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Columna
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La juventud de hoy

Es una constante histórica que los mayores de edad se quejen de los menores. Cada generación acentúa unos defectos

Clase de literatura en un instituto de Valencia.
Clase de literatura en un instituto de Valencia.Mònica Torres
Víctor Lapuente

Los jóvenes de hoy son un desastre. Siempre han sido un desastre. Contradicen a sus padres y tiranizan también a los pedagogos y profesores, decían en Grecia hace 2.500 años. Piensan que lo saben todo, advertía Aristóteles. No prevén lo que es útil, se lamentaba Horacio. Y así, por los siglos de los siglos, hasta el último informe PISA.

Es una constante histórica que los mayores de edad se quejen de los menores. Cada generación acentúa unos defectos. Los japoneses medievales se fijaban en cómo los jóvenes degradaban el lenguaje hablado; nosotros, el escrito: con internet y las redes sociales, cometen faltas de ortografía, usan un léxico pobre y no saben redactar. En la Inglaterra del XVII criticaban su dura agresividad; nosotros, su blanda hipersensibilidad.

La cuestión es que no están a nuestra altura. Y es verdad, pero no porque ellos estén más abajo, sino porque nosotros (creemos que) estamos más arriba. Lo mostraron los psicólogos John Protzko y Jonathan Schooler en un artículo en Science. En una serie de experimentos vieron que los adultos consideraban que, en comparación con generaciones anteriores, la juventud de hoy estaba en declive. Pero, curiosamente, ese desprecio hacia los jóvenes dependía de cuáles eran las virtudes que los adultos tenían, o pensaban que tenían. Así, las personas mayores más autoritarias enfatizaba que los jóvenes de hoy no respetan a los mayores; y las más lectoras que los jóvenes de hoy leen menos. Es decir, comparamos a los jóvenes con nuestra mayor fortaleza (yo pongo más atención a su expresión escrita que a sus habilidades matemáticas). Y, sobre todo, cotejamos a la juventud real de hoy con un ser ficticio: la persona que creemos que fuimos. Ese holograma de madurez y sensatez, responsabilidad y amabilidad… que nunca existió.

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Pero si, subjetivamente, la juventud de hoy sigue igual, objetivamente, no es así. Están peor. Como muestra Ignacio Conde-Ruiz en La juventud atracada, los jóvenes de hoy lo tienen más difícil que nosotros. Sufren más problemas: precariedad, dificultad para acceder a una vivienda (se van de casa, de media, a los 30,3 años). Y disfrutan de menos poder: en las primeras décadas de la democracia los jóvenes eran más de un tercio del electorado y ahora son un quinto. Sus demandas no se atienden.

Nos hemos bebido su elixir y les hemos dejado la eterna juventud. @VictorLapuente

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