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TRIBUNA
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El discurso de Estrasburgo

Pedro Sánchez, quien comparecerá el próximo miércoles en el Parlamento Europeo, va a jugar la carta de la UE a fondo porque es la última que le queda para recuperar espacio en casa

Pedro Sánchez, el 6 de octubre durante la rueda de prensa ofrecida tras la cumbre europea de Granada.
Pedro Sánchez, el 6 de octubre durante la rueda de prensa ofrecida tras la cumbre europea de Granada.Miguel Ángel Medina Rodríguez (EFE)
Vicente Palacio

Las elecciones en España empezaron el 23-J. El resultado ha sido una mayoría parlamentaria endiablada, con las derechas aupadas a la ola antiamnistía y en pie de guerra en Bruselas. Pero nuestra democracia funciona a doble vuelta: todo depende también de qué pase en Europa. A Pedro Sánchez, la presidencia española del Consejo de la UE le ha servido para reforzarse internamente y preparar el camino de unas elecciones al Parlamento Europeo en junio de 2024 que abrirán un nuevo ciclo político. Sánchez comparece en la Eurocámara en el último minuto. ¿Para qué?

El discurso de Estrasburgo deja atados los destinos de España y de la UE para esta legislatura, más estrechamente aún que en los periodos de Felipe González (los fondos de cohesión) o de José Luis Rodríguez Zapatero (la crisis de la eurozona). Todo pasa por Bruselas: nuevos fondos, presupuesto y reglas fiscales; la autoafirmación del Estado de derecho; el medio ambiente o la igualdad de género; la superampliación al Este y los Balcanes; las guerras europeas en Ucrania y Oriente Próximo, o la industria y la tecnología europeas frente a EE UU y China. Sánchez va a jugar la carta europea a fondo porque es la última que le queda para recuperar espacio en casa. Parece haber aceptado el envite de las derechas: hacer de Europa una caja de resonancia democrática y el test de la política nacional.

Esta huida a Europa es muy arriesgada. España va a depender más que nunca de lo que pase en Europa. Y posiblemente en Europa habrá más España: de la mejor (iniciativas), pero también de la peor (bronca y cainismo). Para muchos españoles, las elecciones europeas serán un plebiscito acerca de la amnistía. La varita mágica del presidente tratará de convertirlas en un debate sobre el futuro común de Europa y también en un plebiscito acerca de los diversos pactos entre conservadores y ultraderecha en España, Italia, Finlandia, Suecia, Eslovaquia, Hungría o Países Bajos.

¿Con qué Europa se encontrará el presidente Sánchez en 2024? Posiblemente, una más fragmentada, donde el cordón sanitario al nacionalpopulismo se ha roto por abajo, en la sociedad —empezando por la Francia de Macron y la Alemania de Scholz—. El nacionalpopulismo le ha tomado la medida a la UE jugando al ratón y el gato, y de tanto tocar poder en ayuntamientos, regiones o ministerios en toda Europa ha acabado por renunciar a su exitmanía. Y el centroderecha, como Fausto, vende su alma al diablo según la ocasión. Los progresistas se enfrentan a una rara avis política que los descoloca y los pone a la defensiva en inmigración o derechos. Además, entenderse con otras fuerzas afines no será fácil: ¿socialdemócratas nórdicos antinmigración o verdes alemanes belicistas? En Polonia, si la Plataforma Cívica de Donald Tusk encabeza un Gobierno estable se abriría una oportunidad para sacar adelante reformas importantes en el Consejo Europeo o acordar un plan respecto a Ucrania. ¿Solución? No hay. Una situación así te obliga a jugar a varias bandas, según el momento, con populares, liberales, verdes o el grupo de la Izquierda, con europeístas y euroescépticos, y todo eso sin renunciar a tu ideología y al federalismo.

El discurso de Estrasburgo resitúa el eje central de la política española en Europa. ¿Qué consecuencias tendrá este movimiento? Posiblemente, en esta legislatura veremos grandes debates en el Parlamento español que replicarán los del Parlamento Europeo y viceversa; prepárense para un trasiego constante entre Bruselas, Madrid y las capitales. En un entorno dominado por las derechas, el presidente buscará afirmarse en Madrid con ayuda de la impopular Bruselas. En el Consejo Europeo, Sánchez será el único gran líder socialista del continente, y necesita rodearse de aliados en las instituciones: por ejemplo, el Banco Europeo de Inversiones (Nadia Calviño) o la Comisión Europea. Pero no está claro que Ursula von der Leyen, si repite en el cargo, pueda hacer de muro de contención frente a una alianza de populares y los euroescépticos del ECR de Giorgia Meloni. En política exterior, con la retirada del alto representante Josep Borrell España perderá un importante asidero. Nuestra diplomacia tendrá que jugar bien sus cartas en un terreno resbaladizo entre la OTAN y el sur global —donde se ubican América Latina o la vecindad sur— y más si el trumpismo retorna a EE UU. Pero donde el discurso de Estrasburgo puede tener un mayor impacto es en reforzar al Parlamento Europeo, que se convertirá en un foro político al rojo vivo. Sánchez necesitará apoyarse en un grupo socialdemócrata muy sólido, dinámico, muy atento a sus circunscripciones nacionales y capaz de liderar las propuestas de reforma institucional y presupuestaria que necesita la Unión.

El PP debería participar algo del discurso de Estrasburgo. La hostilidad mutua en las instituciones europeas —sobre los fondos, la separación de poderes o la honorabilidad— resulta insostenible para España. A Pedro Sánchez le convendría rebajar los decibelios con los conservadores. Nuestra democracia debería fijar un marco estable de diálogo sobre Europa entre presidente y jefe de la oposición. Eso sería parte de un consenso de Estrasburgo.


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