La belleza no es para mayores
Cuando veo a esas personas frágiles en sus sillas de ruedas aparcadas ante ventanas, me pregunto cómo habrán sido y qué nos dirían de los espacios en los que tienen que vivir
De los últimos años de Concha Velasco hubo dos noticias que llamaron la atención de del público: la primera fue la de su ingreso en una residencia. ¿Cómo íbamos a asumir que la jovial chica yeyé, tan famosa y querida, acabara sus días en un geriátrico como pasa en tantas familias que no pueden cuidar de sus mayores? En la pantalla, el tiempo ficticio sustituye el tiempo real, que no se detiene ni para la más enérgica artista vallisoletana. La otra noticia que ocupó las revistas fue que a la actriz no le gustó el primer centro al que la internaron, que quería una casa con jardín. Fue cuando me detuve a pensar en la belleza y los ancianos y en cómo se nos olvida que ellos también quieren seguir rodeados de las cosas que consideran bonitas aunque estén teniendo que lidiar con asuntos más graves.
No es ninguna frivolidad, la del aspecto de las cosas, los objetos, los paisajes y las estancias en los que pasamos nuestros últimos días. Entiendo que las necesidades son acuciantes, que hay que ser muy prácticos cuando de lo que se trata es de atender a muchas personas con pocos recursos pero a veces no es cuestión de dinero. Cuando veo a esas personas frágiles en sus sillas de ruedas aparcadas ante ventanas que dan a grises calles, con todos esos aparatos funcionales de colores terriblemente anodinos, sin que parezca que nadie escoja nada atendiendo a un gusto determinado, a un estilo, cuando veo que los cubrimos de ocres y grises y todo lo que les rodea es feo, me pregunto cómo habrá sido esa persona a lo largo de su vida y si pudiera escoger qué nos diría de los espacios en los que tienen que vivir y que otros diseñaron para ellos. No hay tonos alegres ni estampados, todo es aséptico y funcional.
Así, mujeres que se preocuparon toda la vida por tener una casa bonita, aunque fuera modesta, que se arreglaban y tenían sus rituales para cuidar su entorno, de repente se encuentran aparcadas en lugares en los que podría vivir cualquiera. Es decir, nadie. Sé que poner el foco en un asunto meramente estético puede parecer superficial por mi parte, más si tenemos en cuenta las penosas condiciones económicas de la atención a los dependientes, pero si las residencias dan miedo es porque son lugares en los que pagamos el precio de la despersonalización para que nos cuiden y nos atiendan cuando no podemos valernos por nosotros mismos, de dejar de ser lo que fuimos toda la vida. Si tener que morirte ya es triste, lo es más si es en un sitio feo.
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