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Diversidad
Columna
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¿Y si todos pensáramos igual? ¡Un horror!

Debería haber un límite a la diversidad: la violencia, el desprecio por lo diferente, el ansia de dominar, la incapacidad de empatía, de entender el dolor ajeno

luna azul
Una mujer toma una foto a la 'Superluna' del pasado 30 de agosto.MIKE BLAKE (REUTERS)
Juan Arias

Si todos pensáramos igual, si a todos nos gustase siempre y solo lo mismo, el aburrimiento estaría asegurado. Sería un horror. Lo bonito de la vida es el movimiento, el Panta rei del filósofo Heráclito. Nunca pisamos dos veces por el mismo lugar ni el agua es la misma cada vez que metemos los pies en el río.

Y eso sirve en todo: en la política, en la religión y hasta en la gastronomía. La diversidad de gustos, de ideas, de credos es una riqueza sin la cual seríamos una triste caravana de piezas frías y sin alma.

El gran Umberto Eco, a quien no le faltaba ironía, que es la sal de la inteligencia, en su libro sobre la fealdad, se divierte subrayando que mientras la belleza es limitada y monótona, la fealdad es infinita. ¿Se imaginan a todos guapos en el mundo?

El hecho de que los humanos dominen por la amplitud de sus pensamientos es lo que nos distingue de otras especies. Los pájaros cantan siempre igual. Los animales hablan pero siempre en la misma lengua. No escriben sus pensamientos. El ser humano es un río en movimiento. De ahí, la paradoja de que siendo el más inteligente de los seres creados es también el que más se equivoca. El que más tropieza dos veces en la misma piedra.

Mientras tanto y antes de la posibilidad de que un mañana, que no sabemos cuándo, el humano tenga poco que ver con lo que somos hoy, con nuestros mitos e historias, nuestros miedos y nuestras certezas, existe el forcejeo por ser diferentes e iguales a la vez. Es un curioso movimiento sísmico que a veces nos desconcierta y otras nos infunde curiosidad y temor.

El ser lo más parecidos, la tentación de la imitación, el miedo a ser diferentes o el gusto por ser iguales, crea un movimiento que es el fundamento de las modas y el inicio de las identidades políticas o religiosas. Y hasta literarias.

Vivimos un momento de la Historia de transición donde, por primera vez, el Homo sapiens se interroga sobre la posibilidad de dar un salto cuántico para acabar siendo algo diferente de lo que es hoy. Sí, lo sabemos que todo ello depende de la manipulación del cerebro. Fue el crecimiento de la masa encefálica lo que al parecer acabó distinguiendo al Homo sapiens de los neandertales, que acabaron desapareciendo.

Nunca los estudios de la neurociencia junto con la medicina y la robótica estuvieron tan actuales como hoy. El cerebro humano sigue siendo una fuente de descubrimientos y nadie se atreve a hacer profecías sobre nuestro futuro.

¿Será mejor o peor? ¿Y si en la nueva carrera ya en marcha en la conquista del cosmos se llegara a encontrar otros seres inteligentes? Hasta el Vaticano está siguiendo con atención, y yo diría con aprensión, el nuevo movimiento que empieza a crecer fuera de nuestro planeta.

En la historia de la evolución seguramente ha habido mucho más de lo que hasta ahora hemos descubierto como lo revelan los arqueólogos. Y se habla de millones de años. Cambios climáticos y peores de los de hoy que dividieron hasta los continentes los hubo siempre, aunque es cierto que para nosotros y nuestros hijos nos debe interesar el hoy y el mañana.

Si todos pensáramos igual, si no hubiera culturas y filosofías, políticas y artes diferentes moriríamos de tedio. Lo bonito, lo interesante, lo creativo es la diversidad. Nada más banal y frío que la monotonía.

Hay, o debería haber, solo un límite a la diversidad y es la violencia, el desprecio por lo diferente, el ansia de dominar, la incapacidad de empatía, de entender el dolor ajeno. No, la multiplicidad de gustos, de ideas, de modas, de corrientes ideológicas no son peligrosas. El ser humano necesita, junto al oxígeno, sobrevivir, crear, intentar superarse. Sí, la curiosidad es la base de la creatividad. Que lo digan los poetas.

Hay quien se resiste a creer que el hombre ya llegó a pisar la Luna y quienes se mueven ya a su gusto fuera de la Tierra en busca de novedades. Los que temen que no seamos los únicos seres inteligentes del cosmos se olvidan que la búsqueda de novedades hace parte de la capacidad del actual cerebro humano de inventar, de querer descubrir, algo que revelan hasta los niños que nacen ya curiosos.

En la lucha contra las ideologías destructivas, contra el odio que devora y empobrece, contra el cáncer de la avaricia y la sed de acumular sin medida, es urgente saber distinguir entre creatividad y pluralismo, ya que si no existen dos personas en el mundo con las mismas rayas de la mano, tampoco es posible, sin empobrecernos, que todos pensemos igual ni necesitemos arrodillarnos ante un mismo dios.

Diversidad sí, libertad de crear e inventar sí, incluso ideologías, formas distintas de pensar y de organizar la sociedad. Lo que destruye la convivencia y acaba con la alegría de vivir es la tentación de prevaricar, de imponerse con la fuerza, de querer aparecer como dioses liberadores aunque para ello sea necesario que el lobo se camufle bajo la piel de oveja.

Sí, estoy hablando de la devoradora ultraderecha que se escurre hoy por las venas del mundo y nos amenaza con un triste y dramático retroceso empobrecedor y destructivo.

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