Tras la Diada, política
La manifestación obtiene su peor registro de asistencia en pleno debate sobre las condiciones de la investidura
La celebración de la Diada de Cataluña este lunes volvió a llenar el centro de Barcelona con miles de manifestantes independentistas convocados por la Assemblea Nacional Catalana. El objetivo esta vez era reivindicar que la independencia sigue siendo su objetivo, por más que se negocien vías de alivio penal como la amnistía para personas condenadas o pendientes de juicio por delitos vinculado al procés. A diferencia de los primeros años de esta marcha, donde dominaba la reivindicación festiva, el ambiente se ha ido enrareciendo hasta convertirse por momentos en una demostración pública de censura a la actuación de los propios partidos independentistas. Ayer, en la convocatoria menos concurrida —a excepción de los años de la pandemia—, se escucharon también gritos en contra de explorar acuerdos con el PSOE para la investidura de Pedro Sánchez y a favor de “bloquear” las instituciones del Estado mientras no haya posibilidad de celebrar un referéndum de independencia.
Los principales partidos secesionistas, que antes jaleaban la manifestación y la utilizaban como argumento para sus intereses, han pasado a ser invitados incómodos y objetivo de imprecaciones por parte de los manifestantes. Estas formaciones volvieron a probar ayer la receta que en demasiadas ocasiones aplicaron en el pasado a los partidos no independentistas y a todo el que marcara distancias con el soberanismo.
Pero una cosa es el calor de una manifestación, terreno abonado para el maximalismo, y otra, el día después. Hoy toca recuperar la política y llevar los conflictos —que existen— al terreno del diálogo. Y toca hacerlo con realismo a ambos lados de la mesa. La decisión de Junts de jugar la baza negociadora y abandonar posiciones de bloqueo no garantiza que haya acuerdo para la investidura, pero es algo que parecía impensable hace apenas dos meses. En el caso de ERC, el riesgo es que el creciente protagonismo de sus rivales neoconvergentes acabe por devolverles a posiciones radicales. Una vez convencidos de las ventajas de hacer política, falta que estos partidos sean conscientes de qué pueden reclamar a la otra parte sin que su rival se quede sin espacio para mantener viva la negociación.
El Gobierno y el PSOE también tendrán que medir bien su acercamiento a los independentistas, especialmente por la dificultad que entraña en ocasiones distinguir la simple gesticulación de las posiciones de fondo. No es lo mismo que el secesionismo reclame mantener vivo a largo plazo el objetivo de un eventual referéndum que la exigencia de poner fecha y pregunta a esta consulta. Cualquier debate serio debe hacerse lejos de las presiones de la calle. Tras la Diada llega el momento de la política para todos los catalanes, independentistas o no.
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