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Columna
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La playa inmortal

Envuelto por la multitud, que te asedia con sus toallas, flotadores y un ejército de niños-soldado medio desnudos que invaden tus dominios, entras en un estado de meditación, pero al revés

Un hombre accede a la playa de Ferrara, en Torrox (Málaga).
Un hombre accede a la playa de Ferrara, en Torrox (Málaga).García-Santos
Víctor Lapuente

He descubierto el secreto de la inmortalidad: ir a la playa sin móvil. Bajo la sombrilla y sobre la arena el tiempo se alarga como el mar en el horizonte. Las crestas de las olas aparecen y desaparecen, agujas de un reloj solar intermitente que siempre marca el mediodía. Todo lo muerto cobra vida en la imaginación: la concha clavada en la roca, resto de un animal del pasado; la moto acuática meciéndose en la orilla, fósil de un robot del futuro.

Envuelto por la multitud, que te asedia con sus toallas, flotadores, tablas de paddle surf y un ejército de niños-soldado medio desnudos que invaden tus dominios lanzándote arena con los pies, entras en un estado de meditación, pero al revés. No te pierdes en tu interior. Te abandonas a tu alrededor. Eres tu alrededor. Te absorben los gritos de la abuela a tu derecha, el reguetón de los adolescentes que bromean a tu espalda, la lata de cerveza que desparrama una ola de espuma sobre la garganta del tipo con melena a tu izquierda. La cacofonía de sonidos es una sola voz, el haiku infinito de un ángel celestial. Elevas la vista al cielo.

Y entonces te llega la revelación en forma de dos gaviotas, una que aletea con furia contra el viento sin apenas avanzar y otra que planea velozmente a favor del viento ¿Cuántas veces en la vida has sido la primera gaviota, que se agota en un esfuerzo estéril, y cuántas la segunda, que avanza aprovechándose de las circunstancias? ¿Cuál es el sentido de la existencia, lo uno o lo otro?

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Y por primera vez entiendes que Dios es uno y trino: es el rumor de las olas que llega a tus oídos, es la brisa que golpea tu frente y es la arena que se hunde bajo tus pies. Tres impresiones distintas y la vez inseparables, que te hacen sentir único y al mismo tiempo reemplazable por cualquiera de las miles de personas que te rodean. Especial y cotidiano. Esa debe ser la fuente de la sabiduría, te dices.

Mientras el sol te abrasa la piel, notas un resplandor íntimo, la fortaleza para crucificar todas tus penas en las palmeras del paseo marítimo. Y te vas corriendo al apartamento, a escribir estas palabras. Y entras en el callejón oscuro que conduce a la segunda línea de mar, donde tienes el piso alquilado desde febrero. Y el olor a gambas asadas y a pescado frito te devuelve a la realidad mortal. Es la hora del vermut y buscas una mesa libre en la terraza del bar.

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