Fiestas de la insignificancia
Destinamos herramientas intelectuales sofisticadas a analizar una parte reducida de la cultura pop. No celebramos el entretenimiento que da ni su eficacia o belleza: encontramos un mensaje que la justifica
Probablemente, quienes defendían abolir la distinción entre alta y baja cultura hace unos años se sorprenderían al ver que ahora prácticamente solo nos dedicamos a hablar del mainstream. La oposición clásica pierde sentido porque, como ha señalado Elvira Navarro, ha desaparecido uno de los vectores. Destinamos herramientas intelectuales sofisticadas al análisis de una parte bastante reducida de la cultura pop y sus afluentes. Por supuesto, no es totalmente novedoso: siempre se ha escrito de eso, tiene un valor, y genera piezas informativas y estimulantes. Pero es llamativo ver cómo productos y formas de ocio que antes se despreciaban ahora parecen casi obligatorios. En nuestra manera de consumirlos hay un factor de sublimación: no valen solo por lo que son. No celebramos el entretenimiento que proporcionan ni la eficacia o belleza con que se han construido: sobre todo, encontramos un mensaje que los justifica.
La transformación de los medios, la economía de la atención y el espacio ilimitado en internet facilitan que escribamos mucho durante un periodo breve de los mismos temas, que normalmente no tardan en olvidarse. Este fenómeno también es resultado de algo positivo ―el mayor acceso a la educación― y de una concepción antielitista un tanto tramposa. Como ha escrito el columnista Janan Ganesh (a quien respondió Sergio del Molino en estas páginas), “el objetivo de una sociedad cada vez más inteligente era popularizar lo intelectual. Era más difícil predecir la intelectualización de lo popular”.
Series triviales y superproducciones de Hollywood inspiran reflexiones sesudas y nos nutren de metáforas recurrentes: escribir de ellas sirve para evitar la actualidad pero, a la vez, solo sabemos verlas como un comentario de la actualidad. Lo más negativo es una paradójica pérdida de la diversidad: a pesar de la fragmentación, todos analizamos el mismo estribillo. Lo más entretenido es ver la desproporción entre las obras o noticias y la relevancia conceptual que les otorgamos: una verdadera fiesta de la insignificancia, como diría Milan Kundera. La hermenéutica contracultural se aplica de manera hemipléjica: críticos del capitalismo celebrando éxitos comerciales. Para apreciar lo trivial, y quizá para apreciar también lo serio y lo profundo, conviene conservar cierta ligereza: del mismo modo que nada es más frívolo que la total ausencia de frivolidad, si tomamos lo banal demasiado en serio, el resultado final es la banalidad de todo.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.