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Columna
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¿Los humanos conseguirán ser inmortales?

La discriminación relacionada con la edad proviene solo de los adultos. Para los niños, que no saben fingir, ser anciano significa, como curiosamente lo fue en la antigüedad, sinónimo de experiencia

Julia Flores Colque, de 117 años, en su casa en Sacaba (Bolivia), en 2018.
Julia Flores Colque, de 117 años, en su casa en Sacaba (Bolivia), en 2018.Juan Karita (AP)
Juan Arias

Es verdad que cada día que pasa nos asustan menos los cambios. Nos estamos acostumbrando a profecías más impensables, desde encontrar extraterrestres hasta tener una casa en Marte.

Las últimas profecías arriesgadas las acaba de lanzar el científico Ray Kurzwel para quien la inteligencia artificial conseguirá en seis años tener comportamientos semejantes a los de los humanos. Más aún, el Homo Sapiens podrá alcanzar la inmortalidad.

Kurzwel fue quien profetizó que en los años 2000 un computador podría ganar a una persona una partida de ajedrez. La profecía se cumplió antes: el 10 de febrero de 1996 cuando una máquina ganó al campeón mundial Garry Kasparov.

Hoy el científico va más allá y cree que en 2030 será posible “aumentar la expectativa de vida humana cada año”. Sería el camino hacia la inmortalidad. La ciencia acabará permitiendo que el ser humano muera solo cuando lo desee.

Cuando Yuval Noah Arari lanzó su libro Sapiens hablando por primera vez de la posibilidad del hombre de vencer la muerte gracias a los avances de la medicina, nos pareció más bien una fantasía. Hoy sabemos que no hablaba de ciencia ficción. Ya nada nos espanta.

Todas esas profecías se van centrando cada vez más en el llamado tema de la vejez que empieza a aparecer con insistencia en las publicaciones y en las redes sociales ofreciendo recetas para vivir mejor esa parte de la existencia considerada ayer como negativa.

En su columna del domingo pasado, La cosa esta de la edad, Rosa Montero, escribió con cariño: “Reivindico la vejez lúcida, ese estado que une la experiencia con el pensamiento y que nos regala sabios”.

Sí, la vejez empieza a salir de los crespones negros de la negatividad a lo que lo fue en el pasado de la humanidad, cuando anciano era sinónimo de sabiduría. Basta recordar la Biblia donde para conferir importancia a los grandes patriarcas de Israel como Noé, Moisés, Matusalén o Abraham les adjudicaban hasta 900 años de edad.

Y no hace mucho, en el mundo rural, el anciano ya era visto como sinónimo de sabiduría acumulada. Sabían cosas que los jóvenes ignoraban. Se les escuchaba con respeto. El vocablo cultura, nace de cultivar la tierra, de observar la naturaleza.

Ese concepto de la edad fue cambiando con el tiempo hasta degenerar en la idea de que viejo equivale a decrepitud, falta de energía y de ilusiones. Y ello a pesar de que cada año que pasa aparecen ejemplos de personas, que ya han superado los cien años y siguen vivas y actuando. Aquí, en Brasil, desde donde escribo, hemos tenido el ejemplo del famoso arquitecto, Oscar Niemeyer, ideador de la ciudad de Brasilia y del edificio de la ONU, en Nueva York. El famoso creador de la arquitectura de las curvas, que veía como símbolo de la sexualidad, vivió 109 años y volvió a casarse cumplidos a los 99.

Difícil concebir que los humanos consigan el milagro de la inmortalidad o de escoger hasta cuándo deseen vivir, pero lo que sí es cierto es que será cada vez más urgente revisar el lenguaje relacionado con la edad, algo hasta ahora preñado de negatividad.

Y lo primero será no dejar que el adjetivo “viejo” siga siendo usado como negativo, caduco, indeseable o temido. Es curioso que solo con la edad lo viejo es sinónimo de algo negativo e inútil. En el resto, las cosas, al revés, adquieren valor con el peso de los años. Y eso en todo, en las bebidas que son mejores cuanto más añejas. Las pinturas, las esculturas, los fósiles, adquieren mayor valor cuanto más antiguos. Solo los humanos pierden valor, hasta en el lenguaje, cuanto más envejecen. Y, sin embargo, hay jóvenes viejos, sin ilusiones y ancianos que siguen disfrutando de la vida y de la sabiduría acumulada.

Pregunten a la psicología cuál es la etapa de la vida más dolorosa. Sin duda lo es la adolescencia. No acaso los índices de suicidio en el mundo suelen ser aún hoy mayores en los jóvenes que en los ancianos.

Una de las profecías modernas es que estamos llegando a un punto en que los humanos, para quienes cien años ya no es noticia en los periódicos como lo era en mi juventud, vivirán más años como ancianos que como adultos, lo que trastornará los viejos clichés de la edad.

En Brasil, según la Constitución, hoy una persona con 60 años es considerada anciana para obtener los privilegios de la vejez. Sí, hoy la ancianidad es solo una nueva etapa de la vida a veces ya más larga que la madurez. ¿Más dura y dolorosa? Depende. Quizá también más sosegada, menos desesperada, porque cargada de experiencia y sin ya la ansiedad de acumular. Y paradójicamente de mayor aprecio por la vida.

El placer del silencio, de lo esencial, del corazón de las cosas, despojados de lo superfluo e inútil, del gusto por la amistad, de la facilidad en perdonar y comprender el dolor ajeno se avivan con la vejez. Es cierto que con la mayor edad se pierden parte de los sentidos, pero también se adquiere sosiego. Me gustaría que a mis 91 cumplidos me dijeran no qué joven te veo, porque no es cierto, pero sí qué anciano tan alegre y tranquilo.

A mayor edad, si no se ha vivido en la desesperación de querer ser jóvenes a cualquier precio, hasta de hacer el ridículo, se observa la vida con menos desasosiego. Estoy cierto que es en la edad madura cuando mejor se aprecia, por ejemplo, que la amistad, es la joya más preciosa. Y que la guerra, la violencia, la avaricia y el desprecio por los diferentes tienen sabor a podrido.

Me llamó la atención que mi nieto Luis, que está entrando en la adolescencia, después de una conversación en la que le contaba de mis recorridos por el mundo, mirándome a los ojos me dijo: “Abuelo, tú ves poco, no escuchas bien, andas despacito, pero lo sabes todo”. Me abrazó cariñoso y me preguntó: ¿Tú eres famoso? Entendí en ese momento que para un niño, ser anciano, o viejo, o decrépito es más bien ser alguien que sabe de la vida más que ellos. Nada más.

La discriminación relacionada con la edad es solo de los adultos. Para los niños, que no saben fingir, ser anciano significa, como curiosamente lo fue en la antigüedad, sinónimo de experiencia. De vida vivida. De explorador que retorna de mundos desconocidos como cuando Marco Polo regresó de China con las manos llenas de novedades que nadie conocía.

No deseo hacer apología de la edad, y menos de la mía, pero sí creo que en un futuro no ya tan lejano será necesario que los lingüistas creen algún nuevo vocablo que substituya al manido, injusto y despreciativo de la vejez. Porque además, en un tiempo quizás no muy lejano, lo que hoy es visto despreciativamente como viejo y caduco será tan normal como hoy ser simplemente adulto. ¿Quieren apostar?

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