EE UU, América Latina y China: tenso tango para tres
Estamos bajo un nuevo escenario, marcado por el declive hegemónico de las potencias de la guerra fría y por la necesidad de redefinir el rumbo de las relaciones en el continente
Los movimientos de las placas tectónicas de la política internacional nos están conduciendo a la configuración de un sistema de complejidad múltiple con velocidades y alcances diversos en sus tres dimensiones: militar, económica y de temas transversales. El reconocido profesor Amitav Acharya lo ha bautizado como “Multiplex” y lo asimila a las salas de un cinema. Estamos observando, por ende, varias películas a la vez que están determinadas por el poder, el alcance geográfico, el liderazgo y la dimensión del tiempo de sus actores. Sus repercusiones a nivel local no se detienen y dejan en claro las grandes líneas por las que América Latina deberá manejarse hacia el futuro en su relacionamiento externo.
En este marco, un ejemplo reciente que provoca una mención y reflexión es el reclamo a Washington por parte de académicos y personalidades progresistas de América Latina para poner en marcha un nuevo “pacto continental”. Este debería favorecer ―según sus autores― las condiciones de desarrollo de la región y redefinir las viejas teorías bajo las cuales se sustentó la relación interamericana en el pasado. Es decir, exigen un diálogo político serio y un nuevo sistema de convivencia con nuevas reglas que contribuyan al desarrollo, al cambio climático y la protección de la biodiversidad. Esta representa una aproximación madura y acertada en el ejercicio de una política exterior de no alineamiento.
Décadas atrás, paradójicamente, el sentimiento anti-americanista de sectores principalmente asociados a la izquierda de la región marcó la pauta y encontró en el “Consenso de Washington”, el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) o en el embargo a Cuba sus máximos focos de atención y sus propios caballos de batalla. La historia ha dado, ahora, un giro y hemos pasado del rechazo sistemático a una nueva aproximación con un espíritu constructivo y de diálogo.
Está claro que estamos bajo un nuevo escenario, marcado no sólo por el declive hegemónico de las potencias de la guerra fría, sino también por la competencia estratégica y la necesidad de redefinir el rumbo de las relaciones en el continente, a partir de una agenda integral, constructiva y que beneficie a todas las partes.
Declive hegemónico. La transición de Occidente a Asia Pacífico está conduciendo al globo a nueva etapa histórica. El rol hegemónico de Washington entra en el siglo XXI en un proceso de cambio, en el cual el poder global se comparte.
A pesar de sus tensiones políticas internas y desigualdades sociales, Estados Unidos continúa y continuará jugando un rol muy importante de liderazgo. Lo hará en términos económicos, políticos, militares e intelectuales.
El tema central ―como lo apunta Fareed Zakaria― no es el “descenso de América sino la emergencia de otros actores”. La bipolaridad entre EEUU y China, acompañada de países revisionistas como Rusia e Irán, marcará la pauta en un mundo en configuración. Los términos y el alcance del poder blando, credibilidad y capacidad para crear redes e influir estarán bajo escrutinio.
Competencia estratégica China - Estados Unidos. Esta tendencia se ha acentuado en los últimos años al iniciar Pekín una ofensiva hacia América Latina de forma cada vez más abierta, activa y contestataria.
El Dragón ha invitado abiertamente a países de la región a unirse a proyectos estratégicos para su proyección global como la “Iniciativa de la Franja y Ruta” y la “Iniciativa de Desarrollo Global”. El énfasis económico y comercial ha primado para la obtención de recursos naturales y bienes primarios, apertura de nuevos mercados e inversiones en infraestructura, innovación, tecnologías y telecomunicaciones.
Su estrategia le ha permitido constituirse en el segundo socio comercial de la región, después de los Estados Unidos, inundar los mercados locales con bienes de consumo e intermedios, y desarrollar una importante influencia en materia de inversión extranjera directa en sectores estratégicos, tales como el eléctrico. Las cifras hablan por sí solas: el comercio entre las dos regiones creció un 11% en el 2022 y alcanzó los USD 469.000 millones. Y desde el año 2000 ha invertido más de USD 172.000 millones en América Latina.
Por su parte, EEUU ha mantenido con China una relación caracterizada por el compromiso y la disuasión, las cuales se entrelazan y aplican en función del contexto. Las tensiones se han incrementado con la pandemia del Covid-19 y el ascenso del presidente Xi Jinping y su visión más ambiciosa alrededor de democracia iliberal, mayor control y represión, y un capitalismo de Estado. Competencia y rivalidad estarán en el orden del día, al igual que el desacoplamiento. Para algunos analistas como Wang Huiyao, presidente del Centro para la China y la Globalización en Pekín, este proceso se ha tornado irreversible y puede conducir al “rompimiento del sistema en dos partes”.
En respuesta, la administración del presidente Biden ha mostrado interés en recuperar nuevamente el terreno perdido en América Latina, especialmente en materia de diálogo e influencia, y en avanzar en la consolidación de una comunidad hemisférica alrededor del respeto y la promoción de la democracia, los derechos humanos y los objetivos de desarrollo sostenible. La “Alianza para el Desarrollo de la Democracia”, entre Costa Rica, Estados Unidos, Panamá y República Dominicana, es una buena muestra.
La nación del norte se ha mantenido como el principal socio comercial de la región y se ha posicionado junto con la Unión Europea en uno de los mayores inversionistas extranjeros con el 34% de la IED total.
