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La tóxica campaña electoral bávara amenaza el consenso sobre la memoria del horror nazi

El populismo de derechas suma el 30% en intención de voto, según las encuestas, en el segundo Estado federal más poblado del país

El primer ministro del Estado federal de Baviera, Markus Söder (izquierda), junto a su socio de gobierno y vicepresidente, Hubert Aiwanger, durante una visita a una central nuclear en la localidad alemana de Essenbach.
El primer ministro del Estado federal de Baviera, Markus Söder (izquierda), junto a su socio de gobierno y vicepresidente, Hubert Aiwanger, durante una visita a una central nuclear en la localidad alemana de Essenbach.Johannes Simon (Getty Images)
Elena G. Sevillano

“Como alemana, me da vergüenza, mucha”, resopla Katharina, profesora de secundaria de 43 años que espera el cercanías dirección a Múnich en la estación de Hallbergmoos, a unos 30 kilómetros de la capital bávara. A pocas semanas de las elecciones en este Estado, el segundo más poblado del país, Katharina y los otros 9,4 millones de votantes llamados a las urnas este domingo conocieron que su actual vicepresidente y líder del partido Votantes Libres, Hubert Aiwanger, había sido admirador del nazismo en su juventud. “El peor bochorno es que se ha sabido y no ha pasado nada. Le va a votar todavía más gente que antes. No consigo entenderlo”.

Lo que Frank Schneider, 52 años, contable en una pequeña empresa, no entiende es el revuelo que se ha formado. El escándalo se ha convertido, con permiso de la migración, en un tema clave de la campaña. “Es algo que pasó hace 40 años, cosas de chavales. La izquierda ha montado una campaña en su contra”, asegura convencido frente a la estación central de Múnich. “Es de los pocos políticos que habla claro, le tienen miedo y lo quieren fuera”, añade, repitiendo la línea de defensa que Aiwanger ha desplegado estas últimas semanas.

A finales de agosto, el influyente diario muniqués Süddeutsche Zeitung publicó que el líder de los Votantes Libres distribuyó y probablemente escribió un folleto antisemita a mediados de los años ochenta, cuando estaba en el instituto. Su escalofriante contenido provocó la inmediata petición de dimisión por parte de prominentes figuras públicas tanto en Múnich como en Berlín. Aiwanger tardó en dar explicaciones, que no fueron claras, y se negó a marcharse. El presidente bávaro, Markus Söder, líder de los cristianodemócratas de la CSU (partido hermano de la CDU), le mantuvo en su puesto. Ambas formaciones gobiernan en coalición desde 2018, cuando los malos resultados de la CSU, antaño poder hegemónico en Baviera, obligaron a Söder a buscarse un socio para gobernar.

El episodio ha puesto de manifiesto una realidad incómoda y ha abierto un debate en todo el país sobre el estado de salud de la Erinnerungskultur, o cultura del recuerdo, la muy admirada tolerancia cero de Alemania hacia el revisionismo nazi. La comunidad judía ha alertado del peligro de una respuesta tibia a lo ocurrido en Baviera en un momento en que la cultura del recuerdo está siendo amenazada por la extrema derecha, que llama a abandonar de una vez la culpa alemana. También políticos de distintas sensibilidades, como la colíder de Los Verdes, Ricarda Lang, advierten: “No se trata del Hubert Aiwanger de 17 años, sino de cómo el hombre de 52 años afronta su pasado. Se presenta como una víctima y no asume ninguna responsabilidad. [...] Esto está sacudiendo nuestro consenso democrático básico”. El debate surge, además, cuando se abren grietas en el cordón sanitario contra la ultraderecha.

Para el historiador Jürgen Zimmerer, el caso Aiwanger ha hecho un daño enorme a la Erinnerungskultur, al consenso de la sociedad alemana sobre cómo enfrentarse sin tapujos a su pasado. “La opinión pública alemana se ha alabado a sí misma por su autorreflexión crítica, pero este caso demuestra varias cosas: que esta autocrítica no estaba tan extendida como creíamos en los años ochenta y que distaba de ser voluntaria, que un político destacado puede eludir sus responsabilidades en plena década de 2020 y que sus votantes lo celebran”, asegura el profesor de la Universidad de Hamburgo. Y concluye: “Esto es una catástrofe moral para nuestra cultura del recuerdo”.

El consenso entre los alemanes consiste no tanto en que la generación actual sea responsable de lo que sucedió hace 80 años, sino en la forma de recordarlo, apunta el escritor y periodista Stefan Cornelius. “Es ese consenso el que se está erosionando ahora”, asegura en la sede del Süddeutsche Zeitung, donde es el jefe de Política. Lo peligroso, añade, es que el partido de Aiwanger quiere trazar una línea divisoria entre lo que ocurrió entonces y el presente. El candidato de Votantes Libres ha asegurado que no es antisemita “desde la edad adulta” y ha negado ser el autor del panfleto. A preguntas de los corresponsales extranjeros en Múnich, a los que advirtió que no contestaría nada sobre su etapa escolar, aseguró la semana pasada que desde el Gobierno de Baviera se fomenta la cultura del recuerdo y que es “una prioridad” para su partido.

