijo Altman, una referencia en el sector. Altman advirtió de que “el estrés subirá a medida en que nos acerquemos a la IAG, la inteligencia artificial general, capaz no solo de desempeñar funciones específicas como los modelos de lenguaje, sino que podría aprender cualquier tarea intelectual.

Ante este escenario, el debate regulatorio es uno de los más delicados. En el mismo panel de Altman, Jeremy Hunt, ministro de Hacienda británico, se mostró partidario de una regulación de “toque ligero”, posicionándose así en el polo de aquellos que consideran que hay que evitar entramados normativos que sofoquen la innovación en un sector con un enorme potencial de mejorar la productividad y habilitar posibilidades decisivas también a escala de competición geopolítica.

La IA es sin duda un elemento central en la definición de las fuerzas del futuro. En los trabajos de Davos ha aflorado la preocupación europea de quedarse atrás también en esta revolución. La UE es una pionera normativa, pero no está en la vanguardia en cuanto a empresas punteras en el sector.

El equilibrio de fuerzas que definirá la IA se mide en términos de beneficios económicos empresariales, pero también en la capacidad de asegurar una alteración lo menos disruptiva posible del mercado laboral. Un informe del FMI publicado en vísperas del inicio del foro señalaba que hasta un 60% de los empleos en las economías avanzadas puede verse afectado por la irrupción de la IA, con la mitad de ellos afectados de forma negativa.

Muchos empleos desaparecerán. Otros aparecerán, pero no necesariamente al mismo tiempo, y desde luego no necesariamente para las mismas personas y en los mismos lugares. Atenuar los efectos perniciosos de la revolución será un medidor de la cohesión y estabilidad de las sociedades futuras.

La promesa de avance científico que va apoyada a la revolución de la IA es también enorme. Lo dejó claro en Davos Alber Bourla, CEO de Pfizer. “Esta revolución está transformando el sector bio”, explicó. “Usamos la IA muy intensamente. Con ella logramos resultado mejores y más rápidos. Antes, el proceso de descubrimiento de un medicamento tardaría normalmente cuatro años. Sintetizaríamos millones de moléculas. Ahora, con la IA, hemos pasado al diseño de medicamentos. Hacemos unas 600 moléculas, elegidas con poder computacional tremendo, y que son las que más probabilidades tienen de funcionar. El proceso de años ha pasado a ser de meses. Es algo que salva vidas”, dijo.

Por el lado de las inquietudes, sin llegar a las visiones apocalípticas de sistemas informáticos de inteligencia sobrehumana que toman el control, hay riesgos mucho más cercanos y reales. Uno de ellos es el potencial que esta tecnología tiene de incrementar las actividades de desinformación, por ejemplo en procesos electorales.

La desinformación y la amenaza que esto plantea a las democracias han quedado como uno de los dos mayores riesgos que afronta el mundo, según un informe publicado por el Foro Económico Mundial en vísperas de la reunión de Davos. La IA generativa puede hacer daño de dos maneras: una cuantitativa, permitiendo la masiva creación de contenido sin que tenga que ponerse a ello un ser humano; otra cualitativa, con falsos de calidad tan extraordinaria que la capacidad de persuasión es total. En los debates en el foro ha quedado evidente la preocupación, por ejemplo, por la variante en vídeo de este riesgo.

Los temores son de calibre suficiente como para que, según informó el diario Financial Times hace una semana, expertos estadounidenses -entre ellos de Open AI- y de China han mantenido dos reuniones secretas para abordar los riesgos de desinformación y la amenaza a la cohesión social.

La noticia adquiere una luz extraordinariamente inquietante si se considera que Estados Unidos y China libran una competición sin cuartel en materia tecnológica, y muy especialmente en IA, que es fuente de graves fricciones entre ambos. Washington lidera maniobras de restricción de exportaciones de microchips avanzados que son los necesarios para avanzar en esa senda, y para cuya producción, China no tiene una capacidad autónoma. Washington alega que esto se justifica para evitar que Pekín use tecnología occidental para alimentar programas militares y de seguridad con finalidades muy dudosas.

En Davos, el primer ministro chino, Li Qiang, disparó andanadas contra estas maniobras, tratando de establecer una conexión entre ellas y un intento general de EEUU mantener una posición de privilegio y complicar el acceso de los emergentes a tecnologías clave. El consejero de Seguridad Nacional de EEUU, Jake Sullivan, respondió que no se trata de un bloqueo general, sino solo de una medida puntual.

Que en medio de la tensión entre las dos potencias haya habido un contacto como el que describe el FT es muy elocuente.

Otra cuestión que ha aflorado en Davos es el reto del impresionante nivel de consumo energético que los nuevos sistemas computacionales requieren. Una estimación publicada el año pasado calculaba que en 2027 servidores de AI podrían consumir anualmente tanta energía como hacen países como Argentina o Países Bajos en un año. Esto sobrecarga la demanda y, en países que no cuentan con buenos niveles de producción de energía verde, es impulso a más emisiones de CO2.

La revolución de la IA tocará casi todos los aspectos de la vida, incluida probablemente, como señaló en una reciente entrevista con este diario el historiador Niall Ferguson, nuestra capacidad cognitiva, que puede verse afectada por un futuro, constante acudir en búsqueda de soluciones a una máquina en vez de al pensamiento propio.

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Sobre la firma

Andrea Rizzi (Enviado especial)
Corresponsal de asuntos globales de EL PAÍS y autor de una columna dedicada a cuestiones europeas que se publica los sábados. Anteriormente fue redactor jefe de Internacional y subdirector de Opinión del diario. Es licenciado en Derecho (La Sapienza, Roma) máster en Periodismo (UAM/EL PAÍS, Madrid) y en Derecho de la UE (IEE/ULB, Bruselas).

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