Hipocresía a la saudí
La enorme contradicción de los wahabíes es que su desmesura y despilfarro nada tienen que ver con los valores ultraconservadores que defienden en la dictadura que dirigen
Se demuestra que Michel Houellebecq tenía en más consideración el humanismo de lo que el protagonista de Sumisión expresó cuando afirmó que solo con escuchar la palabra le daban ganas de vomitar. Erró el tiro el francés cuando en su distopía imaginó que lo primero que compraría el oscurantismo teocrático islamista sería La Sorbona. Los árabes se han dado cuenta de que es más efectivo ir a por el principal estamento de la cultura (de masas) occidental, a por la religión que más fervor despierta, con sus organizaciones e iglesias, sus rituales y místicas y unos sacerdotes capaces de llevar a donde sea a cantidades enormes de población. Esto es: el fútbol. Algunos ciudadanos, incluidas las más resplandecientes estrellas de la dichosa pelota, están más apegados a este deporte y al dinero que les puede traer que al país en el que han crecido y viven en libertad. Esto es lo que explica que tantos de estos millonarios psicópatas (es decir, faltos de empatía), que lo son gracias a la devoción de millones de creyentes, se dejen comprar por un régimen que descuartiza periodistas y sume a las mujeres en un estado de vergonzosa esclavitud.
La enorme contradicción de los wahabíes, que deberían pedir derechos de autor a Margaret Atwood por ser El cuento de la criada una realidad por ellos inventada, es que su desmesura y despilfarro, su hambre voraz de riqueza y dominio nada tienen que ver con los valores ultraconservadores que defienden en la dictadura feudal que dirigen. Esta contradicción no lo es, por supuesto, desde el punto de vista neoliberal ya que esta forma de organización económica no solo casa bien con el autoritarismo patriarcal más rancio sino que incluso puede beneficiarse del mismo porque en realidad no hay nada más peligroso para la libertad individual que la libertad sin límites del mercado. La contradicción de los reyes de los petrodólares está en el Corán mismo, un texto que alerta no pocas veces del duro castigo que les espera a los hipócritas en la otra vida. Pero los Saúd no temen el juicio final porque, como todos los teócratas que se sirven de la religión para dominar al pueblo, saben perfectamente que el islam es un invento de lo más eficaz al servicio del poder. Por eso mientras sus predicadores difunden en internet “el verdadero islam” que atenaza hasta la asfixia la vida de los musulmanes, quienes están en la cúspide del sistema religioso van comprándolo todo en el tan infiel Occidente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.