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Leyendo de pie
Columna
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Machado

Cada partido de la oposición venezolana participó en las primarias confiado en que el prorrateo de votos no diese ventaja significativa a la ganadora y así poder atarla en corto

María Corina Machado, líder opositora en Venezuela, durante una conferencia de prensa, el pasado 22 de octubre, en Caracas.
María Corina Machado, líder opositora en Venezuela, durante una conferencia de prensa, el pasado 22 de octubre, en Caracas.LEONARDO FERNANDEZ VILORIA (REUTERS)
Ibsen Martínez

Ganar las elecciones primarias de la oposición con tan abrumadora mayoría como la lograda por María Corina Machado ha hecho risibles las fórmulas condescendientes y el tono admonitorio, patriarcal, con que solían referirse a ella los caciques de la oposición venezolana y sus analistas “independientes”.

La muestra demográfica consultada es enorme y la unanimidad del fallo en favor de Machado revelan la inanidad, ¡y la ruindad!, de una delirante combinatoria de escenarios electorales que durante meses entretuvo frenéticamente a los sicofantes de Maduro, eternos invitados a fementidos programas de opinión de la radio y televisión privadas de este país con censura previa. El argumento predilecto era un sofisma en torno a la inhabilitación que, violando la Constitución, pesa sobre Machado. Esta privación de los derechos políticos de Machado emana de un aguachirle emponzoñado que el régimen repartió y dio a beber a sus competidores.

“Seamos realistas”, argumentaban estos, “para competir con Maduro el candidato opositor debe estar legalmente habilitado. María Corina va a ganar la primaria como Secretariat ganó el derby Belmont Stakes de 1973: con 17 cuerpos de ventaja sobre el pelotón. Pero está inhabilitada. Maduro, por otra parte, es un dictador comme il faut y por nada en el mundo levantará la inhabilitación de Maria Corina”.

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La propuesta de los espíritus “realistas” fue diseñar un protocolo que arbitrara la sustitución de María Corina por un subrogado suyo, alguien que fuese potable para Maduro. Si este hiciese todavía reparos al sustituto y lo inhabilitase arbitrariamente, el impugnado abdicaría en favor de otro miserable y así, sucesivamente, hasta dar con el pobre diablo que hiciese de comparsa del dictador en un vergonzoso tongo electoral.

Esta socarrona martingala ya había funcionado en las elecciones regionales de 2022 y se basaba en el endoso automático y por iteración de los votos de un inhabilitado en la cuenta de un potable. La premisa es dar por legítima la arbitrariedad de la inhabilitación, una y otra vez, sin enfrascarse en una inconducente retahíla de impugnaciones, hasta derrotarla por cansancio.

Este feble “antídoto” contra la tiranía de Maduro parece salido de una novela de dictadores sudamericanos como Tirano Banderas pero, créase o no, es todavía la única estrategia electoral de la oposición.

Cada partido de la oposición participó en las primarias confiado en que el prorrateo de votos no diese ventaja significativa a la favorita de las encuestas. Aunque Machado ganase la primaria, razonaban, necesitaría negociar el apoyo de los demás partidos que, coaligados, podrían siempre atarla en corto, en obsequio de Maduro. Sin la “maquinaría” de Acción Democrática, de Nuevo Tiempo y Primero Justicia, María Corina no podría dar pelea a Maduro con posibilidades de éxito. Hubo momentos en que el adversario pareció no ser Maduro sino Machado.

Lo anterior da pábulo a la sospecha de que la Acción Democrática del mefistofélico doctor Ramos Allup, junto con Primero Justicia —la formación de Henrique Capriles y Julio Borges— y Nuevo Tiempo, partido del gobernador del Estado Zulia, Manuel Rosales, señalado por muchos de ser connivente con el régimen, no son en el momento actual, quiéranlo o no, más que partidos peleles de Maduro. Sea como fuere, toda sabiduría convencional sobre la oposición venezolana saltó por los aires el pasado 22 de octubre.

Entre las consecuencias no previstas de las primarias está la revelación, sin atenuantes ya, de la nula capacidad de movilización de las “maquinarias” partidistas: estas no van más allá de producir vídeos de la calle mayor de una población de provincia, repleta de extras acarreados. Su creatividad no supera aún los eslóganes electorales de los viejos partidos durante el último tercio del siglo XX. Los candidatos de las primarias trotaban gesticulando como lo haría Carlos Andrés Pérez.

Por otra parte, nadie en Venezuela encarna hoy mejor la disyuntiva existencial latinoamericana entre democracia y tiranía que la díada de opuestos que hacen María Corina Machado y Nicolás Maduro.

La independencia, el desembarazo de Machado para actuar ante, por ejemplo, los acuerdos de México, se ve subrayada por el hecho de que los partidos comisarios de la oposición en esas negociaciones son los mismos que Machado acaba de derrotar holgadamente en las primarias. Mal de su grado, son ellos los primeros llamados a hacer cumplir la providencia, expresa en los acuerdos, de levantar la inhabilitación de Machado.

Estados Unidos condiciona la flexibilización de sus sanciones a que Maduro, hundido en el sótano de todas las encuestas y con serios problemas en la cuenta corriente, se abra a unas elecciones que, de ser limpias, perdería irremediablemente el año que viene ante una mujer partidaria del mercado y de privatizar Petróleos de Venezuela.

El socialismo del siglo XXI hizo del petróleo, nacionalizado hace cincuenta años, su emblema y su motor. Hoy, Venezuela ha visto saquear la empresa pública que fue su orgullo. Irónicamente, quizá no haya promesa electoral más poderosa que ofrecerla en venta.

Nada de esto era previsible a comienzos de este año. Pero según van las cosas, se le ha hecho demasiado tarde a Maduro para zafarse de la fatalidad electoral que la intrépida, y hasta hace poco, ninguneada perseverancia de María Corina Machado ha logrado imprimir al actual trecho de nuestra historia.

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