Más Jordis que Mohameds
La petición de competencias sobre inmigración evidencia que Junts sabe interpretar y acompasarse al paso de la oca de los nuevos tiempos. El nacionalismo ecuménico que exhibió la derecha durante el ‘procés’ toma con ello un sesgo identitario


A medida que el procés queda atrás, caen los grandes señuelos que una parte del independentismo empleó para presentar el proyecto secesionista como un armónico jardín del Edén. Con la independencia se podría hablar en castellano —hay que recordar la fugaz propuesta de Súmate en las elecciones catalanas de 2015—; aumentarían los ingresos sin necesidad de subir impuestos, pues sin déficit fiscal Cataluña sería una Dinamarca del Sur, envidiada por los países nórdicos; y se proclamaría por las calles, codo con codo con Open Arms, que Cataluña era tierra de acogida. De hecho, “Casa nostra, casa vostra” era el eslogan de la manifestación en la que ilustres posconvergentes —en febrero de 2017— mostraban ostentosamente su rechazo por la deplorable política respecto a los refugiados de la UE.
Ahora, caído el trampantojo del procés, las aguas vuelven a su cauce. La guerra por hacerse con la Generalitat y con la hegemonía del independentismo es sin cuartel. En ese contexto, Junts per Catalunya, entre otras cosas, ha negociado esta misma semana con el Gobierno central el traspaso de competencias en materia de inmigración a espaldas del propio Govern. “Tenemos que ver en qué condiciones podemos echar a estas personas [inmigrantes en situación irregular que sean reincidentes]”, explicó este jueves el secretario general de Junts, Jordi Turull, en Catalunya Ràdio. No es ningún secreto que la irrupción de la ultraderecha catalana, haciéndose con la alcaldía de Ripoll —en el corazón de la Cataluña catalana— ha inquietado al partido de Carles Puigdemont. La actitud de Junts en la citada localidad catalana, permitiendo que gobernara la lista más votada en las pasadas elecciones municipales —la de la ultraderecha—, y la petición ahora de competencias sobre inmigración, han evidenciado que Junts sabe interpretar y acompasarse al paso de la oca de los nuevos tiempos. El nacionalismo ecuménico que exhibió la derecha durante el procés toma con ello un sesgo identitario. Hay que agrupar fuerzas y las reacciones de rechazo que levantó en las redes sociales que el primer catalán del año fuera hijo de personas migrantes, ilustra el cambio de tercio del nacionalismo derechista. El objetivo, en el fondo, es evitar una Cataluña con más Mohameds que Jordis. Es la versión catalana del gran reemplazo.
Ya en 2001, la esposa de Jordi Pujol, Marta Ferrusola, quiso poner los puntos sobre las íes al respecto: “Tienen poca cosa, pero lo único que tienen son hijos (…) Las ayudas son para esa gente que no saben qué es Cataluña. Solo saben decir ‘dame de comer’. (…) Mi marido está cansado de dar viviendas sociales a magrebíes y gente así”. Era el año 2001 y nadie en CiU se atrevía a decir otra cosa. Jordi Pujol o Artur Mas, sin secundar literalmente las palabras de la ex primera dama, las entendían, aseguraban.
Ese espíritu siempre ha estado latente en la derecha independentista. Ahora ha llegado el momento de que eclosione. En diciembre, los alcaldes de Junts de la zona costera del Maresme —al norte de Barcelona— hicieron afirmaciones que hubiera podido suscribir el primer edil de Badalona, Xavier García Albiol (PP), al reivindicar la expulsión de los inmigrantes reincidentes. Los nacionalismos extremos son en el fondo primos hermanos y albergan idénticos rechazos y sombras de sospecha.
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