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NICARAGUA
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Nicaragua en la guillotina

Desde el exilio, estoy asistiendo a la muerte por asfixia de mi país. Lo que se está cometiendo contra Nicaragua es uno de los asesinatos más crueles

Daniel Ortega y Rosario Murillo
Daniel Ortega y Rosario Murillo, en una foto de archivo.JAIRO CAJINA (AFP)
Gioconda Belli

Nos resistíamos a creer que lo harían, pero lo han hecho. Ortega y Murillo, señores de horca y cuchillo, se han atrevido a decretar la confiscación de la Universidad Centroamericana en Nicaragua, acusándola de haber funcionado durante las protestas de 2018 “como un centro de terrorismo”. Otra acusación sin pruebas, hecha casi seis años después de esa rebelión cívica; una venganza más de la pareja que no cesa de cercenar las bases pensantes de la nación.

La UCA era la última universidad autónoma que quedaba en el país. Fundada en 1960 y administrada por jesuitas era el centro de estudios más profesional y de más prestigio regional e internacional. Este 16 de agosto, una procesión de personal docente y administrativo ha abandonado el campus que fue escenario de debate, de aulas plenas, de cátedras brillantes. Una escena funesta porque esa universidad era emblema de libertad, de pensamiento crítico. El régimen ha confiscado sin apelación sus instalaciones, sus bienes, sus cuentas bancarias. La universidad se une a los otros íconos de la tradición intelectual del país que han sido despojados desde 2018: el Diario La Prensa con sus cien años de existencia, la Academia de la Lengua fundada en 1928, los festivales literarios como el Festival de Poesía de Granada, y Centroamérica Cuenta, editoriales de libros para niños, centros de pensamiento, todos los medios de comunicación independientes. Se une a los que hemos sido exiliados y desnacionalizados por pensar diferente.

El cierre de la UCA no está aislado de la persecución del régimen contra la Iglesia católica a la que se le han congelado la totalidad de sus cuentas bancarias, dejando a las diócesis sin fondos para sufragar sus gastos, así como se le ha negado la libertad al obispo monseñor Rolando Álvarez, condenado por ser quien es a 26 años de cárcel.

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Desde el exilio, estoy asistiendo a la muerte por asfixia de mi país. Lo que se está cometiendo contra Nicaragua es uno de los asesinatos más crueles: la dictadura ha decretado la muerte a la independencia de pensamiento, la muerte a la tradición intelectual, periodística, artística y literaria de un país que brilló como una pequeña y verde esmeralda en la delgada cintura de América y que dio ejemplo de rebeldía y coraje negándose a las varias formas de sometimiento que intervenciones y tiranos le impusieran.

El afán de venganza contra la rebelión popular cívica de 2018 se ha convertido en el motor de las acciones de despojo de Rosario Murillo y Daniel Ortega. Justifican ese actuar desaforado y criminal con una retórica antimperialista que se contradice con la realidad económica del país: Estados Unidos es su mayor socio comercial y el origen de la mayoría de las remesas familiares que mantienen la economía a flote. La familia reinante y su círculo cercano ha acumulado inmensas fortunas. Se declaran a favor de Rusia, de Irán y de China, pero éstos no les han funcionado económicamente. Bastaría una decisión de EE UU para que la economía nicaragüense retrocediera y se estancara, pero la Administración Biden teme el incremento de la inmigración, y alude a razones humanitarias. Los Ortega han sido maestros de la falsificación defendiendo un capitalismo salvaje y depredador, mientras vociferan discursos radicales y engañan a algunos pocos dogmáticos de izquierda, apropiándose de una revolución, profanando las tumbas de los que murieron por la libertad que ellos ahora destruyen.

Todos los días uno muere un poco, pero esta es la noche del alma. Jamás pensé ser testigo de cómo le cortan la cabeza a mi país.

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