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Columna
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Vienen a por nuestros hijos

¿A alguien le puede parecer sensato que le demos a un ser humano que necesita de sus padres para alimentarse y vestirse un aparato que lo aboca a una realidad en la que incluso a los adultos nos cuesta identificar a los lobos?

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Un adolescente consulta su 'smartphone', sentado en su cuarto.Cavan Images (Getty Images)
Najat El Hachmi

Estamos dejando que los niños sean educados por desconocidos que se cuelan en sus móviles. Como madre, consciente siempre de que era yo la adulta de la ecuación, incluso cuando tuve al mayor a una edad en la que en esta sociedad muchos se siguen considerando adolescentes, como madre, digo, llevo años batallando para que los avances tecnológicos no me arrebaten unos hijos que han crecido dentro de mí, he parido y he cuidado con todo el esmero del que he sido capaz, viéndolos desarrollarse física, mental y socialmente, dándoles todo lo que estaba en mi mano darles, incluidos los límites que necesita toda criatura para crecer. Esto último, lo de imponer límites y mantenerlos en el día a día es una tarea ingrata que nos sitúa automáticamente en el lugar de la “autoridad” y como se suele confundir autoridad con autoritarismo no son pocos los progenitores que abdican sistemáticamente del ejercicio de un poder sobre su prole que viene dictado por la diferencia de años vividos y que no tiene como objetivo la castración, humillación y sometimiento de los pequeños como pasaba antaño con el temido padre de familia, sino con no abandonarlos a su suerte en un mundo en el que son vulnerables tanto por edad y condición física como por su falta de información, conocimiento y madurez para desenvolverse.

Nuestros hijos no son dickensianos, no tienen que apañárselas solos para sobrevivir en la realidad material, pero sí están desamparados y solos ante ese espejo tremendamente peligroso que es el móvil. Contaba Mabel Lozano que el acceso a la pornografía se produce a la edad de ocho años porque el poderoso aparato suele ser un regalo típico por la primera comunión. ¿De verdad a alguien le puede parecer sensato que le demos a un ser humano que necesita de sus padres para alimentarse y vestirse un artilugio que lo aboca una realidad abisal en la que incluso a los adultos nos cuesta identificar a los lobos? A las madres que hemos intentado resistir los cantos de sirena de un progreso pintado como luminoso que no hace más que brutalizar y denigrar la infancia nos han llamado tecnófobas, reaccionarias, antiguas que no entienden el presente de sus hijos. La publicidad masiva por doquier pretende que, como dijo Homer Simpson, los niños sean educados por internet. Será que el sistema necesita empujar los límites y llegar a la simple y pura explotación infantil. Ya está pasando, no es paranoia de madre protectora: ya vienen a por nuestros niños.

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