¿En qué se ha equivocado Alemania?
A diferencia de las anteriores, la actual crisis del gigante europeo es más grave porque afecta a su modelo económico y a su protagonismo en el mundo
Desde la Segunda Guerra Mundial, cada 20 años aproximadamente, Alemania ha atravesado una crisis que a menudo parecía insuperable: a finales de la década de 1960, a principios y mediados de la de 1980, a principios de la de 2000 y ahora. Estas crisis anteriores parecieron dolorosas en su día, pero por lo general se resolvieron con un cambio de Gobierno o reformas. La crisis actual es más fundamental. Se trata del protagonismo de Alemania en el mundo y de su modelo de crecimiento económico. No existe un programa de reformas evidente para sacar adelante al país. Tampoco hay un Gobierno alternativo o una coalición esperando probar cosas nuevas. Esta vez es muy diferente.
La invasión rusa de Ucrania no es la causa profunda de nada, pero sí el desencadenante de todo. Hasta hace un año, Alemania se deleitaba en su papel de observador pasivo geopolítico. Era un país del Este y del Oeste a la vez: dependiente de Estados Unidos para la seguridad, de Rusia para el gas y de China para las exportaciones.
La invasión rusa puso de manifiesto la insostenibilidad de la neutralidad diplomática. También dejó al descubierto la excesiva dependencia de Alemania de las viejas industrias devoradoras de gas y su falta de modernización industrial. Mi impresión del debate en Alemania en estos momentos es que no hay muchas ganas de un cambio profundo. Puede que más bien nos encontremos ante un escenario muy similar al de Italia tras la introducción del euro: un largo periodo de depresión económica, el debilitamiento del centro político clásico y el ascenso de los partidos extremistas.
Este verano, la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD, por sus siglas en alemán) se consolidó como el segundo partido más grande de Alemania a escala nacional, más grande que cualquiera de los partidos de la coalición tripartita de Olaf Scholz, incluidos sus propios socialdemócratas.
Sabemos por Tolstói que las familias infelices lo son cada una a su manera. La AfD es la familia infeliz del Este de Alemania, y no se parece a ninguna otra. Comenzó como un movimiento de profesores de Economía de Alemania occidental que se oponían al euro. Más tarde, se infiltraron en el partido los nacionalistas, enemigos de la inmigración, de la pertenencia a la UE y de todo lo extranjero. Su centro de gravedad política se desplazó del Oeste al Este, y por el camino se fue volviendo cada vez más extremista. Yo no diría que es un partido fascista, pero algunos de sus miembros han sido tolerantes con los neonazis y han participado en sus protestas.
Según los últimos sondeos, la AfD cuenta actualmente con el apoyo de alrededor del 21%-22% del electorado en todo el país. En el Este de Alemania, la AfD obtiene entre el 29% y el 35%; es el partido más votado en cuatro de los cinco estados de esta parte del país.
El desencadenante del repunte más reciente de la AfD es el apoyo de Alemania a Ucrania tras la invasión rusa. La mayoría de los alemanes del Este se oponen al suministro de armas a Ucrania. ¿Se trata de una vuelta a la antigua forma de pensar?
Quienes miran a Alemania desde Londres, Washington o Bruselas, quedaron inicialmente impresionados por el ahora famoso discurso de Olaf Scholz en marzo de 2022, en el que anunció un Zeitenwende, un cambio de era que incorporaría a Alemania a la arquitectura de seguridad de Occidente. Yo soy más prudente. No creo que Alemania vaya a volver a su cómoda relación con Rusia, pero la promesa de un cambio de era en la política exterior alemana y, sobre todo, de una mayor inversión en defensa, seguirá sin cumplirse. Alemania seguirá teniendo dificultades para alcanzar el objetivo de gasto en defensa de la OTAN del 2% del PIB. Muchos alemanes, especialmente en el Este, no están por la labor.
La invasión rusa desencadenó esta nueva división, pero las tensiones llevan tiempo gestándose en otros ámbitos: los alemanes del Este son los menos ecologistas, los menos concienciados socialmente, los menos globalistas entre los alemanes. No se ven a sí mismos como parte de un mundo occidental liderado por Estados Unidos.
