Elecciones en la Argentina: caminar entre extraños
Ando entre la gente pensando: “Ese hombre votó a Milei, aquella mujer también”, con una alarmante sensación de estar amenazada por los que, se supone, son los míos


Estuve de viaje, mezcla de trabajo y búsqueda de mis ancestros italianos. Se excava en el pasado y se sale cubierta de una ceniza irreal y emociones desconsideradas. Regresé a mi país, la Argentina, dos días después de que estallara la nueva guerra que vive entre nosotros, y dos días antes de una entrevista con un hombre que me recibió exclamando: “¡Es la tercera guerra, se viene el fin del mundo!”. Demasiados finales: el del viaje, el de la búsqueda de los ancestros, el del mundo. Arrastro el cuerpo como si no fuera el de una persona que pasó un mes y medio corriendo por las colinas, que caminó siete horas por día en pueblos repletos de escalinatas. ¿Dónde está ese cuerpo? Quedó, en su lugar, un amasijo de dolor: un pie, la espalda, los brazos. Destella, en el fondo, una posible causa de tanto malestar: me fui de aquí poco después de que Javier Milei, un hombre de extrema derecha que aliviana ese linaje bajo la designación de “libertario”, arrasara en las elecciones primarias, dejando atrás a las dos fuerzas principales: el peronismo y Juntos por el Cambio. Me fui, digo, con una sensación de extrañeza: ¿quiénes eran las personas que lo habían votado, dispuestas a seguir a un candidato que propone arrasar con buena parte de los derechos adquiridos como remedio para nuestros males, que son muchos? Esa extrañeza, que pensé que iba a atemperarse como se atempera el efecto de una pesadilla, no se ha ido. Camino entre la gente pensando: “Ese hombre lo votó, aquella mujer también”, con una alarmante sensación de estar amenazada por los que, se supone, son los míos. Contemplo la fecha del 22 de octubre, cuando se realizan las elecciones presidenciales, con recelo. Quiero que mi cuerpo regrese pero, a la vez, que se quede donde está, anestesiado, sin darse mucha cuenta de que el país ―su gente― se me ha vuelto un territorio que no sé entender, que no puedo mirar sin sentirme profundamente asustada.
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