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Columna
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Hola oscuridad, mi vieja amiga

Simon y Garfunkel tenían razón. El sonido del silencio existe

Una mujer se relaja con unos cascos.
Una mujer se relaja con unos cascos.Justin Paget; JP (Getty Images)
Javier Sampedro

“Hello darkness, my old friend…”. Si no has reconocido la canción, es que eres un jovenzano, y te felicito por ello. Así arranca The sound of silence, el sonido del silencio, un clásico de Simon y Garfunkel. Llama la atención que la canción empiece hablando de la oscuridad, el grado cero de la visión, para conducirnos hasta el silencio, el grado cero del sonido. Esta especie de sinestesia, o nexo automático entre sentidos, alcanza el paroxismo en otra estrofa: “Gente hablando sin decir, gente oyendo sin escuchar, gente escribiendo canciones para ninguna voz”. Paul Simon escribía esto en 1964, tal vez en pleno bajón por el asesinato de Kennedy tres meses antes, pero las intenciones del autor importan poco aquí. Lo que nos interesa es su lista de ceros perceptuales, de la oscuridad al silencio y más allá.

Los ceros fueron explorados a fondo por las vanguardias del siglo pasado. La abstracción de Kandinsky se puede considerar un cero, al renunciar sistemáticamente a toda forma figurativa. También es un cero la música dodecafónica concebida por Arnold Schönberg para impedir de manera sibilina las tentaciones tonales que habían caracterizado toda la música hasta entonces. No en vano, Thomas Mann se inspiró en el compositor para construir a su doctor Fausto, ese tipo que está todo el rato vendiendo su alma al diablo. En un museo de Cáceres se puede ver un cuadro de Yoko Ono que consiste en un lienzo en blanco del que emergen las hojas reales de una planta. Me lo quedé mirando un buen rato, no sé si como amante de la pintura o de los Beatles.

La obra cumbre del cero musical es sin duda 4′33″, de John Cage, que consiste en 4 minutos y 33 segundos del más absoluto silencio, eso sí, con un pianista sentado al teclado y ganándose la pasta más gansa de su vida. Cage fue alumno de Schönberg, por cierto, aunque es justo decir que su profesor le diagnosticó una incapacidad intratable para la armonía. Si Schönberg estaba en lo cierto, es indudable que Cage encontró un camino para superarla.

Y acabamos de conocer novedades. Un pequeño grupo de neurólogos y filósofos de la Universidad Johns Hopkins, en Baltimore, han sometido a sus voluntarios a las torturas habituales de la psicología experimental y han visto lo siguiente. Un tono continuo se percibe como más largo que uno discontinuo, aunque midan exactamente lo mismo. Por razones que ignoramos, esa parece ser una cualidad de nuestra percepción del sonido. Y ahora viene lo importante: un silencio continuo también parece más largo que uno discontinuo. En este sentido, percibir un silencio es como percibir un sonido. Otras pruebas más enrevesadas apuntan a la misma conclusión. Así como el cero es un número, el silencio es un sonido, y nuestro cerebro lo procesa como tal. La lectora puede hacer la prueba por sí misma, y Claudia López Lloreda lo comenta en Science con un artículo accesible (en inglés).

El cero se suele considerar un invento matemático, seguramente hindú. Pero, al igual que otras innovaciones matemáticas, no consista tanto en una invención como en un descubrimiento. Nuestro cerebro parece estar preparado para percibir el sonido del silencio. Muy bien, Paul.

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