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LUIZ INÁCIO LULA DA SILVA
Columna
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Lula tiene que decidir entre salvar el mundo o reconstruir a Brasil

Pareciera que al presidente brasileño no le gustara cómo se está gobernando el mundo y sintiese la necesidad de intentar un nuevo orden mundial en vez de atender la política interior de su país

LUIZ INÁCIO LULA DA SILVA
Lula da Silva, presidente de Brasil, durante su discurso en la ONU, el 19 de septiembre pasado.MIKE SEGAR (REUTERS)
Juan Arias

Aunque por un pequeño margen, Lula consiguió derrotar en las urnas al extremista de Jair Bolsonaro, que había dejado al país trágicamente dividido, además de situarlo en escombros políticos y económicos. Según datos del reciente sondeo de Quaest, el 41% de los brasileños piensan dejar el país para buscar mejor suerte fuera.

Lula, apoyado esta vez no solo por su partido de izquierdas, el PT, sino también por el centro democrático, consiguió sacar al país de la pesadilla golpista del bolsonarismo y abrir puertas hacia un futuro menos oscuro. Llegó con las manos cuajadas de esperanza.

En sus primeros nueve meses presidiendo el país, el legendario sindicalista que consiguió la hazaña de conquistar por tercera vez la jefatura de la República, empieza a ser analizado y valorizado por la opinión pública y por los analistas. ¿El resultado? Por ahora el Gobierno es solo una interrogación ya que algunas de sus apuestas empiezan a ser cuestionadas. Son apuestas arriesgadas de quien se siente estadista mundial más que timonero local. La política interior, al revés que la exterior, llega a irritarle a Lula. Se le queda pequeña.

Y esa irritación le arrastra a su vez a resbalones que son aprovechados por la derecha fascista para echársele encima. El último ha tenido lugar estos días con motivo de su operación para recomponer el fémur derecho que empezaba a impedirle caminar.

Antes de ingresar en el hospital, a Lula se le escapó decir: “Ustedes no me van a ver en sillas de ruedas ni con muletas. Me van a ver siempre guapo como si no me hubiesen operado”. Y de hecho, aún no ha aparecido de él ya felizmente operado, ni una sola imagen. La frase de que nadie le vería cojeando levantó una polvareda entre los defensores de los que sufren alguna incapacidad física, que no tienen por qué sentirse feos ni descalificados por tener que caminar en una silla de ruedas.

A ello se añadió que para su operación, para la que esperan años más de 8.000 personas en las filas de los hospitales públicos, fue movilizado a Brasilia del hospital de São Paulo, el Sirio Libanés, considerado uno de los mejores de América Latina, un avión con un equipo de 20 médicos y especialistas. Fue usado hasta un programa de Inteligencia Artificial para controlar la anestesia.

La operación que acabó convirtiéndose en un acontecimiento nacional hizo a algunos críticos recordar cuando Lula, en gobiernos anteriores, llegó a decir en el extranjero que en Brasil los hospitales públicos eran tan maravillosos que la gente hasta quería enfermarse para poder probarlos. Con ese motivo algunos críticos han recordado que mientras Lula había resaltado que con él “los pobres podía ya viajar en avión e irse de vacaciones”. Lula, cuando dejó la Presidencia, nunca llegó a usar un vuelo normal para sus traslados. Solo aviones particulares.

Ello ha llevado a preguntarse cuál es el Lula verdadero, si es el que sueña y lucha por un Brasil igualitario, donde nadie pase hambre, donde reinen los derechos humanos, donde todos puedan vivir sin sentirse ahogados por deudas y necesidades esenciales y donde la salud pública como la educación de calidad sean dos pilares irrenunciables. O si se trata más bien del Lula que, presidente por la tercera vez, está ya gestionando comprar un nuevo y lujoso avión mayor y más moderno que el actual presidencial dado que en su programa figura seguir viajando por todo el planeta.

Es lo que ha llevado al historiador Elio Gaspari a titular con una pizca de ironía su columna del domingo en el diario O Globo: Lula quiere cambiar el mundo. Según el analista político: “Lula ha viajado ya por los siete mares proponiendo un nuevo Gobierno mundial sea en la cuestión del medio ambiente, que en la reforma del Consejo de Seguridad de la ONU o en la creación de nuevas monedas para las transferencias internacionales”. Y añade: “Todo muy bonito, pero cuando vuelva se enfrentará a un país donde cosas más inmediatas y graves hierven en las sartenes”.

Lula llegó a su tercer mandato con un programa esperanzador para recomponer un país arrastrado al borde de un abismo bajo el mando de una extrema derecha que llevó a quebrar hasta la armonía dentro de las familias en un clima de guerra civil.

De ahí un cierto asombro y hasta preocupación de que en vez de volcarse en cuerpo y alma en los deberes de casa, Lula empiece a dar la impresión de que le interesa el gobierno mundial, hasta con la misión de acabar con la guerra de Ucrania y de reconstruir todos los organismos internacionales dando lecciones de política a los gobiernos de Occidente y Oriente. Es como si a Lula no le gustara cómo se está gobernando el planeta y se sintiera con fuerza para intentar un nuevo orden mundial.

Para tratar de explicar esa aparente ambigüedad política del sindicalista que de la nada, sin estudios, se vio alzado a la cumbre del poder, alabado y aplaudido, el analista político Eduardo Affonso ha recordado cuando Lula, en 2018, afirmó textualmente: “Ya no soy un ser humano. Soy una idea. Una idea mezclada con la de ustedes”. Es lo que le lleva a veces a no saber si el que está hablando en público es el Lula persona física, o el Lula convertido en una idea.

Cuando se presenta como una idea, Lula despierta esperanza e ilusión y sabe conquistarse hasta las capas más humildes de la sociedad. Cuando aparece el Lula físico llega a sorprender con sus afirmaciones machistas y sin escrúpulos para poder gobernar, de hacer alianzas hasta con la peor derecha del Congreso o en ir de la mano de viejas y trasnochadas dictaduras mundiales. Es el Lula que se niega a envejecer y que parece avergonzarse de ser visto andar con muletas. Prefiere ser fotografiado al lado de los grandes del mundo que en la sosa vida del Gobierno de cada día o saliendo cojeando del hospital.

Solo que esta vez Lula no puede olvidar que fue escogido más que para resolver los problemas mundiales, para limpiar a este país de la peste política y económica por la que había sido agarrotado amenazado como estaba de convertirse en un país bananero.

Lula hace bien en recorrer el mundo pero no para intentar cambiarlo, que no es la tarea para la que fue elegido, sino para anunciarle que Brasil, con él y su Gobierno, volverá a ser lo que en justicia le pertenece por su gran riqueza sea material que espiritual.

El extornero que consiguió relanzar la idea de un Brasil que merece contar en las tribunas internacionales, necesita, para ser creíble en dichos foros, devolver cuanto antes a su propio país la convicción que su Gobierno será capaz de remendar los desgarrones fascistas de su antecesor.

Todo ello sin miedo ni vergüenza de ser visto feo o bonito, joven o maduro, corriendo o con muletas. Lo que sí necesita es convencernos que, en los tres años que le quedan de Gobierno, devolverá un país pacificado donde nadie, y menos los jóvenes, necesiten buscar fuera la ilusión perdida.

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