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Columna
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Los bebés decapitados que nadie vio, pero alguien usó

Si el 11-S de 2001 sirvió para restringir libertades en aras de la seguridad, el 11-S israelí empieza a dar señales de lo mismo

Disparos en una puerta del kibutz de Kfar Aza, en Israel, atacado por Hamás.
Disparos en una puerta del kibutz de Kfar Aza, en Israel, atacado por Hamás.Alexi J. Rosenfeld (Getty Images)
Berna González Harbour

Creíamos que la primera víctima de la guerra era la verdad, pero ahora sabemos que es la libertad. Y me diréis que la verdad es libertad y tendréis razón, pero esta era mucho más amplia aún. Perderla da todavía más miedo.

En el campo de guerra que es la información, una trinchera en la que el barro nos está llegando hasta los ojos, los bulos son tan intensos que el propio presidente de la primera potencia del mundo ha dicho que ha visto bebés decapitados por Hamás. Joe Biden lo aseguró con la misma rotundidad con que lo desmintió más tarde su equipo: “Nunca pensé que vería y tendría confirmadas imágenes de terroristas decapitando a niños”. Era mentira. En realidad, una periodista israelí informó de que el ejército había encontrado a 40 bebés decapitados en un kibutz, una noticia nunca confirmada de la que se hizo eco el Gobierno de Israel. De ahí hasta Washington, Madrid y el mundo entero. Ayuso casi culpa a Pedro Sánchez de la masacre al tuitear: “40 bebés decapitados y el Gobierno de Sánchez anda en la equidistancia entre los terroristas y las víctimas”.

Que Hamás ha cometido atrocidades es una realidad que supera nuestra capacidad de aguante, que ya estaba bastante dada de sí. Pero añadirle mentiras y exageraciones, crear una ilusión con herramientas de ficción, solo resta credibilidad al Gobierno de Israel.

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Hay más cosas preocupantes. Rishi Sunak se ha sumado a quienes exigen a la BBC que llame terroristas a los milicianos de Hamás, tal y como considera la Unión Europea a esta organización. De que lo es no hay ninguna duda, pero el dictado del vocabulario, el tono y las versiones que se esconde tras este movimiento arrastra un intervencionismo nocivo. En una línea mucho más autoritaria aún, Francia prohíbe las manifestaciones a favor de Palestina. ¿Pero esto qué es?

Una de las terribles derivadas del 11-S de 2001 en Occidente fue el sacrificio de terrenos de libertad y del Estado de derecho en el altar de la seguridad. EE UU justificó así la salvajada de Guantánamo —una vergüenza que aún pervive—, restricciones de visados y movimientos de poblaciones que no tenían nada que ver, además del ataque a dos países soberanos. Hoy, si lo ocurrido es el 11-S de Israel, comenzamos a cometer el mismo error: restringir libertades, pisotear la información y justificar barbaridades que condenaríamos en otros. Lo que hace Hamás es terrorismo, sí. Lo que hace Israel es apartheid, es castigar y ensañarse con la población civil, es venganza y no defensa, es violar la legislación internacional, es mentir al divulgar bulos. Y nadie nos puede negar el derecho a decirlo. No en nuestro mundo de libertad.

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Sobre la firma

Berna González Harbour
Presenta ¿Qué estás leyendo?, el podcast de libros de EL PAÍS. Escribe en Cultura y en Babelia. Es columnista en Opinión y analista de ‘Hoy por Hoy’. Ha sido enviada en zonas en conflicto, corresponsal en Moscú y subdirectora en varias áreas. Premio Dashiell Hammett por 'El sueño de la razón', su último libro es ‘Goya en el país de los garrotazos’.

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