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Columna
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Cataluña para los catalanes

Mientras el Gobierno se autoerige como líder del bloque de contención de la ultraderecha en Europa, uno de sus principales apoyos parlamentarios le cuela un gol poniendo el acento en el eje identitario

Cataluña para los catalanes / Máriam M Bascuñán
DEL HAMBRE
Máriam Martínez-Bascuñán

Un partido con una inquietante deriva hacia la extrema derecha (Junts, para más señas) ha pedido al presidente la cesión de competencias sobre inmigración a Cataluña para no bloquear la aprobación de los nuevos decretos del Gobierno. Como otros partidos ultra europeos, Junts coloca así en el centro del debate la inmigración, en perfecta sintonía con el enfoque del resto del nacionalpopulismo continental. Forma parte de una estrategia deliberada. Puede que la inmigración sea una preocupación importante para su electorado, pero la polarización sobre este tema es inducida y se hace de arriba a abajo, algo en lo que Junts tiene sobrada experiencia, como vivimos en el procés. Y aquí es donde aparece la paradoja: mientras el Gobierno de Sánchez habla de potenciar la agenda socioeconómica como justificación de la amnistía, autoerigiéndose como líder del bloque de contención de la ultraderecha en Europa, uno de sus principales apoyos parlamentarios le cuela un gol poniendo el acento en el eje identitario, siguiendo el encuadre ultra que pretende marcar las próximas elecciones europeas.

Es curioso que casi nadie se pregunte realmente qué significa esta cesión (¿expulsará la Generalitat a los migrantes hacia Francia, a Valencia, a Aragón?), pero hay una lectura muy preocupante, también en clave europea. Cada vez es más nítida la línea divisoria que marcará las próximas elecciones: la Europa de las naciones o Europa como casa común. Y el señuelo envenenado de este debate es la inmigración. Desde Alemania nos llega la noticia de la reunión secreta entre miembros de la AfD con activistas de extrema derecha para discutir un plan de expulsión forzosa de millones de personas de origen migrante, aunque sean ciudadanos alemanes de pleno derecho. Es un déjà vu aterrador que Alemania plantee expulsar gente por su origen étnico. Para que se hagan una idea, en la región de Sajonia, con elecciones en septiembre, las encuestas dan un apoyo del 37% a la AfD, seguida de la conservadora CDU con un 33% y con la socialdemocracia en un pírrico 3%. Mientras, en Francia, Macron ha decidido volver a los años duros del sarkozysmo y al énfasis en la seguridad, nombrando un nuevo Gobierno encabezado por un títere con sonrisa de niño prodigio mientras su reciente y dura ley de inmigración recibe el aplauso entusiasta de Le Pen. El debate se mueve definitivamente hacia la derecha, con la inmigración convertida en una cuestión de identidad nacional.

Así, de momento, la ultraderecha se lleva el gato al agua desplazando la conversación sobre los flujos migratorios hacia una cuestión existencial, convirtiéndola así en un eje transversal: la inmigración como “cuestión total” que atraviesa el resto de políticas públicas —la educación, la sanidad o la seguridad— con una ráfaga de miedo, esa brújula que nunca les falla a los ultras. Y lo ofrece al electorado como mejor sabe hacerlo, desde el registro de la moralización populista: el bien contra el mal. Los migrantes como virus maligno que acecha nuestra civilización, nuestra forma de vida, nuestra identidad esencializada. Europa para los europeos. Cataluña para los catalanes.

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