El mecanismo
Al transformar cada discusión en una pelea de trinchera política se destroza la calidad del debate
Conviene insistir en un detalle. Aunque parezca contradictorio, las sociedades avanzan gracias a la resistencia al cambio. Cuando hace mil años la iglesia consideraba pecaminoso comer con tenedor, pues el alimento había de ser llevado a la boca con la mano para no contaminarse de las nuevas tecnologías, fue seguramente lo grotesco de la argumentación lo que acabó por imponer la cubertería familiar. Y así, hasta el día de hoy, cuando un paso atrás es ejecutado sobre una argumentación errónea, banal o sencillamente reaccionaria, y aunque aparente lograr una victoria puntual, muy poco después asiste a su propia derrota por la maza pesada del sentido común. El reloj biológico solo sabe avanzar, por eso el progreso es siempre tan desasosegante para los que querrían que su paisaje personal permaneciera inmutable. Es inútil volver a repasar la polémica del presidente de la Federación Española de Fútbol tras el triunfo de las mujeres en la Copa del Mundo. Quizá tenga más interés analizar lo que ocurrió antes, cuando las jugadoras promovieron un plante para cambiar las cosas y el resultado fue un ejercicio perfecto de amedrentamiento, humillación y represalia. Los que aparentaron ganar puede que en estos días estén alcanzando la más honda de las derrotas. Ojalá.
La comparecencia de Rubiales para anunciar que no dimitía, tan parecida a la de otros dirigentes políticos que decían eso de no me iré, no me vencerán, no surrender, etc., tenía un ribete económico nada desdeñable. El cargo le garantizaba la compra de aplausos y voluntades, fuera del cargo su presencia pasa a ser de una atronadora inanidad. Lo que se practicó como una lección presencial para la formación de sus hijas, y hasta de su madre, se transformó en otra lección de muy diferente cariz que han recibido todos los jóvenes españoles para conformar su hoja de ruta. La gente del pasado puede no comprender ni asimilar lo que ocurre, pero los del futuro no tienen otra posibilidad que hacerlo y aplicarlo a su propia vida. De todas maneras, y en aras de la pedagogía social hay un detalle del discurso del presidente de la FEF, esa institución híbrida entre el negocio privado y la explotación de la simbología nacional, que no deberíamos desaprovechar.
En un instante de su delirante discurso, apoyado por la polarización política del país, el culpable trató de ampararse en un falso victimato. No sé si hay falso feminismo, pero falso victimismo sobra a paladas. Allí señaló a varios líderes de los partidos de izquierda para simular que era preso de una cacería política. Se olvidó de añadir a todos los políticos de la derecha que también han aborrecido de él y han exigido su cese inmediato. Intentaba de ese modo convertir su penuria personal en una patraña ideológica, donde al asociarse a un bando contaría con la defensa automática del bando contrario. Esa miserable forma de manejar la responsabilidad es algo que también vemos constantemente emponzoñar el debate sobre la crisis climática, los avances en libertad sexual, la transición tecnológica, el precio de la vivienda y los servicios públicos. Al transformar cada discusión en una pelea de trinchera política se destroza la calidad del debate. Él lo intentó y falló estrepitosamente. Pero otros lo logran cada día y deberíamos aprender del ejemplo grosero de esta semana, para armarnos de valor ante esa vileza.
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