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tribuna
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No es nada personal, son solo negocios

La disolución de las Cortes paraliza las reformas legislativas en marcha para penalizar cualquier forma de proxenetismo y la trata de mujeres

Prostitucion España
Una mujer en situación de prostitución, junto a la carretera en el municipio de La Jonquera.TONI FERRAGUT

¿A quién le importa una mujer migrante, sin papeles, que no puede votar, pobre y puta? Esta es la cara del grueso de la prostitución en nuestro país. Mujeres que llegan de territorios con graves situaciones políticas y sociales, como Colombia, Venezuela, Paraguay o Brasil. Son explotadas dentro de nuestras fronteras por proxenetas en clubes, pisos y rotondas, y usadas por hombres que, en la mayoría de los casos, podrían tener sexo sin pagar, pero entonces solo sería sexo, y no poder. “Te he pagado, así que vas a hacer lo que a mí me da la gana”.

¿Hay mujeres libres, felices y contentas en contexto de prostitución? Sí, las hay, pero es una cifra residual comparada con la mayoría de las mujeres que llegan a España huyendo de unas condiciones de vida brutales, y es precisamente de esta vulnerabilidad de la que se aprovechan los delincuentes para explotarlas sexualmente, casi siempre, en régimen de cautiverio.

La reforma de la ley orgánica para penalizar cualquier forma de proxenetismo, para que nadie pueda lucrarse con la prostitución ajena, supuestamente, estaba lista en el Congreso, al igual que la ley integral contra la trata. Pero las Cortes están disueltas y, por lo tanto, no hay actividad legislativa, así que ahora ya no es posible.

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Una vez más, este tema no está en el centro del discurso ni parece importante o urgente condenar a los que se enriquecen de este crimen contra las mujeres. Porque esto no va de moral, ni siquiera de sexo, sino que va de violencia sistemática, de esclavitud, de vulneración de todos y cada uno de los derechos fundamentales. Por ello, es inaceptable la comparación con otras actividades con mucho desgaste físico, como el trabajo en la construcción, la minería o el campo.

No he visto a ningún albañil en pleno mes de enero a seis grados bajo cero trabajando en una zanja en la calle, cubriendo su cuerpo únicamente por un tanga de leopardo y encima de unos tacones-andamios de 15 centímetros. En Madrid, pocos días después de la gran borrasca de nieve Filomena, las mujeres prostituidas en el Polígono Colonia Marconi regresaban dócilmente y desnudas de cuerpo y derechos a sus trocitos de acera alquilados a sus chulos, rodeadas de un paisaje de montañas de hielo. Tampoco he escuchado que a los mineros se les obligue a “vivir” y a pagar el alquiler de la mina, una vez finalizada su jornada laboral, o incluso que se les impida salir a la superficie. Las mujeres duermen en las mismas camas donde durante 15 horas al día, siete días a la semana, muchos hombres las han usado, insultado y pegado (un porcentaje muy elevado de los homicidios de mujeres en contexto de prostitución han sido a manos de “clientes”).

No me suena que a un recolector de hortalizas le pidan, antes de empezar a trabajar cada día, 80 euros en concepto de “plaza” que deben pagar las mujeres antes de arrancar la jornada de abuso sexual. No creo que el contratista de estos gremios u otros se quede con la mayor parte de la paga de sus trabajadores, o los coaccione, los pegue o los insulte, les imponga multas, los obligue a consumir alcohol y drogas, o amenacen con hacer daño a su familia si no rinden lo suficiente… Está claro que estas mujeres, mayoritariamente extranjeras en situación irregular, son tan tontas que les gusta que las traten peor que a los animales y dar su dinero a un tercero.

Legislar en contra de cualquier forma de lucro de la prostitución ajena supondría una pérdida importante de dinero. El INE estima que la prostitución aporta 4.100 millones de euros, el 0,35% del PIB. Esta reforma legislativa (que no necesita de una dotación presupuestaria), por tanto, supondría la pérdida de una fortuna, y no solo para los proxenetas. España se ha convertido en un destino de turismo sexual. Nuestras costas, islas y algunos lugares como La Jonquera son auténticos parques temáticos de prostitución. Este último es el burdel del sur de Francia. Pero claro, como esto solo afecta mayormente a mujeres miserables explotadas en el puterío, no pasa nada. Es lo de siempre: “ellas lo hacen porque quieren, les gusta y ganan muchísimo dinero”.

Y si realmente no ganan dinero y estas mismas mujeres, para poder comer y dar alimento a sus hijos, decidieran vender sus órganos, ¿qué pasaría? Sus riñones, al fin y al cabo, son suyos, como su vagina. Podrían venderlos si ese fuera su deseo: libertad para ser puta, libertad para vender las vísceras. Pues bien, las leyes y los derechos humanos lo impedirían, porque de no ser así, los ricos vivirían más años a costa de los órganos de las personas más vulnerables. Ningún Gobierno consentiría el tráfico de órganos o la trata para la extracción de órganos, ¿pero por qué esa mirada para otro lado con la explotación sexual? Seguramente no es nada personal hacia las más indigentes de vestimenta y derechos, sino que, sin más —y como decía Coppola en la saga de El padrino— solo son negocios.

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