Sin embargo, Alicia García Herrero ―economista jefe para Asia Pacífico en Natixix― considera que la influencia de China puede parecer imparable, aunque “la realidad es que tanto EEUU como la Unión Europea se lo han puesto muy fácil. Ambos bloques económicos no se han tomado suficientemente en serio la importancia de llegar a acuerdos comerciales e inversión con América Latina y han perdido comba en la región”.
En pocas palabras, China ha aprovechado la oportunidad y ha llenado un espacio vacío, por omisión de un tercero. Lo ha hecho de forma astuta, con decisión y talento propio.
Nuevas relaciones hemisféricas
Para la gran mayoría, la pasada Cumbre de las Américas era una oportunidad histórica que permitiría relanzar las relaciones hemisféricas, en un periodo marcado por los graves efectos de la pandemia.
Era el momento de “mirar otra vez a Latinoamérica” con el fin de restablecer el compromiso y lanzar un gran programa de colaboración interamericana en ejes trasversales. Ello le brindaría a los Estados Unidos la oportunidad de acercarse a la diversidad, a la “marea rosa” que estaba en ebullición y construir conjuntamente una visión de largo plazo. Asimismo, le daría una ventaja comparativa, al fijar su atención nuevamente en temas en los que tradicionalmente la política exterior de China no ha estado presente o no ha estado interesada en involucrarse.
A pesar de los esfuerzos desplegados en Los Ángeles y la “Alianza de las Américas para la prosperidad Económica”, algunos cuestionan los resultados obtenidos y la falta de implementación. Se requiere, por lo tanto, estrechar el diálogo, la cooperación y el trabajo conjunto, bajo una agenda integral y pragmática que involucre tanto al sector público como privado. Es un ejercicio de reinvención y proyección de intereses, que deje atrás las diferencias ideológicas y tome en consideración la heterogeneidad, las prioridades y la enorme complejidad política de América Latina.
Elementos centrales para el involucramiento regional, subregional y bilateral de Washington deberían ser: crecimiento con equidad, cambio climático y transición energética, transformación digital, infraestructura, educación, salud, comercio, relocalización e inversiones, migración, drogas y crimen trasnacional. Se trata de construir una agenda positiva y estratégica que trascienda los tradicionales temas y obsesiones en problemas y brinde alternativas. Igualmente, deberá estar acompañada de nuevas herramientas que promuevan la cooperación sobre la confrontación.
La democracia, como pilar de nuestro relacionamiento, requiere un capítulo especial y enfoque multilateral, dado el progresivo deterioro de algunos regímenes de la región y sus tendencias populistas y autoritarias. La situación política que viven ciertos países no puede ser entendida bajo la noción de “construcción de una narrativa de autoritarismo”, como se ha querido presentar días atrás. Los informes de Naciones Unidas, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y de Human Rights Watch, sumados a las investigaciones por parte de la Corte Penal Internacional, no son poca cosa y lo dicen todo. La estocada final la dieron los presidentes Boric de Chile y Lacalle Pou de Uruguay en la pasada cumbre sudamericana en Brasil, al disputar abiertamente esa aproximación. Desde orillas políticas diferentes actuaron al unísono y ratificaron una realidad que es incuestionable. La defensa de la democracia en la región no tiene color ni bandera política. Es un deber y una responsabilidad de todos. Diálogo, fortalecimiento institucional y visión de futuro serán determinantes en este etapa.
El llamado por una nueva agenda interamericana es una aspiración colectiva para fortalecer la colaboración y la opción de ejercer un rol de mayor autonomía e independencia por parte de América Latina. Debemos pasar del “Consejo de Washington” a un nuevo “Consenso del Sur Global”.
En el desarrollo de esta agenda hemisférica los organismos financieros multilaterales, como el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), CAF – Banco de Desarrollo de América Latina y el Banco Mundial (BM) están llamados a cumplir un rol esencial, brindando no sólo recursos para proyectos con alto impacto social y económico, sino también soluciones innovadoras, acompañamiento técnico y conocimiento relevante.
Comentarios finales
América Latina tiene la tarea urgente de emprender una serie de reformas internas que permitan atender y enfrentar los problema más apremiantes en materia de desarrollo, en el marco de la Agenda 2030. Es una tarea propia, cuyo diseño e implementación corresponden a la región. Su éxito o fracaso no se le puede indilgar a externos. Aquí no hay excusas que valgan. Sin liderazgos constructivos, mayor crecimiento e integración regional, se corre el grave riesgo de la irrelevancia internacional, que ya se empieza a evidenciar en algunos foros globales.
La región también tiene el desafío estratégico de balancear su relación con Estados Unidos y China y no caer en entrampamientos. Estas no son opciones excluyentes. Al contrario, son alternativas válidas y compatibles que pueden convivir simultáneamente y contribuir ―cada una desde sus fortalezas y virtudes― al bienestar. Nuevos socios confiables, mercados e inversiones de calidad serán siempre bienvenidos.
En síntesis, estamos frente a un tenso tango para tres: EEUU, América Latina y China. Este es un baile que, desde sus orígenes a finales del siglo XIX en el Río de la Plata, se constituye en una respuesta y viva expresión de búsqueda de identidad y de libertad. Tiene -al igual que en política internacional- diversos pasos y movimientos, actores e instrumentos, ilusiones e incluso pasiones. Debemos volver al pasado para recordar el presente y , sobre todo, pensar en el futuro.
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