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Columna
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Gente que complica las cosas

Mientras la simpleza es una poderosa herramienta de intoxicación, la simplicidad es el verdadero motor del conocimiento

Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo
Pedro Sánchez y Alberto Núñez Feijóo, durante la reunión que han mantenido este miércoles en el Congreso.Mariscal (EFE)
Javier Sampedro

Como seres pensantes, los humanos nos dividimos en dos grandes grupos: los que disfrutan complicando las cosas y los que sufren por simplificarlas. Ya sé que buena parte de la manipulación psicológica de masas en que se ha convertido la política conservadora, y la peor parte de la otra, se basa en cocinar mensajes simples sobre problemas complejos, pero aquí no estoy hablando de la simpleza, sino de la simplicidad. Mientras la simpleza es una poderosa herramienta de intoxicación, la simplicidad es el verdadero motor del conocimiento. Los grandes avances en la comprensión del mundo se deben en el fondo a una religión: la creencia en que el mundo es comprensible. La búsqueda de pautas simples bajo la abrumadora confusión que nos presentan nuestros sentidos. El Dios de Spinoza y Einstein, el que se revela en la armonía de todo lo que existe. La única fe de los científicos.

Basta echar un somero vistazo a las noticias de este miércoles para encontrar buenos ejemplos de gente que disfruta complicando las cosas. Feijóo le pide a Sánchez que le deje gobernar dos años, en un intento candoroso de confundir a sus propios correligionarios. Exteriores acaba de descubrir que los buques británicos se entrometen en las muy españolas aguas de Gibraltar. Rusia entierra a escondidas a Prigozhin, no vaya a ser que se manifiesten las hordas en un funeral público. Rubiales se resiste a dimitir por alguna razón que no entienden ni en Manhattan, todo ello maridado con un vídeo del autocar donde la selección femenina se reía de él, lo que por lo visto le parece un escándalo a la ultraderecha. El PP y Vox censuran en Cáceres una obra de teatro sobre la violencia de género. Gente que complica las cosas.

Las interpretaciones correctas son bien simples, en cambio. España controla la frontera sur del Estrecho desde Ceuta, y el Reino Unido controla la frontera norte desde Gibraltar. Putin ha asesinado a Prigozhin. Rubiales evita dimitir para no perder la pasta gansa de la indemnización. La derechona no cree en la democracia. Y Feijóo no va a gobernar. Simplicidad.

No quiero ser injusto. Tanto los simplificadores como los enredas son necesarios. Desde el redescubrimiento de las leyes de Mendel en 1900 ―el pobre monje las había descubierto 35 años antes sin que nadie le hiciera ni caso—, la investigación en genética produjo tal flujo de datos que ni siquiera un experto podía mantenerse al día con ellos, no hablemos ya de penetrarlos. Aquellos genetistas disfrutaban complicando las cosas, y hay que reconocer su mérito, puesto que la vida es genuinamente complicada. Pero bastó un destello de genio en 1953, la ahora famosa doble hélice del ADN, para reducir todos aquellos estratos de información a una simple pieza de conocimiento que se puede explicar a un niño. La historia de la ciencia ha repetido este esquema muchas veces. La simplicidad es la fórmula del progreso.

La fe del científico es que el mundo es comprensible. Entre los sociólogos, politólogos e historiadores hay mucha gente que disfruta complicando las cosas, pero los mejores de ellos hacen bien en sufrir por simplificarlas. Como dijo Samuel Johnson, lo que se escribe sin esfuerzo se lee sin placer.

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