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COLUMNA
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La hora más oscura

Se estrechan los márgenes para defender a la vez dos causas justas, secuestradas por totalitarismos de signo opuesto

El sistema de defensa antiaérea israelí Cúpula de Hierro interceptaba el viernes en Ashkelon un cohete disparado desde la franja de Gaza.
El sistema de defensa antiaérea israelí Cúpula de Hierro interceptaba el viernes en Ashkelon un cohete disparado desde la franja de Gaza.Associated Press/LaPresse
Lluís Bassets

Biden hermana dos causas. Quiere más ayuda militar para Israel y para Ucrania a la vez, para forzar así al irresponsable Partido Republicano que le bloquea los presupuestos. Si fracasa, Putin se frotará las manos, encantado con lo que está sucediendo en Gaza. Distrae esfuerzos, energías e incluso suministro de armas a Ucrania. Propulsa los precios de la energía, para provecho de las maltrechas arcas del Kremlin. Aleja al sur global de Washington y de Bruselas, siempre sospechosos de la doble vara de medir que condena con firmeza a Hamas y reprocha suavemente los excesos de Israel. Es una derrota para Zelenski, más estratégica cuanto más cruel se hace el asedio medieval al que Netanyahu somete a los gazatíes, aumentan las víctimas civiles de unos bombardeos de dudosa eficacia para terminar con Hamás o se aprovecha la crisis para incrementar las ocupaciones y la presión sobre los palestinos en Cisjordania.

Esta es la cara tenebrosa del astuto hermanamiento presupuestario entre ambas causas. Se hace cada vez más nítida la división del mundo en dos campos de una delirante polarización entre occidentalistas proisraelíes y antioccidentalistas propalestinos. Como si no fuera posible abrazar a la vez dos causas justas, la israelí y la palestina. Como si ambas estuvieran a las órdenes de dos totalitarismos enfrentados, un supremacismo blanco occidental, antiárabe y antimusulmán, y un antioccidentalismo de raíces anticoloniales y soviéticas, cóctel de resentimientos rojos y pardos, igualmente identitarios y populistas.

Israel, como Ucrania, tiene todo el derecho a existir. Y la obligación de defenderse ante quienes, como Hamás y Putin, quieren terminar con ella. Hasta aquí el paralelismo. A partir de ahí, en nada se asemejan. Ucrania no niega la existencia de Rusia ni pretende liquidarla, que es lo que quiere hacer el expansionismo de Netanyahu con Palestina. En los bombardeos urbanos y en el desprecio por la población civil, son Putin y Netanyahu los que hacen pareja.

Defender a la vez a Israel, Palestina y Ucrania es lo propio de quienes están a favor de la vida y la libertad y contra la tiranía. No es el caso de Trump, amigo de dictadores, carcomido por los celos hacia Biden e irritado con Netanyahu. A poco que se descuiden, los republicanos se verán arrastrados a los infiernos, junto a Hamás, Putin y cuantos sacan provecho de estas guerras, como Irán y Corea del Norte.

El momento también es propicio para el teatro oportunista. Rishi Sunak y Netanyahu celebran su narcisismo compartido con frases de pretensiones churchillianas sobre la hora más oscura. Contrastan con Biden, el primer presidente desde Lincoln que se arriesga a visitar zonas de guerra, dos en su caso, Ucrania e Israel, con un mensaje de solidaridad, pero también de contención y de paz. La hora más oscura no es propiedad de nadie. Lo es sobre todo para los gazatíes. Y para todos. ¿Cuándo, por fin, se levantará el día?


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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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