Ozempic: adelgazar es lo de menos
“La droga de Hollywood” reduce el riesgo de infarto en un 20%. Los sistemas sanitarios deben financiarla
No sería difícil culpar a Kim Kardashian. Desde que esta modelo y socialité anunció que se había inyectado ozempic para enfundarse el traje de Marilyn Monroe en la gala del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York del año pasado, la demanda de ese fármaco adelgazante ha estallado entre los famosos profesionales, primero, y después entre cualquier persona anónima con cierto exceso de kilos y un franco superávit de billetes. El medicamento es eficaz para perder peso, se conoce como “la droga de Hollywood” y se puede adquirir en más de 50 webs a partir de 130 euros la dosis. Como hay que ponerse una inyección a la semana, eso supone 520 pavos al mes. Una pasta. ¿Debería financiarlo la sanidad pública? En España ya lo hace para los casos correosos de diabetes de tipo 2, una grave enfermedad asociada al sobrepeso. El paciente solo paga 4,24 euros por cuatro dosis. Pero es muy probable que el Ministerio de Sanidad tenga que ampliar esos criterios de forma drástica, porque acabamos de saber ―preliminarmente— que el ozempic reduce el riesgo cardiaco en un 20% incluso en personas que no tienen diabetes. Habría que remontarse a las estatinas (medicamentos contra el colesterol) para encontrar un fármaco que pueda evitar tantos infartos, ictus y demás desastres cardiovasculares.
El ozempic ha dejado de ser la droga de Hollywood para convertirse en una de las más valiosas herramientas de la medicina preventiva. Sanidad haría bien en ir preparando la cartera. Para salvar vidas y, a la larga, ahorrar costes. Tratar un infarto es muchísimo más caro que financiar el ozempic. El argumento es nítido e irrefutable. Solo falta conocer los datos definitivos del ensayo clínico organizado por Novo Nordisk, el laboratorio danés que ha desarrollado el fármaco, que se esperan para final de año, pero las agencias del medicamento no deberían aguardar a eso para hacer sus cuentas.
Ozempic y Wegovy son nombres comerciales de la semaglutida, el primer miembro de una generación enteramente nueva de fármacos contra la obesidad y sus innumerables daños para la salud. Son fármacos que imitan a una hormona natural llamada GLP-1 (agonistas de GLP-1, en la jerga). Este tipo de hormonas, llamadas incretinas, actúan a todos los niveles de la gestión energética del cuerpo: aumentan la secreción de insulina y retiran así el exceso de azúcar de la sangre. Estimulan el crecimiento de las células beta pancreáticas, que son las que producen insulina en respuesta al entorno fisiológico, y las que mueren en los pacientes diabéticos. Inhiben la producción de glucagón, el antagonista natural de la insulina. Ralentizan la digestión en el estómago y reducen el apetito. Ozempic es el sueño de un endocrinólogo. Y la pesadilla de un farsante.
Es hora de cambiar nuestros esquemas mentales sobre la regulación del peso. El discurso de la culpa ―quien engorda es porque quiere, y por tanto que le den morcilla— está más pasado que la copla. Hay todo tipo de condicionantes genéticos, culturales y socioeconómicos que afectan al peso de una persona y, por tanto, a su salud. La droga de Hollywood es un genio que debe escapar de la lámpara en cuanto se confirmen los datos. Hágase.
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