Feijóo en la oleada reaccionaria
El líder del PP ha dejado claro que su opción estratégica para afrontar los próximos años y frenar a sus adversarios internos es apuntarse a las corrientes de la derecha autoritaria
Despejada cualquier duda: el PP se ha subido a la corriente reaccionaria que está impulsando a gran parte de las derechas, así en Europa como en América. La irritada reacción al discurso de la presidenta del Congreso, que paralizó las manos de los parlamentarios de la derecha a la hora del aplauso de cortesía, confirma que la bronca en la que Feijóo está instalado no es circunstancial. Para la bancada popular (de Vox ya se da por supuesto), resultó insoportable que Francina Armengol citara entre los hitos legislativos de estos años la despenalización del aborto, la norma para la igualdad efectiva de hombres y mujeres, el matrimonio igualitario o la ley de eutanasia. Demasiado para una derecha que viene de donde viene y que, desde que Vox le pisa los talones, está girando al pasado a todo ritmo.
Como la renovación de la dirección del PP confirma, la apuesta por el autoritarismo posdemocrático es la opción estratégica escogida por Alberto Núñez Feijóo para afrontar los años que vienen y frenar a sus adversarios internos que compiten en la misma línea —con Ayuso en primer plano, Aznar en el salón y Miguel Ángel Rodríguez en el taller—, que han apostado por la calma, esperando el momento oportuno para darle el empujón definitivo. Feijóo, abandonando el estilo moderado con el que había construido su reputación, parece haber concluido que hay que apuntarse a los signos de los tiempos y dejarse llevar por los vientos que han empujado a Milei en Argentina y a Geert Wilders en Países Bajos, en vez de entender la lección que le dieron los electores el 23-J.
La alianza autonómica y municipal con Vox le costó al PP la derrota del 23-J en unas elecciones que daba tan por ganadas. Una parte de la ciudadanía, para sorpresa del candidato y rompiendo con la dinámica reaccionaria europea de los últimos años, priorizó el voto contra la amenaza de la extrema derecha, impidiendo una alternancia que parecía inevitable. Y Feijóo, en vez de aprender la lección y apostar por la moderación, ha optado por subirse al monte. No parece que la mejor manera de neutralizar a los que dentro del PP esperan su caída, sea apuntarse a su discurso e intentar copiarles un estilo que cuadra mal con sus modos. En estos casos, los votantes por lo general acaban prefiriendo el modelo a la copia. De modo que la opción Feijóo es una estrategia de riesgo de la que solo le podría salvar que la mayoría actual de gobierno, plagada de recelos, de desconfianzas y del inagotable arsenal de la psicopatología de las pequeñas diferencias (tan familiares en la izquierda como en los nacionalistas de cada tierra) se hunda en un jaleo imposible de gestionar.
Mientras, el líder del PP ha optado: ha entrado en una fase dialéctica de barullo en la que no pronuncia dos frases sin regalar un insulto al presidente Sánchez, llegando además a ejercicios barriobajeros, como detectarle un rictus indicio de desequilibrios emocionales, en una frase para la historia de la infamia. Cualquier idea o propuesta de futuro ha desaparecido de sus prestaciones públicas, solo destinadas a afirmar retóricamente que España está en almoneda, que el país se hunde y que la patria está en peligro en manos del traidor Sánchez. Tanto rasgarse las vestiduras, acusando a su adversario de golpista para arriba, que no se le ha ocurrido otra cosa que trasladar su propia impotencia y obsesiones a Europa, con resultados perfectamente descriptibles. Más allá del apoyo de algunos de los estrategas del autoritarismo posdemocrático, como el alemán Manfred Weber, solo consigue largas cambiadas de quienes tienen otros problemas antes que meterse en casa ajena. Y donde lo que puede conseguir es que le recuerden que lleva años negándose a la renovación del Consejo General del Poder Judicial, simplemente para no perder la mayoría que tiene en aquella casa. Magnífico ejemplo de su idea de la división de poderes.
Hay dos formas de nihilismo: la del que cree que todo es posible y se estrella al no saber combinar objetivos y oportunidades, y la del que piensa que todo le está permitido en nombre de su verdad. Feijóo flirtea con ambas camino del autoritarismo posdemocrático. Y lo que lo convierte en peligroso es que no está solo: responde a las dinámicas de poder de un nuevo capitalismo que desborda las lógicas del pasado y en el que la demagogia de la derecha autoritaria atrae a los que viven en el desconcierto del desamparo. Capitalismo industrial, Estado nación, democracia y prensa escrita configuraron un espacio que hizo posible la democracia moderna. Ninguno de estos cuatro factores es lo que era. Estamos entrando en otra fase. Y, de momento, las derechas apuestan por la demagogia autoritaria. El PP se apunta. ¿La nueva mayoría de gobierno será capaz de estar a la altura de las circunstancias y no regalar ninguna oportunidad a la amenaza que representa hoy la derecha española?
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