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Papa Francisco
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El Dios en quien no cree el papa Francisco

El sínodo que ha convocado el Pontífice intenta poner los cimientos para que su sucesor pueda continuar impulsando la transformación de la Iglesia

Juan Arias
Papa Francisco
Los participantes en la sesión de apertura de la 16ª Asamblea General del Sínodo de los Obispos llegan a la sala Pablo VI, en el Vaticano, este miércoles. Associated Press/LaPresse Only Italy and SpainGregorio Borgia (AP / LAPRESSE)

El papa Francisco ha sorprendido a la Iglesia con la convocación de un sínodo especial en el que están, junto con obispos y cardenales de todo el mundo, 54 mujeres. Dicha asamblea deberá discutir, entre otros temas espinosos para la Iglesia tradicional y conservadora, la posibilidad de que el mundo femenino tenga un papel preponderante. Es un sínodo especial en el que la Iglesia podría dar paso por primera vez desde sus orígenes a la entrada de la mujer en el diaconado, que es la puerta para el sacerdocio. Podrá ser también posible por primera vez abordar el espinoso problema de las relaciones entre la Iglesia y el movimiento LGBT, permitiendo por ejemplo el matrimonio entre personas del mismo género.

Todo ello llevará también, aunque con la resistencia del ala conservadora que hoy se opone a las aperturas del papa Francisco, a acabar también con el celibato obligatorio que ya ha perdido sentido en el mundo moderno en que vive la Iglesia. El papa Francisco es consciente de las resistencias que sufre de una parte de la Iglesia que espera sólo su salida para que, según ella, las cosas vuelvan a su cauce conservador.

El papa argentino, que se siente tan universal que aún no ha visitado a su propio país, ha demostrado disgusto hacia el ala más dura y conservadora de la Iglesia, esa para la que existe aún un Dios en el que él no cree, que es el viejo Dios de los truenos, infiernos, excomuniones y miedo a las mujeres y a los diferentes. Un mundo que está cambiando a los ojos de de todos. Un mundo que no parece dispuesto a echar marcha atrás para seguir creyendo en dioses y dogmas que se han quedado trasnochados.

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He conocido, por mi condición de periodista, a siete papas, cada uno con sus características personales. Pero todos ellos, con la excepción de Francisco, defendían los dogmas tradicionales. Ni siquiera se les ocurrió pensar, por ejemplo, que media humanidad, la de las mujeres, podría volver a su papel fundamental del que gozaba en la Iglesia primitiva. Así como no podían imaginar que el Dios que ellos dogmatizaban no respondía ya al de los inicios del cristianismo.

Sí, hay un Dios en el que el papa Francisco ya no cree y el importante y ecuménico sínodo que ha convocado intenta como mínimo poner los cimientos para que su sucesor pueda continuar impulsando la transformación de la Iglesia en unos tiempos en que todo parece caminar a la velocidad vertiginosa de la nueva inteligencia artificial.

La idea de que el papa Francisco no parece creer en el Dios que había heredado de una Iglesia cerrada en sí misma, ajena a la transformación del mundo y a una nueva concepción de la sexualidad, de la jerarquía y del papel de la mujer en la sociedad, me ha hecho recordar mi primer libro publicado en 1979, El Dios en quien no creo. Fue publicado primero en Italia y estuvo a punto de entrar en el entonces aún vigente catálogo de los Libros prohibidos de la Iglesia. Sólo no lo fue porque aún resonaban fuertes los tiempos del Concilio Vaticano II, que había iniciado la revolución de la Iglesia.

La idea de mi libro, El Dios en quien no creo, que hoy veo reflejado en buena parte en la conducta del papa Francisco, que forcejea por devolver a la Iglesia la idea del Dios de las Bienaventuranzas, del perdón y del papel fundamental de la mujer en la nueva doctrina del profeta judío, Jesús de Nazareth, tiene una historia.

Eran los tiempos en España del franquismo más duro. Los tiempos de la censura a la prensa y a los libros. Yo tenía entonces una columna en el vespertino Pueblo de Madrid, dirigido por Emilio Romero, titulada Las cosas claras. Los originales del periódico necesitaban pasar cada día por las horcas caudinas de la censura del régimen.

Recuerdo aún cuando entregué una columna un poco particular para aquellos tiempos, titulada precisamente El Dios en quien no creo. Eran cien falsas imágenes del Dios tradicional en el que yo no creía y en el que hoy sí parece creer el papa Francisco. Emilio Romero la pasó al censor sin esperanzas. Para su sorpresa, el texto fue aprobado, quizás porque el censor creyó que hablaba de Dios y no de política. El periódico aprovechó para publicarlo en primera página.

Fue entonces la Iglesia franquista la que reaccionó asustada e indignada. Y el arzobispo de Madrid me impuso a partir de entonces una doble censura de mis textos, ya que debían pasar antes de ir a imprenta por la censura de la Nunciatura Apostólica. Hoy, muchas de las cien imágenes de Dios en las que yo no creía hace más de 40 años son en las que tampoco parece creer el papa Francisco como lo está demostrando en el nuevo Sínodo revolucionario en curso.

Quizás lo más importante del pontificado progresista del papa argentino sea que revela plena conciencia de la revolución que está en curso en el mundo del que la Iglesia Católica se había ido alejando dando espacio al crecimiento de las iglesias evangélicas. El Dios de la Iglesia primitiva, abierto a todas las debilidades humanas, que buscaba rescatar lo que el mundo del poder despreciaba, y que en vez de anatematizar y condenar salvaba y perdonaba, ha ido con los siglos encerrándose en un dogmatismo masculino y medieval.

Es aún el Dios de antes del Concilio Vaticano II, el Dios de los miedos, el de los dogmas inmutables, el de las calderas del infierno y de los anatemas. El Dios que se asusta del sexo, de la felicidad y la alegría. El del pánico a la mujer cerca del altar.

Recuerdo aún cuando, volviendo en Italia en tren de presentar, hace casi 50 años, Il Dio in cui non credo, la editorial había puesto en el título en rojo la palabra NON. Sentada en frente de mi una señora, con aire aristocrático, miraba de reojo a mi libro con cierta sorpresa hasta que no se resistió y me preguntó: “¿Ese libro es a favor o contra?”. Entendí su ironía y le respondí: “Eso depende, señora”.

Hoy entiendo al papa Francisco y su nuevo y revolucionario sínodo repleto de mujeres y abordando temas que parecían tabúes hasta ayer. Era lo que a la aristocrática señora le asustaba del título del libro y con aquel NO en rojo, un color que entonces evocaba la revolución política. Tenía pues razón de asustarse. Como parece pasmarse aún hoy, casi medio siglo después, esa parte de la jerarquía eclesiástica que está torciendo la cara al forcejeo del papa Francisco por devolver a la Iglesia la fuerza transformadora de su fundación.

La tarea no le será fácil, pero es noble y valiente su esfuerzo para rescatar el cristianismo primitivo de antes que fuera contaminado por los dogmas y anatemas que siguen alejando de la fe católica a quienes toman conciencia que el mundo de hoy vive ya en el mañana y no en el pasado oscuro de la Edad Media.

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