Lejos de hacerle daño, el partido de Aiwanger se ha beneficiado del escándalo. Los Votantes Libres, una formación populista de derechas que clama contra “las élites”, pasó de un 13% de intención de voto en agosto, al 15-16% que le otorgan ahora las encuestas. El partido se disputa el segundo puesto con Los Verdes y con la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). La situación en Baviera ejemplifica lo que está ocurriendo en el resto del país, la progresiva fragmentación del voto y el crecimiento de los populismos de derechas. Aunque suele destacarse como un fenómeno del Este alemán, donde las encuestas auguran la victoria de AfD el año que viene en tres Estados orientales con más del 30% de los votos —frente al 21% a escala nacional—, si en Baviera se suman los apoyos a AfD y a los Votantes Libres también se ronda ese mismo 30%.

Los votantes del Estado más extenso de Alemania eligen este domingo un nuevo Parlamento tras una campaña electoral desagradable y bronca, con ataques constantes al tripartito de socialdemócratas, verdes y liberales que encabeza Olaf Scholz en Berlín y especial ensañamiento con Los Verdes, a los que Markus Söder considera culpables de abanderar políticas “contra la gente”. La CSU lleva gobernando en Baviera casi ininterrumpidamente desde finales de la Segunda Guerra Mundial, pero con apoyos cada vez menos sólidos. El 37,2% de 2018 fue su peor resultado desde 1950. La última encuesta de la televisión pública ZDF augura un resultado similar este domingo.

Los partidos populistas de derechas de nuevo cuño han agitado el statu quo en esta campaña, aprovechando la situación de incertidumbre que vive Alemania. La guerra en Ucrania ha impactado en un país muy dependiente del gas ruso, que ha tenido que buscar nuevas fuentes de energía para su industria, al tiempo que acogía a más de un millón de refugiados ucranios. Inmersa en una complicada transición a las renovables, la economía está estancada y, aunque mantiene a raya el desempleo y la inflación, las perspectivas son sombrías.

En ese caldo de cultivo, los líderes de AfD afirman estar perseguidos y denuncian haber sido amenazados o agredidos físicamente. Tino Chrupalla, colíder del partido, fue trasladado al hospital esta semana tras sentirse mal de repente antes de un mitin en Ingolstadt (Baviera). AfD y sus cuentas afines rápidamente propagaron en redes sociales que había sido agredido con un objeto punzante y que le habían inoculado alguna sustancia extraña en el brazo. Ni la policía ni la Fiscalía ven indicios de delito y el análisis toxicológico no ha encontrado ninguna anomalía, pero el partido ha seguido insistiendo en la teoría del ataque. Aunque con mucha cautela, otras formaciones han criticado el intento de obtener rédito político. El ministro del Interior de Baviera, Joachim Hermann, de la CSU, lo ha calificado de “infame”.

La otra colíder de la formación ultra, Alice Weidel, protagonizó un incidente similar un día antes, también en plena campaña bávara. En el último momento, canceló un mitin supuestamente por motivos de seguridad: la policía criminal le había recomendado no aparecer en público por una presunta amenaza de atentado. Dos días después, el semanario alemán Der Spiegel desveló que en realidad estaba de vacaciones con su familia en Mallorca y la policía desmintió haber hecho esa recomendación.

El resultado de las elecciones en Baviera no depara sorpresas: Söder ganará y repetirá la coalición con los Votantes Libres. Él mismo ha excluido a Los Verdes como potenciales socios y la colaboración con AfD está completamente descartada en virtud del cordón sanitario alemán a la ultraderecha. Pero si empeora los resultados de 2018 será cuestionado y disminuirán sus posibilidades para liderar una eventual candidatura conservadora a canciller en 2025.

Tampoco se espera un vuelco en Hesse, el pequeño Estado federado del centro alemán que alberga la metrópoli financiera de Fráncfort, donde también se celebran comicios este domingo. Allí, los democristianos de la CDU llevan una década gobernando en coalición con Los Verdes y las encuestas indican que podrían repetir la alianza.

La CDU, con alrededor del 32% de intención de voto, es la clara favorita, muy por delante del 17% que podrían obtener los socialdemócratas. El SPD ha colocado como candidata a la ministra de Interior del Ejecutivo de Scholz, Nancy Faeser, en un intento de aumentar la popularidad del partido con una cara muy conocida en todo el país. La noticia no será el ganador, sino quién se lleva el segundo puesto, disputado entre el SPD, Los Verdes y AfD, que llega con un 15-16% de intención de voto. Para la formación ultra, acabar segunda en un Estado del oeste sería una victoria moral.

En total, casi uno de cada cuatro votantes alemanes —alrededor de 14 millones de personas― van a las urnas este domingo, en una especie de examen de mitad de curso político para el Gobierno tripartito del canciller Scholz. En diciembre la coalición cumplirá dos años. Si la opinión pública no da un vuelco, lo hará en un ambiente de descontento, con casi ocho de cada diez alemanes insatisfechos con el Gobierno.

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Sobre la firma

Elena G. Sevillano
Es corresponsal de EL PAÍS en Alemania. Antes se ocupó de la información judicial y económica y formó parte del equipo de Investigación. Como especialista en sanidad, siguió la crisis del coronavirus y coescribió el libro Estado de Alarma (Península, 2020). Es licenciada en Traducción y en Periodismo por la UPF y máster de Periodismo UAM/El País.

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