Para la Alemania occidental de posguerra, Estados Unidos se convirtió en el principal punto de referencia político y cultural. Para Alemania Oriental, el principal socio era, por supuesto, Rusia. La unificación no puso fin a la división. Desde el punto de vista económico, fue una absorción, no una fusión. Lo que volvió a conectar el este y el oeste en años posteriores fue Rusia. Cuando Gerhard Schröder se convirtió en canciller de Alemania en 1998, una de sus prioridades fue fomentar los lazos comerciales con Rusia. Cuando Schröder dejó el cargo en 2005, tomó el relevo Angela Merkel, la primera dirigente de la Alemania unida procedente del Este. En el plano personal no era tan amiga de Putin como Schröder, pero siguió las mismas políticas. Y al igual que muchos alemanes del Este, y a diferencia de Schröder, hablaba ruso con fluidez.
Durante su largo reinado, Alemania consolidó su posición como potencia industrial y aumentó su dependencia del gas y el petróleo rusos. La industria alemana se convirtió en uno de los principales beneficiarios económicos de la globalización industrial y de las cadenas de suministro mundiales integradas, y Rusia se convirtió gradualmente en un socio estratégico de la Alemania unificada. Los políticos del Este de Alemania, aparte de Angela Merkel, tuvieron de repente un papel importante que desempeñar. Conocían a los rusos mejor que los alemanes occidentales.
Ese mundo se terminó de golpe el 24 de febrero del año pasado. Las primeras tensiones de ese modelo ya se habían vuelto visibles a finales de la década pasada. La industria automovilística alemana apostó por los viejos motores diésel y no invirtió en la infraestructura necesaria para fabricar vehículos eléctricos. Los gasoductos Nord Stream fueron un intento de inclinar la balanza a favor de las empresas industriales alemanas. Todo esto sucedía mientras China y Estados Unidos invertían en inteligencia artificial, coches eléctricos y otras tecnologías del siglo XXI. La economía alemana seguía yendo bien en ese periodo. Pero lo que muchos observadores no vieron es que seguía anclada en la era analógica de los motores diésel y los cables telefónicos de cobre.
Todo esto se vino abajo con la pandemia y la guerra. El símbolo más palmario del final de la era fue la explosión de tres de los cuatro gasoductos Nord Stream en 2022. No sabemos con certeza quién lo hizo. En los medios de comunicación alemanes aparecieron noticias de que un comando ucranio estuvo detrás del atentado.
Fuera esto cierto o no, el atentado creó realidades. Los restos del oleoducto en la superficie del mar eran un indicio del final de la era. La negación suele ser la primera de las etapas del duelo. La propia Merkel sigue negándolo. Al igual que su partido y gran parte de Alemania occidental. Todo fue culpa de Putin. Nada que ver con nosotros. Esa es la historia.
Por otro lado, el Este de Alemania ya ha pasado a la segunda fase del duelo: la ira. Saben que las relaciones germanorrusas no volverán al statu quo anterior, ni siquiera con un nuevo líder ruso. La guerra ha creado nuevas realidades. Alemania impuso sanciones económicas a Rusia, junto con el resto del mundo occidental. Según cifras de la Asociación Empresarial del Este de Alemania, el comercio con Rusia se ha desplomado un 76% desde el estallido de la guerra. Para sustituir el gas ruso, Alemania se apresuró a construir terminales portuarias de gas natural licuado; este puede transportarse en grandes buques marítimos, que necesitan una infraestructura portuaria especial para descargar. Ahora Alemania compra sus suministros de gas en los mercados mundiales. Los gasoductos nunca se reconstruirán.
La AfD es la principal beneficiaria de los cambios geopolíticos. Lo que supongo que ocurrirá es que Alemania intentará retomar su viejo modelo industrial, porque no conoce ningún otro. Resultará más difícil. Habrá muchos perdedores. El modelo es insostenible. La historia nos enseña que lo insostenible, o se hace sostenible, o se acaba. Yo creo que se acabará.
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